Es la persona con la que más a gusto he discutido. De cine, de sexo, de política, de estilos de vida… Viajé con él a Rusia, Egipto, Portugal, Turquía, Francia… Javier Baixauli, ingeniero agrónomo alicantino, murió hace tres años (1949–2021). Su ausencia me resulta incomprensible. No hay muchos cinéfilos de calidad, y os aseguro que él lo era. A modo de homenaje sentimental, este verano le hice en su nube del Purgatorio una entrevista imaginaria. El género no es muy ortodoxo, periodísticamente hablando. Pero a Dios pongo por testigo de que en esta charla basada en los recuerdos hay mucha verdad.
Foto de Javier Baixauli del año 2001.
Días atrás, en pleno agosto, visité el Purgatorio en busca de Javier Baixauli. Audrey Hepburn, cuya nube está en la Rue Madeleine, 64, me facilitó la dirección de Javier. Audrey dejó de regar las macetas y me atendió con su elegancia habitual.
—¿Usted puede ayudarme a encontrar a Javier Baixauli?
—Sí, con frecuencia pasa por mi nube ese hombre alto, apuesto y con una bonita sonrisa de cinéfilo y melómano. Cuando está cerca de mi nube, si nuestras miradas se cruzan, noto su emoción. Sé que me admira y yo se lo agradezco. Sí, sabemos dónde vive… Espere un momento y se lo preguntaré a Rex Harrison, fue él quien anotó su nombre y dirección en la libreta en la que vamos apuntando nuestros recuerdos, los de Rex o los míos, sobre George Cukor, William Wyler, Liz Taylor, Albert Finney, Patricia Neal, Shirley MacLaine, Richard Burton, Gregory Peck, James Garner…
Audrey desaparece en el interior de su nube y al poco regresa con una preciosa libreta azul diseñada por la pintora valenciana Elena Negueroles.
—¡Aquí lo tengo! ¿Usted es periodista?
—Sí, sí.
—Pues apunte. Javier Baixauli Gisbert. Edad intemporal, como la nuestra. Purgatorio 3‑D, Nube 66, calle Moreau, puerta 2.
Y Audrey sigue regando sus macetas mientras entona la canción Moon River.
En diez minutos, saltando de nube en nube, llego a la dirección que gentilmente me ha facilitado Audrey Hepburn. Javier Baixauli está sentado en una mecedora con un libro entre las manos. Es la biografía de Maria Anna Sofia Cecilia Kalogeropoulos, de nombre artístico María Callas. Al verme llegar a su nube, el rostro de Javier adquiere un cariz furioso y despectivo. Sus palabras confirman ese desdén suyo.
—¿Ni siquiera aquí puedo perderte de vista?
—Javier, vengo en son de paz y en busca de algunas respuestas a las incógnitas vitales que dejaste en la Tierra.
—O sea que todavía eres un terrestre vivo y vienes aquí a perturbar mi tranquilidad. Eres muy pesado. ¿Cómo has llegado hasta mi nube?
—Me ha dado tu dirección Audrey.
—¿Has hablado con ella?
—Sí.
—¿Ves? En ese aspecto sí que te envidio. Con tu formación de periodista te atreves a preguntar y a cotillear. Yo, aunque no lo parezca, soy tímido. No me gusta nada ser un entrometido en las vidas ajenas. ¿Qué te ha dicho Audrey?
—Te ha definido como un hombre alto, apuesto y con una bonita sonrisa de cinéfilo y melómano. Afirma que pasas casi todos los días por su nube y que, si vuestras miradas se cruzan, nota tu emoción. Sabe que la admiras.
Las manos de Javier tiemblan un poco.
—Aquí en el Purgatorio, Audrey tiene el mismo aspecto que cuando rodó My fair lady. La verdad es que yo tampoco parezco más de 35 años. Mira los músculos que tengo. En estas nubes somos entes intemporales plantados en nuestro mejor momento físico. Bueno, Rafa, aclaremos la situación: ¿qué más quieres? Tengo muchas cosas que hacer.
—¿Vives solo?
—¿Y a ti qué te importa?
—Es verdad, no me importa nada. O no demasiado. He venido a hacerte una entrevista cinéfila. La publicaré en Valencia City, revista digital de lectura gratuita on line.
—¿En la Tierra aún hay cosas gratis?
—Algunas quedan, pero muy pocas.
—Bueno, haz las preguntas y vete.
—Lo que te voy a plantear es como un juego: una encuesta cinéfila. Pero en vez de preguntarte por tus diez películas preferidas, quiero conocer tus diez heroínas cinéfilas más amadas. La primera de la lista la sé, por supuesto.
—Sí: Audrey.
—No me equivocaba. ¿Y la segunda?
Javier medita durante un buen rato. En ese intervalo, van pasando nubes y nubes del Purgatorio en las que vemos de refilón algunas caras conocidas: Virginia Mayo, Sandra Dee, Dana Andrews… Finalmente, Javier Baixauli me proporciona la segunda estrella de su lista.
—Elizabeth Taylor.
—Me lo imaginaba. Completa la lista hasta diez, por favor.
Javier Baixauli se toma la encuesta en serio. Repasa unas carteleras que tiene guardadas en una caja de cartón. Piensa, con la vista puesta en las nubes situadas más arriba, algunas de ellas amenazando tormenta. Tras dos minutos de indagaciones mentales y búsqueda de afinidades electivas, empieza a proporcionarme su lista.
—En tercer lugar Vivien Leigh. En cuarto, Bette Davis. En quinto lugar, Deborah Kerr. En sexto, Jean Simmons. En séptimo, Mercedes McCambridge. En octavo…
Javier vuelve a sumirse en hondas meditaciones. Intento facilitarle la tarea con una sugerencia.
—¿Tal vez Joan Crawford?
Javier se pone lívido, los ojos se le nublan, empieza a balbucear y lanzar maldiciones…
—…¡Esa nunca! No. ¡Qué asco! ¡Jamás en la vida! ¡Parece mentira que me conozcas! Joan Crawford es un zorrón odioso, no se merece ni que la nombremos. Es mala a más no poder, ojalá tenga un sufrimiento eterno en el averno.
—Vale, vale, tomo nota. Sigue. Nos habíamos quedado en el puesto número 8.
—Para el octavo lugar, Kim Novak. Para el noveno, Jessie Royce Landis, y para el décimo lugar, Kay Kendall.
—Te has olvidado de Marilyn Monroe.
—Demasiado obvia.
—También te has olvidado de Ingrid Bergman.
—¿Y a quien quito de mi lista? ¿A Kim Novak, a Kay Kendall? Me niego en rotundo. Dejémoslo así. También me he “olvidado” (pon las comillas, por favor), de Eleanor Parker, de Susan Hayward, de Lana Turner, de Cyd Charisse, de Anne Vernon, de Glynis Johns, de Grace Kelly, de Barbara Stanwyck, de Silvana Pampanini, de Anouk Aimée…
—Y de Sophia Loren.
—Esa te interesa a ti, no a mí. Es muy exagerada, muy caballuna. Y ninguna de sus películas me emociona.
Estrellas. Archivo.
—Javier, perdona que te haga una pregunta personal, pero es necesaria para darle fuerza a la entrevista. ¿Cómo valoras tu vida terrenal? ¿Qué cosas recuerdas con agrado y qué otras con reproches?
—Te veo venir, te veo venir y este cambio en la entrevista no me gusta un pelo. De todas formas, responderé a tu pregunta. Pero será la última vez que lo haga: viví intensamente y volvería a repetir mi vida con sus grandezas y sus errores.
—¿Puedes precisar más? ¿Cuáles fueron tus grandezas y cuáles tus errores?
—La entrevista se ha terminado. Ya volveremos a vernos cuando vengas a poblar el Purgatorio dentro de cinco, de diez o de veinte años, el tiempo pasa con gran rapidez. Por otra parte, es muy posible que tú vayas directo al Infierno, con Joan Crawford.
—¿Le has perdonado ya a Luis Marzal aquella carta que dejó en el buzón de tu casa terrenal, en Alicante?
—Esa carta era de una grosería imperdonable. Terrorismo psicológico. En cuanto a mi momento actual y mis perspectivas de futuro, he sabido, de fuentes muy bien informadas y en despachos con capacidad de decisión, que me preparan un ascenso hacia zonas pre-celestiales.
—Ojalá sea así, estimado amigo… ¡Mira, mira, Javier, mira esa nube que pasa con el rótulo de “Grandes damas españolas”!
Javier atiende mi ruego y contempla la nube que se desliza suavemente ante nuestros ojos. En ella vemos jugando a las cartas a Julia Caba Alba, Guadalupe Muñoz Sampedro, Tota Alba, Amelia de la Torre, María Luisa Ponte y Chus Lampreave. Están en medio de una discusión. Por lo que hemos escuchado, María Luisa Ponte acusa a Guadalupe Muñoz Sampedro de hacer trampas.
En las mejillas de Javier creo ver el inicio de unas lágrimas. Javier Baixauli es un sentimental que se resiste a serlo.
Me despido:
—Javier, dentro de unos años volveremos a vernos.
Javier no cede terreno:
—Espero que no sea así. Hasta ahora he estado muy tranquilo en el Purgatorio. No es un mal sitio. Ten un último detalle de elegancia y pasa de mí.
—¿Ni siquiera puedo enviarte libros sobre Audrey o Vivien Leigh? En casa tengo varios sobre ellas. Ya los he leído.
—Bueno, esos libros sobre las grandes estrellas siempre son bienvenidos. Sí me los envías, los leeré.
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