A la izquierda la cantante Taylor Swift; y a la derecha, la ‘Agente especial Scully’ de la serie de TV X‑Files.
Aunque parezca ilimitada la atención mundial de las personas a nivel de la red, en las redes sociales en concreto, se está volviendo un bien escaso, tal es su demanda.
A la izquierda la cantante Taylor Swift; y a la derecha, la ‘Agente especial Scully’ de la serie de TV X‑Files.
Desde siempre ha habido dioses del Olimpo, figuras admirables, algo muy propio de las religiones. Tal vez sea necesidad humana admirar a uno o a varios “inmortales” o a quienes lo parecieran para tenerlos como referentes. Esto, tomando sucesivas formas, ha llegado hasta la actualidad y ahora se ha vuelto algo muy importante, casi lo más importante para los/las emociones de los y las fans. Ya en el santuario dedicado a Epicuro, en el Peloponeso de la antigua Grecia, había incontables minúsculos templetes horadados en las paredes de tierra a los lados de los caminos y sendas que conducían al complejo de templos que rodeaba al santuario principal. La multitud se disgregaba al llegar al complejo religioso y, tras ofrecer dádivas y oraciones a la deidad principal, iban hasta el templete concreto en busca del ‘inmortal’ favorito que le caía más simpático, tras haberle concedido un favor especial e íntimo, que sólo ellos conocían. Era un tema de culto menor pero más asequible. Aquel tiempo de adeptos se parece mucho a lo que ahora llamamos fans. Igual que entonces esta relación con su inmortal favorito era un asunto de admiración, fe, emociones y, quizá subterráneamente, también cosa de poderes ocultos y secretos.
Como no es cuestión de racionalidad, cuando funciona emocionalmente no hay que explicar demasiado. Y tiene una repercusión social. Esas figuras admirables, siempre de aspecto humano para poder identificarse o auto-referenciarse con ellos/ellas, como eran las deidades del Olimpo, pero hoy con muy buena escenografía digital, pueden servir de referentes a imitar por las multitudes de fieles en la red. Algo muy propio de masas y muchedumbres. En el mundo actual, tan tecnificado, tan digital, asombrosamente, todo esto sigue funcionando si bien con otra semántica, otros métodos y otras formas de “monetizarlo” o convertirlo en beneficios económicos o de poder por parte de algún agente de mercadotecnia avispado. Pero el fenómeno se sigue dando con un ánimo de lucro que no tienen nada que envidiar al de las sibilas y la casta sacerdotal de Zeus, o la que mantenía los cultos de los dioses egipcios. Aquellas funciones simbólicas del oscuro misterio del oráculo, ahora la cumplen las pantallas, los algoritmos, las redes sociales y la conexión ubicua.
El mecanismo ahora es exacerbar las emociones, hoy a distancia e incansablemente, mediante los algoritmos y sus mecanismos complementarios (likes y mil trucos más) sobre todo a través de las cómodas pero peligrosas Apps alojadas los teléfonos móviles, que hoy portan siempre consigo el 100% de los jóvenes desde la más tierna infancia y a cuya pantalla andan sonriendo incluso por la calle siempre con la sonrisa a flor de piel. Y no solo ellos; los no tan jóvenes también hacen lo propio. Esta trampa cognitiva casi infalible funciona con todos y en cualquier lugar, si bien no con la misma intensidad.
Al igual que en la antigüedad en la civilización griega y romana los especialistas o sacerdotes representaban y contaban historias que sirvieran de ejemplo y a sus protagonistas de referente y los representaban en todo tipo de mosaicos y pinturas y esculturas. Hoy, cumplen en nuestra era digital esa función las ubicuas pantallas y los motores digitales que las alimentan; pero también, como ocurría en los antiguos complejos de los templos religiosos, se venden por millones, objetos que reproducen la imagen o los símbolos de la ‘deidad’ aparente. Eso ahora se llama marchandising y hay quien cree que es algo nuevo, pero en realidad lleva funcionando en los ámbitos religiosos miles de años.
En las polis de aquellas antiguas sociedades, mucho menos numerosas, que las actuales, la simbología religiosa, supuestamente, tenía la función de ejemplificar la virtud y ser referente de conductas virtuosas. Con los adeptos religiosos funcionan muy bien en masa y por imitación. El comportamiento religioso (religión deriva del término ‘religare’, es decir, relacionar o vincular) es equivalente al tipo de mecanismo emocional masivo que ciertos poderes, desde la política a los negocios, siga funcionando hoy para diversos fines que, casi siempre, ocultan intereses crematísticos o de poder, sea político o de cualquier tipo.
Volviendo al origen de todo esto, el término fan se podría asociar al ‘entoushiasmos’ de la palabra griega original, que significa, literalmente, «ser poseído por un dios» o como diríamos hoy, estar inspirado por algo suprahumano (en realidad hoy, por mecanismos de lo digital). El entusiasmo, de la misma forma que la desgana y la apatía es contagioso, así que en ciertas situaciones compartidas mentalmente es algo que se extiende por una masa social, por ejemplo, en los conciertos de música. El estado emocional de “entusiasta” configura un estado mental y emocional propio de los adeptos acérrimos o de los devotos absolutos a alguien, o a algo. Esto lo hemos visto desde hace tiempo en el mundo de la música, aunque no solo. En el mundo actual digital es algo también contagioso más allá del lugar físico. El entusiasta se asimila hoy completamente al “fanático” o fan.
Este término se ha vuelto algo muy masivo en el mundo digital actual, donde con el internet social hemos pasado de clientes de una empresa a usuarios, sobre todo en las de servicios y, de ello, a ser fans de una marca o servicio, o causa. Hay desplegada una industria económica de modas digitales global, muy compleja, para explotar económicamente el fenómeno fan. Y ahora se fabrican mediante los algoritmos multitudes de fans de alguien, o de algo ‑el intento de las marcas–, con el fin de arracimar a entusiastas para que consuman interminablemente, impulsados por emociones exacerbadas por la algorítmica predictiva, que a su vez son conducidas individualmente por los datos personales que los adictos y poseídos por las plataformas y redes sociales regalan a esta cibernética, sin ni siquiera apercibirse.
Las guerras de la atención en el mundo digital
Aunque parezca ilimitada la atención mundial de las personas a nivel de la red, en las redes sociales en concreto, se está volviendo un bien escaso, tal es su demanda. La materia prima esencial de estas guerras, afortunadamente incruentas, por la captura del tiempo de atención humana, son la notoriedad y la fama (sus mecanismos y consecuencias merecerán, otro día, un capítulo específico), que antes se asociaban con el prestigio y lo positivamente admirable sirviendo como referentes más bien laicos.
El visionario profesor del MIT Henry Jenkins publicó a principios de la década de 1990 un pionero libro titulado “Fans, Bloggers and Gamers” (Fans, blogeros y “jugones”, –en la jerga–), anticipándose a la era del Internet social. En dicho libro describió en detalle el comportamiento de estos tres tipos de fan (un término que viene en inglés de fanatic). En dicho libro, cuando nadie en el mundo académico les daba importancia, describió a estos tres tipos de fans ‑ya del mundo digital‑, como “los consumidores de cultura popular (hoy consumo digital sin sustancia) más activos, creativos, comprometidos críticamente y conectados socialmente, aunque eso lo ha cambiado la explotación comercial adictiva actual”.
La visión de Jenkins era positiva ya que para él representaban una actualización en la vanguardia de la cultura popular que mantenía una nueva relación con los medios de comunicación de masas (mass media) tradicionales. Aunque entonces, –aún no existía el internet de las plataformas globales–, eran marginales y en gran medida invisibles para el público en general de aquel momento. Pero desplegadas hoy las plataformas digitales globales y su algorítmica predictiva programada para intensificar las emociones de forma personalizada a miles de millones de personas globalmente, todo ha cambiado. Hoy, el lugar de asociarse con la cultura popular se asocia también con un lado oscuro por sus enormes y perniciosos efectos con la adicción digital o sin sustancia, y sobre todo en la salud mental adolescente.
En realidad, hoy en día en la era de las redes sociales globales lo que importa es la viralización (de la notoriedad, la fama, etc.). Es la industria digital de la ‘celebrity’. Todo el mundo parece perseguir ser famoso o famosa, en las redes sociales como camino a la riqueza. Lo cual incluso está dando lugar, gracias a las falsas métricas de algorítmica, incluso a nuevas profesiones como los influencers –en realidad minúsculos comisionistas de las plataformas globales–, etc. que no son un fenómeno espontáneo sino que se pueden fabricar digitalmente con los algoritmos que los reúnen a seguidores gracias a la recolección de datos de personas convertidas en “personajes solo digitales” famosos (algunos como la cantante virtual Hatsune Miku son virtuales y solo existen en las pantallas y no en el mundo físico).
Son celebridades que suelen ser muy efímeras. La materia prima para ello es el tiempo de atención de los usuarios, ya convertidos masivamente en ‘fans’. Lo decisivo hoy es que alguien o algo se viralice, tenga mucha notoriedad y obtenga la máxima atención, en realidad, sin importar por qué. Por supuesto emergen contradicciones, efectos negativos y perjuicios a gran escala y a nivel social sobre los estados emocionales y de la salud mental de los usuarios más vulnerables.
Cómo han cambiado los referentes femeninos con la notoriedad global
En este momento de vorágine y guerra total global por la atención de la gente ya no es necesario que la notoriedad, como era tradicional, sea causada por algo ideal, positivo o digno de admiración que sirva de referente o de guía, por ejemplo, para jóvenes adolescentes y les ayude a encauzar su vida e incluso a elegir a qué se van a dedicar profesionalmente su vida, en lugar de fiar esa decisión proveniente solo de las emociones o las modas. Podría haber otros, pero he elegido los casos de dos mujeres famosas en su momento para ejemplificar dos modos distintos de cómo ha evolucionado el generar personajes notorios y su influencia; cómo funcionaba eso en la época de la TV; y cómo opera la notoriedad ahora en la de las redes sociales y plataformas globales.
La ‘Agente especial Scully’ del FBI, protagonista femenina de la serie de TV X‑Files que generó el “Efecto Scully”
La primera de ellas es la agente Scully, personaje femenino de ficción de la exitosa serie de televisión de ciencia ficción «Expediente X», la primera serie de TV que reunió muchas más espectadoras devotas que espectadores, y que generó el llamado «Efecto Scully». Dicha serie se emitió, como se dice ahora, durante 11 “temporadas”. El «Efecto Scully» se asocia con la influencia del personaje de Dana Scully en, al menos, dos generaciones de mujeres de los países donde se veía en TV la serie en los años posteriores a 1993, cuando se estrenó por primera vez. Las mujeres que veían con frecuencia “Expediente X” cuando eran adolescentes, tenían más de un 50% más de probabilidades de estudiar un campo STEM en la universidad, que las mujeres que no lo veían. (STEM son las siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). La influencia de ello en las elecciones profesionales de muchas mujeres fue evidente. Son cifras de una encuesta realizada por el Instituto Geena Davis sobre Género en los Medios de Comunicación hecha pública en 2018. Todo ello fue confirmado en otra encuesta realizada entre el 15 y el 20 de febrero de 2018 por JWT Intelligence a 2.021 mujeres en Estados Unidos de 25 años o más.
Según las respuestas, casi dos tercios de las mujeres del estudio que trabajan en STEM afirman que Dana Scully les sirvió de modelo. Y casi hubo unanimidad ya que más del 90% de las mujeres del estudio coinciden en que Scully es un personaje femenino fuerte y un modelo a seguir para mujeres y niñas.
Esto es importante ya que marca la actividad y vida de muchas mujeres. Como ejemplo, entre 2015 y 2020, las mujeres constituían el 47% de la población activa de Estados Unidos, pero solo ocupaban el 24% de los puestos de STEM, según el Departamento de Comercio. Los campos STEM aún suelen estar tradicionalmente dominados por hombres, y durante décadas han sido considerados estereotípicamente masculinos, en contraste con materias entonces más «femeninas» como las artes y las humanidades. Lo cual ahora es muy importante en un momento en que en muchos países se están tomando medidas para intentar acercarse a la paridad en los ámbitos STEM; y para que haya más ingenieras y mujeres científicas en trabajos relacionados con ciencias y matemáticas, por ejemplo, ahora sobre todo en sus aplicaciones relacionadas con la inteligencia artificial. Nueve de cada diez mujeres en las citadas encuestas afirmaron que Scully era un modelo positivo para las niñas. Aunque se considera un personaje como un precedente feminista, no quiere decir que no se aprovechase su fama para discutir hasta sobre su maquillaje.
La serie Expediente X ya no se emite desde hace más de una década. Sin embargo, el personaje de Dana Scully sigue siendo un poderoso ejemplo de cómo un personaje femenino dinámico cuyo principal objetivo es la ciencia –y no esencialmente las relaciones sentimentales–, puede tener un impacto duradero en la cultura de las sociedades actuales. Aún hoy, casi dos tercios de las mujeres que trabajan actualmente en STEM aún citan a Scully como una influencia importante en su decisión de seguir una carrera STEM.
Taylor Swift: un referente casi anti-STEM en la apoteosis del entretenimiento global
El contrapunto al efecto Scully de la época de la prominencia de la TV, es la cantante global actual con más notoriedad del momento, –que no de la historia, en contra de lo que dicen muchos y muchas en los medios–. Se trata de Taylor Swift que ha llenado las portadas de toda España con motivo de sus dos conciertos en que llenó el Bernabeu con un total de 140.00 personas. Es un personaje femenino, fundamentalmente construido con instrumentos digitales globales actuales: las plataformas de red social y su incansable estadística predictiva; su promoción sin fin y su capitalismo límbico (vivimos en una democracia límbica de facto) que apunta y agita todo lo posible los picos que registran la resultante estadística en las emociones de usuarias y usuarios que iteran en bucle, ayudados también las magnitudes (falsas, reitero, en una proporcione enorme), que persiguen la viralidad y buscan la adicción sin sustancia sobre todo en las/los pre-adolescentes.
Casi podría asegurar mi total convencimiento que no habrá “Efecto Swift” en el sentido que ha funcionado y se fijó el “Efecto Scully”, en cuanto a promover las profesiones científicas y de ingeniería entre las mujeres. En el “universo cultural, –es un decir– swiftie”, lo que importa no son las ciencias y las matemáticas, más bien lo contrario. Importan ahora las emociones mayúsculas lo más intensas posible, el brilli-brilli, la banalidad; la locura emocional y la conducta adictiva. Hay un título de canción de la cantante que retrata la semántica imperante en el show: “Champagne problemas” (Problemas de champagne); y sus cuitas intercambiables de amor/desamor con sus sucesivos novios, que sirven como comodín tanto a sus fans femeninas como a los/las del universo LGTBI y sus variantes que también asisten en masa a sus conciertos, imitan sus vestimentas y exhiben sus look swifties. Para ellos, especialmente, esta abierta 24 hora al día y siete días por semana su enorme tienda digital que reza en su portada web con el título: “The Tortured Poets Department (El Departamento de los Poetas Torturados)”, que hace una referencia directa al “El club de los poetas muertos”, la famosa película de Peter Weir interpreta por el malogrado Robin Williams. Los componentes de celebridad siempre están presentes. Es una operación comercial que ni siquiera pretende ser original. Cualquier cosa que ya suene, suma. La semántica de las canciones ayuda y mapean sentimentalmente esa mezcla de supuesta angustia vital y de simulado e histriónico apocalipsis emocional en que se desenvuelven sus fans.
En la gira de este año, bautizada sin modestia alguna como “The Eras Tour” (La Gira de las Eras), como si fuera un acontecimiento planetario a la altura del advenimiento del Cretácico, es una operación económica de precisión de ámbito mundial. Es curioso cómo los medios de comunicación se sienten obligados a publicar ríos de tinta y a inflar y agotar más y más adjetivos y gramática. “Los nervios se disparaban cuando en la pantalla gigante del escenario apareció el reloj que marcaba la cuenta atrás de unos eternos dos minutos y medio” publicó al día siguiente del primer concierto en España una periodista en su crónica del diario más vendido en España. Obviamente, no es la primera gira musical mundial, pero es que la realidad mercadotécnica ahora impone en 2024. No es lo mismo leer esto en el móvil, que en un diario de papel donde esta información se sucede con la de páginas contiguas en las que la Swift comparte protagonismo en los mismos días, con las horripilantes condiciones a vida o muerte de niños y adolescentes por causa de los ataques de las tropas israelís en Gaza; o con las noticias de los muertos en bombardeos rusos en Járkov, en Ucrania. Dos horrorosas y cruentas guerras que comparten tiempo y espacio, días y días, en el mismo periódico.
Dado que un periodista ha publicado que es “fútil” el intento de ignorar a la celebrity Swift, habría que preguntarles a los adolecentes de Ucrania (a punto de ser llamados al frente y bajo bombardeos rusos diarios), o a los jóvenes gazatíes (en continua huida estos días de los ataques del ejercito israelí), qué referentes tienen o desean tener de este mundo global en que sincrónicamente, por el acceso total actual a la información, nos llegan para consumir sus espeluznantes y dolorosas imágenes de la guerra, compartiendo titulares, actualidad informativa y telediarios, junto con las de la Gira de las Eras de Taylor. Todo apareciendo en la misma pantalla del móvil o del televisor. O en páginas contiguas del mismo periódico impreso. A muchos/as creo que les vendría bien, hacer el pequeño esfuerzo de leer y percibir el contexto de las noticias de las que hablo, por una vez en un diario impreso, en lugar de ver sólo el titular y poco más, en el móvil. Vista así, esta comparación entre el Efecto Scully y el posible efecto Switf resulta, como mínimo, paradójica en esta época con el ideario global del movimiento #MeeToo en un punto álgido. Además, su coincidencia chirría en la conciencia global de tiempo real que hoy tenemos sobre lo que sucede sincrónicamente en el planeta (se supone que la gira de Taylor y su montaje comercial tiene vocación mundial). Esa coincidencia de la mercadotecnia de esta cultura histriónica blanda y global del espectáculo de la cantante, –los conciertos del Bernabeu sólo son un episodio más de la Gira–, conviviendo con horrorosas guerras y, ambas compartiendo titulares, resulta casi obscena. El mundo nunca ha sido tan contradictorio como ahora.
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