Ralph Wal­do Emer­son.

Ralph Waldo Emerson (1803–1882) fue párroco de la iglesia unitaria, condición que abandonó. Es el primer pensador de nivel de Estados Unidos. Cultivó la corriente denominada Trascendentalismo. Sus ensayos han tenido lectores atentos admirativos como Federico Nietzche, William James o Henri Bergson, entre otros.

Ralph Wal­do Emer­son.

Harold Bloom, pres­crip­tor del canon lite­ra­rio occi­den­tal, con­si­de­ra a Emer­son el “Mon­taig­ne ame­ri­cano”.

Emer­son escri­bió a lo lar­go de su vida un Dia­rio, una suer­te de Tex­­to-Madre, del que fue­ron sur­gien­do sus diver­sos  ensa­yos. La pre­sen­te edi­ción reco­ge sie­te: La auto­su­fi­cien­cia, La com­pen­sa­ción, Las leyes espi­ri­tua­les, El alma supre­ma, Círcu­los, El des­tino, El éxi­to.

En la con­tra­por­ta­da de este volu­men, el edi­tor de Erra­ta Natu­rae, expo­ne a modo de decla­ra­ción de prin­ci­pios éti­­co-espi­­ri­­tua­­les la con­ve­nien­cia de reedi­tar a este autor:

“La obra de Emer­son des­pier­ta una par­te de la psi­que huma­na que la cul­tu­ra y socie­dad con­tem­po­rá­nea han supri­mi­do bru­tal­men­te. Su filo­so­fía nos pre­sen­ta un uni­ver­so por ente­ro vivo y de orden moral, así como un núcleo espi­ri­tual que rige en el cen­tro de cada uno de noso­tros. (…) La oscu­ra pesa­di­lla del ram­pan­te mate­ria­lis­mo de nues­tro tiem­po ha ins­ta­la­do en nues­tras con­cien­cias ‑como si el mun­do y los seres que lo com­po­nen no fue­ran más que una inmen­sa máqui­na des­pro­vis­ta de sen­­ti­­do- se va des­hi­la­chan­do según vamos leyen­do a los tex­tos de Emer­son. La per­cep­ción des­es­pe­ran­za­da que tene­mos de noso­tros mis­mos ‑que ha dado lugar a la cri­sis civi­li­za­to­ria glo­bal que hoy ame­na­za con la des­truc­ción pla­­ne­­ta­­ria- comien­za a ceder. La Natu­ra­le­za, lo Abso­lu­to, y su mis­te­rio recu­pe­ran su lugar. Lo real y lo sagra­do vuel­ven a ser, como siem­pre fue­ron, una sola cosa”.

No son infre­cuen­tes en los tex­tos de Emer­son las con­si­de­ra­cio­nes auto­bio­grá­fi­cas, de reso­nan­cias pre-nietz­s­chea­­nas: “Recuer­do que, sien­do muy joven, me vi impe­li­do a dar­le a un apre­cia­do tutor que tenía por cos­tum­bre impor­tu­nar­me con las vie­jas doc­tri­nas de la igle­sia. Al pre­gun­tar­le: ´¿Qué ten­go yo que ver con lo sagra­do de las tra­di­cio­nes, si vivo por ente­ro des­de el inte­rior?´. Mi ami­go sugi­rió: ´Pre­ci­sa­men­te esos impul­sos vie­nen del inte­rior no de arri­ba´. A lo que yo repli­qué: ´A mí no me lo pare­ce, pero si soy hijo del Dia­blo, vivi­ré des­de el Dia­blo´. No pue­de haber para mi más ley sagra­da que la de mi pro­pia natu­ra­le­za”.

El vita­lis­mo, la con­fian­za en las pro­pias emo­cio­nes e ins­tin­tos, la per­se­ve­ran­cia, la idea del cos­mos como ser en el que todo está conec­ta­do, son algu­nas de las pecu­lia­ri­da­des de su pen­sa­mien­to filo­só­fi­co.

Emer­son pro­pen­de al tono afo­rís­ti­co: “La mal­dad y la vani­dad tien­den a ves­tir­se con el abri­go de la filan­tro­pía”. “Ser gran­de es ser malin­ter­pre­ta­do”. Y aúna fres­cu­ra con­cep­tual y des­inhi­bi­ción espe­cu­la­ti­va con la cali­dad lite­ra­ria de su pro­sa:

“El ojo es el pri­mer círcu­lo, el hori­zon­te que for­ma es el segun­do. Y por toda la natu­ra­le­za se repi­te sin fin esta figu­ra pri­ma­ria. Es el emble­ma más ele­va­do del códi­go del mun­do. San Agus­tín des­cri­bió la natu­ra­le­za de Dios como un círcu­lo cuyo cen­tro esta­ba en todas par­tes y su cir­cun­fe­ren­cia en nin­gu­na”.

Dada su pro­fe­sión ini­cial, Emer­son cono­ce bien las emo­cio­nes con­ven­cio­na­les, la pie­dad cal­cu­la­da de las reli­gio­nes ins­ti­tui­das y de ahí su repug­nan­cia a prac­ti­car  moda­li­da­des per­ver­sas de gene­ro­si­dad: “Ese dolor que, lo con­fie­so con ver­güen­za, a veces me rin­do y doy para vues­tras diver­sas cau­sas bené­fi­cas, como estu­dios uni­ver­si­ta­rios para zoque­tes, cons­truc­ción de tem­plos dedi­ca­dos a vano fin por el que se alzan  muchos, limos­nas para borra­chi­nes, y mil socie­da­des de Soco­rro, es un dólar per­ver­so, que tar­de o tem­prano ten­dré la madu­rez de guar­dar­me para mí”.

Su con­cep­ción de una autén­ti­ca éti­ca per­so­nal la for­mu­la en diver­sas oca­sio­nes:

“No quie­ro expiar, sino vivir mi vida es para sí mis­ma, no para hacer de ella un espec­tácu­lo. Pre­fie­ro con mucho que sea de un tipo más dis­cre­to, para que así pue­da ser genui­na y equi­li­bra­da, en lugar de ines­ta­ble y ruti­lan­te”.

Y en ese mis­mo orden de cosas: “Lo que debo hacer es todo lo que me impor­ta, no lo que pien­se la gen­te. Esta nor­ma, igual­men­te ardua en la vida real y en la inte­lec­tual, pue­de ser­vir para dis­tin­guir entre la gran­de­za y la baje­za (…). El gran hom­bre es quien, en medio de la mul­ti­tud, con­ser­va con per­fec­ta dul­zu­ra la inde­pen­den­cia de la sole­dad.”

Por últi­mo, diga­mos que el queha­cer de la edi­to­rial de Erra­ta Natu­rae ofre­ce un atrac­ti­vo adjun­to: su Colo­fón, feha­cien­te géne­ro lite­ra­rio.


Por­ta­da del libro.

Títu­lo: Ensa­yos de un bus­ca­dor espi­ri­tual

Autor: Ralph Wal­do Emer­son

Edi­to­rial: Erra­ta Natu­rae

Pági­nas: 246

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