Un viajero impenitente recorre la piel de toro y hace fotos que a simple vista parecen anodinas, desoladas. Si uno las mira mejor se percata de su magia. Son imágenes en color del gran fotógrafo Bernardo Plossu. Como tomadas al desgaire, con encuadres esquivos.
Al principio nada se mueve en la sala trufada de fotografías del centro de cultura. Todo es silencio, y de las imágenes sale ese silencio. Son paisajes de la España más profunda y menos pintoresca que uno pueda imaginar. La Iberia ancestral convertida en un territorio de ensoñaciones. Insólita y cruda, despoblada de intenciones. España mágica en fin. Como instantáneas de un país desierto. No hay personas, solo visiones de pueblos, de esquinas prosaicas, de carreteras remotas, playas envueltas en bruma y edificios fantasmales. Y esas imágenes de la dura tierra aragonesa, del desierto almeriense, de la triste soledad de las esquinas de las ciudades, parecen retratadas bajo el agua. Poseen una pátina granulosa y fantasmal difícil de encontrar en otros autores. Es la visión personal del gran fotógrafo Bernad Plossu.
Es el sistema de revelado Fresson. O sea Plossu Color Fresón, como el título de una muestra que ya hizo la galería Railowsky en 2011. Esta vez la excitante muestra se titula España en color fresson y esta comisariada por Juan Pedro Font de Mora, el chamán de la galería y librería Railowsky, un hombre que ha contribuido de manera notable a potenciar el valor de la fotografía en esta ciudad sencilla de playas de postal.
Es una técnica de impresión al carbón que fue ideada por Theodore –Henri Fresson en 1890. Pero las fotos de Plossu, un artista extraño y viajero, nada tienen que ver con las postales o el pintoresquismo habitual con que se han retratado siempre los rincones de la piel de toro. No está aquí el canto idílico de los campos castellanos de Machado, hay una visión distante del paisaje, y una poesía urbana un tanto beat de esquinas de ciudades fantasmales y feas.
Estas fotos de Plossu poseen una alquimia de colores, como señala Salvador Albiñana, historiador y amigo de Plossu que en su texto del catálogo titulado Geografías sin mapa escribe: “Unas composiciones sobrias, austeras silenciosas, como momentos carentes de importancia, escenas alejadas de la solemnidad y del exceso de sentido, hechas de nada que no sea un tono, una atmosfera, un clima”.
Y ese silencio inicial en que se ve envuelto el espectador se convierte al poco de pasear ante las imágenes del fotógrafo en un coro de sugerencias, de propuestas de un nuevo modo de ver las cosas. Cuenta Albiñana que Plossu “ha fotografiado de tantas maneras como ha viajado: en tren, a pie, en coche o en autobús, siempre desde lugares que propician una percepción fugaz, en tránsito”. Y el fotógrafo tiene dicho: “Mis fotografías de instantes no decisivos están hechas con la misma velocidad que un instante decisivo. Es un encuentro entre el tiempo y la lentitud, una mezcla de sabiduría zen y nerviosismo loco(…) Una gran fotografía está hecha de una chispa”.
En esta exposición mágica del Centro de Cultura Contemporánea del Carmen, el color fresson de Plossu convierte los paisajes urbanos y campestres de España en un viaje mágico a ninguna parte. No hay en apariencia sentido, tan solo intensidad. En algunos casos estas fotografías se acercan a la pintura, como la realizada en 2006 desde el estudio de Marcelo Fuentes, pintor amigo del fotógrafo y virtuoso de la pintura de medianeras, y edificios silenciosos, que tampoco tienen seres vivos en sus encuadres. Los amigos se mueven en el mismo terreno. Les gusta el estruendo del silencio de las cosas más simples, aquellas que vemos a diario sin reparar ni un instante en ellas.
Las rocas de Creus y los secarrales Aragón, las esquinas olvidadas de la ciudad de Valencia, las callejuelas de aldeas perdidas de Níjar y Calatayud, la belleza remota, a vista de pájaro de Albarracín o la vulgaridad de los barrios periféricos de las ciudades retratados desde un tren, tienen una sonoridad propia.
Al fotógrafo su padre lo llevó al Sahara a los trece años y luego él se visitó México con 20 años. Desierto y feracidad tropical de los paisajes más africanos de la península. Notables por su sencillez y su atmósfera etérea, desprovista de intención alguna. La foto está ahí, frente a tus ojos, y la tomas o la dejas. Pero esa foto de la esquina de una calle o del escaparate de un comercio cutre y abandonado no te deja indiferente.
En esta exposición abundan los paisajes tamizados por esa técnica que produce ensoñación. Como imágenes sacadas de sueños. Y siempre alejadas del tumulto de los seres humanos. “Hay que ir siempre allí donde acaban los caminos en el mapa, allí donde ya no queda nada, es decir, allí donde todo comienza”. Explica Plossu. Sin duda nos encontramos ante un filósofo al tiempo que un artista de la imagen. Su amigo Albiñana, que ya le organizó hace años una exposición en el Colegio Mayor rector Peset, opina que “Plossu trabaja a partir de la realidad, pero logra crear imágenes que se alejan de ella, imágenes más cercanas a lo irreal, dotadas de extraña fuerza”.
Es el realismo mágico de Bernard Plossu en su exposición valenciana. Este varano conviene visitarla varias veces porque el desconcierto de la primera visión se convertirá en sorpresa en la segunda. Ese color único que contradice la magnífica cita con que el historiador y ensayista Albiñana inicia su prólogo: “La vida es en color, pero el blanco y negro es más realista, dice Samuel Fuller en El estado de las cosas de Wim Wenders”. Plossu contradice al duro del habano, maestro del cine, Sam; su color, manipulado por la técnica fresson, puede ser un viaje onírico por espacios que miramos muchas veces pero nunca vimos.
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