Es uno de esos man­tras omni­pre­sen­tes cuan­do alguien quie­re adel­ga­zar o poner­se a die­ta: los hidra­tos de car­bono (pre­sen­tes en el pan o las pata­tas pero tam­bién en la fru­ta y las ver­du­ras), nun­ca a la hora de la cena. La supues­ta expli­ca­ción que hay detrás es que los car­bohi­dra­tos son la prin­ci­pal fuen­te de ener­gía de nues­tro cuer­po y cuan­do no se que­man en las horas siguien­tes, se acu­mu­la en for­ma de gra­sa hacién­do­nos engor­dar. La lógi­ca, por tan­to, sería que si los come­mos antes de irnos a dor­mir, hay menos pro­ba­bi­li­da­des de que­mar­los y más de que ter­mi­nen con­ver­ti­dos en gra­sa en nues­tro cuer­po.

¿Esto es de ver­dad así? ¿Engor­dan más o son más per­ju­di­cia­les los car­bohi­dra­tos por la noche? No pare­ce ser así, o al menos no hay nin­gu­na evi­den­cia cien­tí­fi­ca que lo ava­le.

Olga Ayllón, die­­ti­s­­ta-nutri­­cio­­ni­s­­ta, empie­za por acla­rar que es mucho más impor­tan­te el tipo de car­bohi­dra­tos que con­su­ma­mos que la hora a la que lo haga­mos. Prin­ci­pal­men­te es deci­si­vo el por­cen­ta­je de azú­ca­res libres (los que tie­ne el zumo, aun­que sea case­ro, y los que tie­nen los ali­men­tos pro­ce­sa­dos con azú­ca­res aña­di­dos) fren­te a los azú­ca­res intrín­se­cos (los que están pre­sen­tes de for­ma natu­ral en ali­men­tos como la fru­ta). De hecho, comer menos ali­men­tos ultra­pro­ce­sa­dos y vigi­lar los azú­ca­res aña­di­dos es uno de los con­se­jos para adel­ga­zar que sí tie­nen base cien­tí­fi­ca (habla­mos de ello aquí).

Hecha esta acla­ra­ción, Ayllón ase­gu­ra que la idea de que comer car­bohi­dra­tos por la noche es malo en cual­quier sen­ti­do no tie­ne una base cien­tí­fi­ca sóli­da: “nin­gún estu­dio rigu­ro­so ha demos­tra­do que 1) sea per­ju­di­cial tomar car­bohi­dra­tos a par­tir de ali­men­tos salu­da­bles (fru­tas, hor­ta­li­zas, legum­bres, gra­nos inte­gra­les, fru­tos secos o fru­ta dese­ca­da); o 2) sea per­ju­di­cial tomar car­bohi­dra­tos por la tar­­de-noche y no por la maña­na“.

En esa mis­ma línea iba la con­clu­sión de este estu­dio en el que se ana­li­za­ban las evi­den­cias a favor de algu­nas creen­cias muy exten­di­das sobre el peso y la obe­si­dad: “hay muy poca evi­den­cia direc­ta para apo­yar o refu­tar un efec­to obe­so­gé­ni­co úni­co de las calo­rías con­su­mi­das por la noche“.

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