Adolfo Plasencia, 27 de abril de 2025
Imagen superior: campus del MIT, frente a su acceso principal de Massachusetts Av., con la escultura del artista español Jaume Plensa donada anónimamente por un ex-alumno del MIT. Foto: Adolfo Plasencia
En ninguna de las distopías imaginadas por los escritores de ciencia ficción se ha descrito una situación como la que está ocurriendo en el actual momento político de EE.UU., en el que parece haber vuelto a ocurrir algo parecido y de tan infausto recuerdo como aquella caza de brujas del macarthista, entre 1950 y 1956, un episodio de la historia de EE.UU. en la que se desencadenó un extendido proceso político y legal con juicios, acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios, procesos irregulares y listas negras. Si entonces la excusa fueron las sospechas acusatorias de deslealtad, comunismo, subversión o traición a la seguridad del país, ahora, las acusaciones son, entre otras, de antisemitismo y de wokismo, una palabra que proviene de la expresión capitalismo woke, acuñada por el escritor Ross Douthat para calificar a las empresas que usaban hipócritamente mensajes progresistas, para lavado de su imagen corporativa. El uso de woke (despierto), surgió dentro de la comunidad negra de Estados Unidos y originalmente significaba ‘estar alerta’ ante la injusticia racial.
Con esta coartada, ya en 2020, sectores conservadores y ultraconservadores de derecha y extrema derecha tanto en EE.UU. como en otros países empezaron a usar el término woke, de manera despectiva, dentro de una batalla cultural y política lanzada contra disidentes, movimientos e ideologías progresistas, que los actuales mandatarios, ahora en el poder perciben genéricamente como de izquierda, o como sinónimo de promotores de medidas sobre diversidad, equidad e inclusión (DEI). Sectores a los que el gobierno actual instalado en la Casa Blanca ha declarado, de forma atrabiliaria y surrealista, enemigos del propio EE.UU. desde ‘dentro de casa’.
Es algo que casi resulta distópico en esta sociedad hiper-tecnologizada global, que parecería irreal, sino formara parte de la sorprendente actual realidad política que se impulsa desde el propio gobierno de EE.UU., un país que durante todo el siglo pasado ha sido, y aún sigue siendo, uno de los más potentes símbolos de la democracia y de la sociedad más civilizada para el mundo entero; país de acogida y polo de atracción mundial de la mejor inteligencia y talento científico, empresarial y económico. Un Estado que ha liderado hasta hace muy poco la visión ‘occidental’ del mundo como una vanguardia democrática, desde la segunda guerra mundial. No es ajeno a ello muchas que instituciones multilaterales mundiales generadas por Occidente, como las sedes centrales del sistema de la ONU y la Unesco, se ubicaran de manera obvia en Nueva York y Washington DC, lugares sinónimos durante el último siglo de libertad y librepensamiento, a pesar de todos sus defectos políticos y sociales.
Quizá parezca que señalo lo más obvio, pero ahora creo que hay que hacerlo con más fuerza y reiteración que nunca. El más diáfano símbolo en origen de cómo se planteó en ese país el articular la libertad ciudadana, quizá sean las palabras con que empieza el preámbulo de la Constitución de EE.UU., que se inicia así: «Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer la justicia, garantizar la tranquilidad nacional, atender a la defensa común, fomentar el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros mismos y para nuestra posteridad, por la presente promulgamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América…».
Otro ejemplo muy conocido de la misma visión es La Primera Enmienda a la Constitución estadounidense que, en esencia, es garante de que su Congreso «…no podrá hacer ninguna ley de la religión, ni prohibir la libre práctica de la misma; ni limitar la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno una compensación de agravios». Y hay muchos más ejemplos tanto antiguos y pioneros, como nuevos. Fue también EE.UU. –esto es algo menos conocido– quien lideró, por ejemplo, el Tratado sobre el espacio ultraterrestre. El Tratado prohíbe explícitamente a cualquier gobierno la reivindicación de recursos celestes como la luna o un planeta, ya que son patrimonio común de la humanidad. Es un tratado que forma la base del Derecho internacional acerca del espacio. Quedó abierto a su firma en EE.UU., Reino Unido y la Unión Soviética el 27 de enero de 1967 y entró en vigor el 10 de octubre de ese mismo año. Fue promovido con el liderazgo inicial de EE.UU. y en enero de 2020 ya había sido ratificado por 110 países. Contra este tratado ya atentó el trumpismo en su primera etapa, como ya publiqué hace cinco años.
El arranque abierto de la civilización digital se inició originariamente desde la sociedad civil de EE.UU.
La sociedad civil norteamericana siempre ha sido muy potente y abierta. También fue en EE.UU. donde nació la idea de Internet. Y donde Richard Stallman en 1983, arrancó desde los laboratorios del MIT, cerca de Boston, su visión abierta de lo digital desde su proyecto GNU, una iniciativa colaborativa de software libre inventado con el objetivo de crear un sistema operativo completamente libre que, desde entonces a hoy, guía decisivamente el uso abierto de la tecnología. Fue lanzado al mundo por Richard Stallman en 1985, creando la Free Software Foundation (FSF o Fundación para el Software Libre), desde la calle Franklin, de Boston, junto al campus del MIT, generando rápidamente una gran comunidad mundial que sigue compartiendo esos valores. En la cabecera de su Web se pueden leer como lema aquellas significativas palabras que el gran Benjamín Franklin escribió en su autobiografía «…Puesto que obtenemos gran provecho de los inventos de otras personas, deberíamos alegrarnos de tener la oportunidad de servir a los demás con alguna invención nuestra, y esto deberíamos hacerlo libre y generosamente…».
Hay más ejemplos paradigmáticos, fruto del carácter abierto de la citada sociedad civil. Otro sería el del profesor de leyes Lawrence Lessig, nacido en Dakota, fundador del Centro para Internet y la Sociedad en la Universidad de Stanford, y fundador e impulsor de la iniciativa Creative Commons de ámbito mundial, con el propósito de promover el acceso e intercambio de cultura con un conjunto de instrumentos jurídicos gratuitos que facilitan usar y compartir tanto la creatividad como el conocimiento. También fue un ciudadano de EE.UU., nacido en Huntsville, Alabama, llamado Jimmy Wales que, con su colega, el filósofo Larry Sanger, fundaron Wikipedia, la enciclopedia más grande del mundo, que se autodefine como una enciclopedia libre, políglota, editada de manera colaborativa y de contenido abierto, que hoy es una institución mundial de la cultura, y ya integra más de 63 millones de artículos en 334 idiomas redactados por voluntarios de todo el mundo; que suma más de 3.500 millones de ediciones, y permite de forma abierta que cualquier persona pueda sumarse al proyecto y cualquiera en el mundo tenga acceso libre a su contenido, sin publicidad como principio fundacional, y financiada enteramente por donaciones desde hace más de 25 años.
Y fue John Perry Barlow, un destacado poeta y genuino librepensador estadounidense nacido en Wyoming quien, en 1996, redactó el texto de la Declaración de Independencia del Ciberespacio, –en cierto modo un manifiesto muy crítico de la visión abierta de internet–, de la que algunas frases creo que vale la pena recordar aquí: «…Estamos creando un mundo en el que todos pueden entrar, sin privilegios o prejuicios debidos a la raza, el poder económico, la fuerza militar, o el lugar de nacimiento. Estamos creando un mundo donde cualquiera, en cualquier sitio, puede expresar sus creencias, sin importar lo singulares que sean, sin miedo a ser coaccionado al silencio o al conformismo» …En la misma declaración se hace una crítica directa a una Ley promovida en EE.UU. en 1996, que es toda una puesta en valor política de intenciones y filosofía abiertas: «…En Estados Unidos hoy habéis creado una ley, el Acta de Reforma de las Telecomunicaciones, que repudia vuestra propia Constitución e insulta los sueños de Jefferson, Washington, Mill, Madison, DeToqueville y Brandeis. Estos sueños deben renacer ahora en nosotros».
Las universidades, pilar esencial de EE.UU., y ejemplo de su mejor espíritu, inteligencia y civilización
Pues bien; dentro de todo el contexto social y civil descrito, el más firme pilar y diáfano símbolo de la sociedad libre de EE.UU., –sobre el que subyace un caldo de cultivo dinamizador de lo mejor de su inteligencia y civilidad, a pesar de todos sus aspectos mejorables–, son sus más potentes universidades. En el Ranking de Shanghai de este año, como viene ocurriendo desde hace décadas, de las doce universidades más valoradas del mundo, diez son de EE.UU. En ese citado último Ranking, las primeras son, por este orden, las de Harvard, Stanford, el MIT (Massachusetts Institute of Technology), al que sigue la Universidad de Cambridge en el Reino Unido y, a continuación, están las de Berkeley; Oxford, también en el Reino Unido y, después, en los puestos del siete al doce, por este orden: Princeton, California Institute of Technology (Caltech); Columbia; Chicago; Yale y Cornell. Cualquier país del mundo soñaría con tener esta posición en cabeza de sus universidades. España, por ejemplo, no tiene ninguna entre las cien primeras de este selecto Ranking. La Universidad de Barcelona, la primera universidad española en esta clasificación, aparece en el puesto 180. Esto nos dará una idea del contexto de su calidad, en comparación con las de nuestro país.
Una vez dicho esto casi resultan asombrosas, inverosímiles, casi increíbles, la serie de ataques, críticas, acusaciones e infames declaraciones de desprecio que la actual administración trumpista de la Casa Blanca ha lanzado sobre estas instituciones envidiadas en todo el mundo, y que son clara y objetivamente el principal motor del liderazgo en ciencia básica, y también de innovación, que la sociedad de EE.UU. aporta al mundo desde hace muchas décadas. Hay numerosos memes en la red que señalan lo que significan esos ataques.
La respuesta no se ha hecho esperar y estas instituciones, con las dos primeras universidades más valoradas del mundo en el citado Ranking en vanguardia, son las que han dado un paso al frente declarando que no se van a doblegar ante estos ataques, constituyendo de facto un frente de oposición cívica y social más allá de ideologías. La Universidad de Harvard y el MIT han decidido enfrentarse legalmente y no dejarse amilanar ante lo que consideran acusaciones y amenazas injustas por parte del actual gobierno de EE.UU. cuyo primer mandatario muestra un odio casi cerval a estas instituciones admiradas desde todo el mundo porque, al parecer, y simplificando mucho, las considera símbolo y vivero de casi todo lo woke a que me refería al principio de este artículo… además de lanzar soflamas claramente populistas sobre el crecimiento del ‘antisemitismo’ en sus campus. Sobre todo, contra Harvard que, precisamente, hoy lidera un Presidente, Alan M. Garber, que es judío.

Imagen exterior del edificio Northwest Science Building en el campus de Harvard. A la derecha, junto al edificio, sobre el césped se puede ver una obra del artista y disidente chino Ai Weiwei. Foto. Adolfo Plasencia.
He tenido el privilegio de colaborar y aceptar frecuentes invitaciones como profesor invitado a lo largo de muchos años, tanto en el MIT como en Harvard, y conozco bien sus ecosistemas de conocimiento y he conocido, gracias a ello, extraordinarios científicos. Tanto el uno como la otra son, para mí, instituciones instaladas desde hace décadas en lo mejor de la excelencia, tanto en docencia como en los grandes logros en investigación o descubrimiento. Miembros de Harvard han obtenido hasta ahora, nada menos que 161 premios Nobel, 48 premios Pulitzer, 8 ganadores de la Medalla Fields (considerada el Nobel de matemáticas), y en sus aulas se han formado 8 presidentes de los Estados Unidos. Por su parte, miembros del claustro y la investigación del MIT han conseguido hasta ahora 97 Premios Nobel, 58 National Medal of Science, entre otras distinciones. Sin ir más lejos, en 2024, dos de los tres galardonados con el Premio Nobel de Economía 2024, Daron Acemoglu y Simon Johnson son profesores del MIT. A su vez, y también, Gary Ruvkun, biólogo molecular y profesor de genética de la Escuela de Medicina de Harvard, que es considerada la mejor del mundo, ha sido galardonado con el Nobel de Medicina 2024.
La libertad de pensamiento e investigación y el respeto a la disidencia son algo irrenunciable
En su intento de embridar ideológica y económicamente a las principales universidades de EE.UU., el actual poder de la Casa Blanca, ha lanzado ataques verbales y medidas administrativas contra Harvard y el MIT en Boston; Cornell, en Nueva York; Northwestern en Chicago; y Princeton en New Jersey. Y, por extensión, las ocho que componen la prestigiosa Ivy League, (o Liga de la Hiedra): Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale, que son símbolo de la élite intelectual universitaria del país, acusándolas de promover en sus campus ideología antisemita y ‘progresista’ –dicho en sentido negativo–, relacionada con promover cosas como la diversidad, la equidad y la inclusión, actividades que el actual mandatario del máximo poder estatal en Washington, al parecer, considera inadmisibles para él mismo como dirigente y para sus correligionarios.
Estos ataques han provocado una reacción en cadena en todo el mundo de la educación superior estadounidense. Ted Mitchell, presidente del Consejo Americano de Educación, organización sin fines de lucro con más de 1.600 universidades afiliadas de todo EE.UU., ha manifestado su apoyo expreso a universidades como Harvard y el MIT que han decidido enfrentarse a la injerencia del gobierno trumpista que ha focalizado en ellas sus ataques, seguramente por la posición simbólica de su prestigio.
Hay muchísima información ya en los medios sobre los detalles de este enfrentamiento a gran escala y no hay aquí espacio, ni siquiera para reunir todos los detalles significativos, pero sí me gustaría señalar el estilo de los ataques a las universidades. Por una parte, se trata de declaraciones públicas de un estilo verbal y escrito soez y deslenguado y populista, combinados con insultos de la peor ralea en redes sociales. Una muestra es que, al día siguiente de que Harvard manifestara su oposición a las amenazas, el presidente Trump, a través de su plataforma Truth Social, ‘dejó caer’ que esta universidad debería perder su exención de impuestos –«si sigue promoviendo la ‘enfermedad’, inspirada en la política, la ideología y el terrorismo»–. Del estilo de estas amenazas, se deduce la visión que hay detrás, ya que todas ellas se basan, aparte de los insultos, en la presión del dinero y la financiación, como si la eficacia para conseguir doblegar a estas instituciones dependiera casi exclusivamente del uso de armas económicas para derribar su resistencia y hacerlas claudicar.
Pero los términos de las consecuencias para el conjunto de los ciudadanos que tendría el que el gobierno de la Casa Blanca cumpliera sus amenazas, creo que van mucho más allá de lo económico, ya que tienen que ver con la visión sobre de la función que la enseñanza superior universitaria tiene para la sociedad y las consecuencias reales que tendrían para las vidas y la salud los de los ciudadanos de EE.UU. Aceptar que las instituciones universitarias renunciarán a su libertad e independencia y a la diversidad de sus visiones del mundo o del conocimiento podría afectar muy negativamente a los caminos de perfeccionamiento hacia una sociedad más justa y más próspera, en sentido amplio.
Todo ello se puede ver en los términos de las Cartas oponiéndose a sus recortes que han dirigido al Gobierno, tanto el presidente de la Universidad de Harvard, el médico, economista y doctor en filosofía, Alan Garber; como la Presidenta del MIT, la bióloga molecular Sally Kornbluth. Y también en las cartas que han dirigido a sus comunidades universitarias, y que he recibido por estar asociado a ellas.

Imagen de la Memorial Church, un edificio emblemático del campus de Harvard. Foto. Adolfo Plasencia.
El Presidente de Harvard, tras recibir una Carta de la Casa Blanca con sus exigencias a la universidad y una lista de amenazas en caso de no obedecer, envió a su comunidad universitaria una declaración de la que destaco algunas frases:
«… Durante tres cuartos de siglo, el gobierno federal ha otorgado subvenciones y contratos a Harvard y otras universidades para financiar trabajos que, junto con las inversiones de las propias universidades, han dado lugar a innovaciones revolucionarias en una amplia gama de campos médicos, de ingeniería y científicos. Estas innovaciones han mejorado la salud y la seguridad de innumerables personas en nuestro país y en todo el mundo. En las últimas semanas, el gobierno federal ha amenazado sus alianzas con varias universidades, incluida Harvard, debido a acusaciones de antisemitismo en nuestros campus… Pero estas alianzas se encuentran entre las más productivas y beneficiosas de la historia de Estados Unidos. Nos esperan nuevas fronteras con la perspectiva de avances transformadores, desde tratamientos para enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson y la diabetes, hasta avances en inteligencia artificial, ciencia e ingeniería cuánticas, y muchas otras áreas de gran potencial. Si el gobierno se retira ahora de estas alianzas, pone en riesgo no solo la salud y el bienestar de millones de personas, sino también la seguridad económica y la vitalidad de nuestra nación».
… «Si bien algunas de las exigencias del gobierno dicen tener como objetivo combatir el antisemitismo, la mayoría implica una regulación gubernamental directa de las condiciones intelectuales en Harvard».
Y, declara:
…«Hemos informado a la administración, a través de nuestro asesor legal, que no aceptaremos el acuerdo propuesto. La Universidad no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales… La prescripción de la administración excede las facultades del gobierno federal. Viola los derechos de Harvard amparados por la Primera Enmienda y excede los límites legales de la autoridad gubernamental bajo el Título VI. Además, amenaza nuestros valores como institución privada dedicada a la búsqueda, producción y difusión del conocimiento. Ningún gobierno, independientemente del partido que haya en el poder, debería dictar qué pueden enseñar las universidades privadas, a quiénes pueden admitir y contratar, y qué áreas de estudio e investigación pueden desarrollar».
Y, en síntesis, señala entre sus propósitos institucionales:
…«En defensa de Harvard, continuaremos… ampliando la diversidad intelectual y de puntos de vista dentro de nuestra comunidad; …Afirmar los derechos y responsabilidades que compartimos; respetar la libertad de expresión y la disidencia; …Trabajar juntos para encontrar maneras, conforme a la ley, de fomentar y apoyar una comunidad vibrante que ejemplifique, respete y acepte la diferencia…».
Y, concluye:
...«Estos fines no se lograrán mediante la imposición de poderes, ajenos a la ley, para controlar la enseñanza y el aprendizaje en Harvard y dictar cómo operamos… La libertad de pensamiento e investigación, junto con el compromiso permanente del gobierno de respetarla y protegerla, ha permitido a las universidades contribuir de manera vital a una sociedad libre y a una vida más sana y próspera para personas de todo el mundo...».
Por su parte, Sally Kornbluth, la Presidenta del MIT, en términos parecidos a la de Harvard, ha informado a en una Carta la comunidad universitaria del MIT que se opone a las exigencias de la Casa Blanca ya que, relata:
…«las recientes medidas gubernamentales interfieren con el funcionamiento normal del MIT, lo que disminuye nuestra capacidad de servir a la nación y de atraer al mejor talento del mundo…». E informa que «…como ya les he comunicado antes, estamos respondiendo a ciertas medidas federales recurriendo a los tribunales…». Y explica: «…En febrero, cuando los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) impusieron un límite repentino a los reembolsos de costos indirectos necesarios para realizar nuestra investigación, nos unimos a varias universidades y asociaciones similares para presentar una demanda. El tribunal otorgó una orden judicial permanente, que permanece vigente mientras el gobierno apela».
Informando que el MIT se va a oponer legalmente a lo que considera un abuso de injerencia del Gobierno:
…«Hoy, nos unimos a varias escuelas pares y asociaciones de educación superior para presentar una demanda con el propósito de detener esta acción…».
La presidenta del MIT, concluye su carta a la comunidad con una rotunda declaración de intenciones sobre una de las características vitales del MIT que es la atracción del mejor talento que acude desde todo el mundo:
…«Para cumplir con nuestra gran misión, el MIT se compromete a alcanzar los más altos estándares de excelencia intelectual y creativa. Esto significa que nos dedicamos, y debemos dedicarnos, a atraer y apoyar a personas con un talento excepcional, personas con el empuje, la habilidad y la audacia para ver, descubrir e inventar cosas que nadie más puede…
…Para encontrar a esas personas excepcionales, nos abrimos a talento de todos los rincones de Estados Unidos y del mundo. El MIT es una universidad estadounidense, y nos enorgullece serlo, pero nos veríamos gravemente afectados sin los estudiantes y académicos que se unen a nosotros desde otros países.
…La amenaza de revocaciones inesperadas de visas reducirá la probabilidad de que los mejores talentos de todo el mundo vengan a Estados Unidos, lo que perjudicará la competitividad y el actual liderazgo científico estadounidenses en los próximos años».

Panorámica desde el sur del edificio del MIT CSAIL (MIT Comouter Science and Artificial Intelligence Laboratory), obra del arquitecto Frank Gerhy en el campus del MIT. Foto: Adolfo Plasencia
Además, Sally Kornbluth ha enviado una carta a alumnos y a ex-alumnos del Massachusetts Institute of Technology (MIT) en la que les solicita que pidan a sus representantes en Washington que defiendan «la educación, la investigación y la libertad de cátedra».
La batalla legal está en marcha. Y aunque parecería, reitero, que en el centro de todo ello son dinero y financiación; en realidad, lo más crucial de lo que sucede es que el gobierno trumpista parece que quiere imponer a las mejores universidades de EE.UU., –que son las primeras del mundo–, una suerte de pensamiento único políticamente casi monotemático y escorado hacia la ideología populista de extrema derecha, disfrazado con miles de subterfugios populistas porque considera literalmente según sus propios mensajes a Harvard y otras universidades (también citadas expresamente: Columbia, Cornell, Northwestern y Princeton, entre otras), como sitios llenos de «burócratas sobrepagados con el dinero de los impuestos de las familias estadounidenses en dificultades».
Pero esta batalla no solo va de dinero y financiación. En ella, lo que está en juego principalmente es la libertad en la enseñanza, la investigación, la invención, el descubrimiento y el impacto de todo ello en la sociedad, que es mucho mayor de lo que la gente imagina. Esta ‘disputa’ va esencialmente de libertad y civilización más que de dinero. En su demanda de 51 páginas, Harvard acusa a la administración Trump de violar la Primera Enmienda al intentar restringir lo que el profesorado de Harvard puede enseñar a sus estudiantes. El texto demandante cita expresamente un dictamen del Tribunal Supremo de EE.UU., de 1969: «El aula es, peculiarmente, el ‘mercado de ideas’ que protege la Primera Enmienda de la Constitución de EE.UU., diseñada asimismo para salvaguardar los derechos de los estudiantes»…Y, también, argumenta, que el gobierno «no puede identificar ninguna conexión racional entre preocupaciones por el antisemitismo y la investigación médica, científica, tecnológica y de otro tipo de cosas que ha congelado, cuyo objetivo es salvar vidas estadounidenses». El mundo de las tecnologías y de las empresas debería también darse por aludido. Esto no sólo afecta al mundo académico. Gran parte de la riqueza y los negocios que genera la tecnología procede inicialmente en origen, de manantiales universitarios.
Auguro que esta contienda va a ser larga, y no solo en lo legal, sino también en otros ámbitos como la problemática de la vida cotidiana de ciudadanos amantes de la sociedad abierta, democrática y diversa. Las espadas están en todo lo alto. Esto no ha hecho más que empezar. Pero tengo claro que esa es la sociedad que prefiero y la que creo que debemos defender. Aceptar lo contrario, lo asocio con un mundo que no me gusta y quiero evitar rotundamente.,
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