Los creadores de Basea saben en todo momento a lo juegan y es el público el que sale ganando. En tiempos de confusión y banalidad gastronómica esta casa es un refugio seguro.

Interior de Basea.
Es Basea uno de esos restaurantes denominados de producto. Y lo es, sin duda, con el añadido de algunas incursiones más eclécticas que se plasman, sobre todo, en unos entrantes de apariencia sencilla, si se quiere, pero en los que salen a relucir tanto la sólida base técnica que preside el quehacer de esta casa como la filosofía de fondo que la alimenta. Ya el ambiente, con un tenue aroma de brasas y esa acogedora calidez de maderas nobles tan propia de las sidrerías vascas, anuncia las fuentes de las que bebe.
Los ideólogos y socios del proyecto, Jesús Gor y Borja Parellada, se conocieron y formaron en la prestigiosa escuela de hostelería Hofmann en Barcelona. Ambos acumulan conocimientos y variada experiencia hostelera: Gor ha trabajado incluso en algunas de las mecas sagradas de la cocina más disruptiva como Mugaritz, del gran Andoni Luis Aduriz, o Diverxo, del mediático David Muñoz. Sin embargo, la concepción de Basea, que evidentemente se beneficia de lo mucho aprendido aquí y allá por sus artífices, responde a la bien trabada concreción de sus gustos personales, a su afiliado instinto y a la claridad de las ideas que manejan.
Continúa leyendo la crítica de Sergio Carbó en el Almanaque Gastronómico CV
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