Nos habéis hecho lle­gar un con­te­ni­do que una vez más rela­cio­na la tec­no­lo­gía 5G con efec­tos nega­ti­vos para la salud. En este caso, se ve un cho­rro de agua que asu­me dis­tin­tas for­mas una vez que se acti­va un dis­po­si­ti­vo y se apun­ta que el 5G podría hacer algo simi­lar. Se tra­ta de un bulo. Os expli­ca­mos por qué.

Las que tuercen el chorro de agua son ondas sonoras, no ondas electromagnéticas

En el tex­to del post de Face­book de dón­de está saca­do el vídeo se ase­gu­ra que “esto a 27Hz”, y se aña­de: “Ima­gi­na que (sic) pasa­ría con noso­tros, que somos 70% agua, si te ponen ante­nas 5G emi­tien­do fre­cuen­cias a 100 GHz”. Para con­cluir: “Si quie­res encon­trar los secre­tos del uni­ver­so pien­sa en tér­mi­nos de ener­gía, fre­cuen­cia y vibra­ción.”

En pala­bras de Alber­to Náje­ra, pro­fe­sor de la Uni­ver­si­dad de Cas­­ti­­lla-La Man­cha y vocal del Comi­té Cien­tí­fi­co Ase­sor en Radio­fre­cuen­cias y Salud (CCARS), quien ha hecho el post “demues­tra un pro­fun­do des­co­no­ci­mien­to de físi­ca”. El efec­to mos­tra­do es el que se obtie­ne de una onda sono­ra, es decir “una onda de soni­do, físi­ca, que nada tie­ne que ver con la radia­ción elec­tro­mag­né­ti­ca. Al no ser ondas mecá­ni­cas, en nin­gún caso las ondas elec­tro­mag­né­ti­cas pro­du­ci­rían esos aco­pla­mien­tos o movi­mien­tos que se ven en el vídeo”.

Una onda de soni­do es una vibra­ción de las par­tí­cu­las del aire: cada molé­cu­la trans­mi­te la vibra­ción a las otras que están a su alre­de­dor pro­vo­can­do un movi­mien­to en cade­na que gene­ra el que final­men­te nues­tros oídos per­ci­ben como “soni­do”, si es que está emi­ti­do a las fre­cuen­cias ade­cua­das, que nor­mal­men­te van de 19 Hz a 19.000 Hz (es decir, 19 vibra­cio­nes al segun­do ‑soni­dos bajos- has­ta 19.000 ‑soni­dos agu­­dos-).

“Los 27 Hz de una onda mecá­ni­ca, que es la que se usa para con­se­guir el efec­to, no tie­nen nada que ver con las fre­cuen­cias de radia­ción elec­tro­mag­né­ti­ca que se usa­rán en 5G”, expli­ca Náje­ra. Estas fre­cuen­cias, nos expli­ca, son la de 700 MHz que ya se usa actual­men­te en el TDT, la Tele­vi­sión Digi­tal Terres­tre, (y que no se ha des­ple­ga­do toda­vía para 5G), la de 3,5 GHz que sí se está des­ple­gan­do de for­ma muy loca­li­za­da (y que se encuen­tra entra las ban­das que usan la WiFi 2G y la WiFi 5G, res­pec­ti­va­men­te a las fre­cuen­cias de 2 GHz y a 5 GHz, y que usa­mos des­de hace años) y la de 26 GHz que lle­ga­rá en un futu­ro.

En resu­men, lo que mues­tra este vídeo “es una mez­cla de con­cep­tos bur­da y que sólo bus­ca usar un fenó­meno para rela­cio­nar­lo con otro que no tie­ne nada que ver. Si some­te­mos nues­tro cuer­po a radia­ción de radio­fre­cuen­cia usa­da por móvi­les, como la que lle­va­mos reci­bien­do más de 30 años, el úni­co efec­to a las inten­si­da­des habi­tua­les de expo­si­ción podría ser tér­mi­co”, dice este físi­co. Que ase­gu­ra: “Este efec­to está con­tro­la­do, pues se esta­ble­cen nive­les de inten­si­dad para que nues­tros móvi­les, que actua­rían de for­ma simi­lar a un micro­on­das, no ten­gan capa­ci­dad de pro­du­cir esos efec­tos”.

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