John May­nard Key­nes repre­sen­ta todo un mito en la con­cien­cia de la eco­no­mía social­de­mó­cra­ta. A este bri­tá­ni­co ejem­plar, ascen­di­do a la con­di­ción de aris­tó­cra­ta y miem­bro de la Hou­se of Lords por los méri­tos con­traí­dos en la sal­va­guar­da de su nación, se le supo­ne el méri­to de haber miti­ga­do las ham­bru­nas del crashde 1929 gra­cias a sus con­se­jos para la pues­ta en mar­cha de un gran plan de inver­sio­nes en obras públi­cas. 

De ahí que muchos con­fun­dan a Key­nes con un defen­sor de la eco­no­mía públi­ca y de una sim­ple fór­mu­la aco­mo­da­da al pen­sa­mien­to fácil: fren­te a una cri­sis no hay mejor reme­dio que la inver­sión públi­ca. Eso es lo que le ocu­rrió a José Luis Rodrí­guez Zapa­te­ro y su equi­po de gobierno, que pre­ten­die­ron paliar la cri­sis finan­cie­ra de 2008 con un magno pro­yec­to de ace­ras, el lla­ma­do plan E que des­pil­fa­rró del orden de 12.000 millo­nes de euros en bal­do­sas.

Pero si algo legó Key­nes al pen­sa­mien­to eco­nó­mi­co fue, pre­ci­sa­men­te, la idea de la com­ple­ji­dad del mer­ca­do y de las difi­cul­ta­des que éste tie­ne para alcan­zar la esta­bi­li­dad duran­te fases de tiem­po lar­go. Fren­te a ese volu­ble dina­mis­mo e incer­ti­dum­bre, des­cu­bier­to por los eco­no­mis­tas casi al mis­mo tiem­po que Albert Eins­tein lo for­mu­la­ba de modo pare­ci­do para la Físi­ca, lo que pro­pu­so Key­nes fue apli­car lo más con­ve­nien­te a cada pro­ble­ma y coyun­tu­ra, siem­pre bajo una máxi­ma: la eco­no­mía debía tra­tar de evi­tar el sufri­mien­to de la gen­te.

Así que Key­nes, por ejem­plo, se ganó su pri­mer pues­to en el Teso­ro bri­tá­ni­co median­te un plan de polí­ti­ca mone­ta­ria para sal­var de la galo­pan­te infla­ción a la libra india. Más tar­de libe­ró de la rui­na a su uni­ver­si­dad de toda la vida, Cam­brid­ge, hacién­do­se car­go de sus finan­zas e invir­tien­do sagaz­men­te –una for­ma fina de espe­cu­lar con valo­res– en la bol­sa. Ase­so­ró, sí, a Fran­klin Delano Roo­se­velt en el pro­gra­ma del New Deal y tam­bién se opu­so a las exi­gen­cias fran­ce­sas en la Paz de Ver­sa­lles a la que asis­tió como dele­ga­do y tiem­po des­pués fue crí­ti­co con la eco­no­mía esta­ta­lis­ta de la URSS a pesar de la infil­tra­ción comu­nis­ta en la inte­li­gen­cia can­ta­bri­gien­se. A Key­nes debe­mos, tam­bién, la inven­ción del lea­sing, gra­cias al cual con­si­guió la ayu­da mili­tar esta­dou­ni­den­se para el Rei­no Uni­do a pre­cio de gan­ga.

Y aho­ra que, de nue­vo, nos encon­tra­mos en una encru­ci­ja­da eco­nó­mi­ca tras la deba­cle sani­ta­ria que nos asus­ta y mata, cabe vol­ver la mira­da sobre Key­nes, a la eco­no­mía, para enten­der el mun­do al que nos enfren­ta­mos. Como dice el pers­pi­caz perio­dis­ta y escri­tor Fer­nan­do Del­ga­do, son tiem­pos de eco­no­mía y antro­po­lo­gía no de polí­ti­ca, ni siquie­ra de poe­sía. 

Así que se hace nece­sa­rio, antes de nada, acer­tar con el diag­nós­ti­co eco­nó­mi­co que, para nues­tro país y par­ti­cu­lar­men­te para la Comu­ni­dad Valen­cia­na, se pre­sen­ta con negros nuba­rro­nes por cuan­to el parón de acti­vi­dad nos pilla con una deu­da públi­ca impor­tan­te, sin mucho más mar­gen fis­cal –por no decir nin­guno–, con la pro­duc­ti­vi­dad estan­ca­da y con poco valor aña­di­do indus­trial­men­te hablan­do. Añá­da­se a todo ello que tras el parón ven­drá la deses­ca­la­da, y que esta podría demo­rar la mar­cha de los nego­cios has­ta el verano e inclu­so más allá de la pró­xi­ma Navi­dad. 

Sec­to­res como el turis­mo pue­den tar­dar varios años en nor­ma­li­zar­se has­ta vol­ver a supe­rar los más de 80 millo­nes de turis­tas extran­je­ros que visi­ta­ban nues­tro país. Por no hablar de la res­tau­ra­ción o de los gran­des cen­tros comer­cia­les, acti­vi­da­des de alta socia­bi­li­dad, como la cul­tu­ra en vivo –cine, tea­tro, músi­ca…– y el depor­te en gran­des recin­tos… que pue­den pade­cer fuer­tes res­tric­cio­nes sani­ta­rias pero, tam­bién, las pre­cau­cio­nes pro­pias del temor de las per­so­nas en tan­to en cuan­to no exis­tan medi­ca­men­tos y vacu­nas que hagan olvi­dar al virus, lo cual, sea dicho de paso, está por des­en­tra­ñar­se cien­tí­fi­ca­men­te.

Pero urge, tal como han seña­la­do los empre­sa­rios valen­cia­nos, poner en mar­cha el motor eco­nó­mi­co por­que, de lo con­tra­rio, pode­mos aca­bar en un ver­da­de­ro solar. No obs­tan­te, ese movi­mien­to de pasar a la acción dán­do­le al botón de startva a nece­si­tar mucho más que volun­tad polí­ti­ca. Y es ahí don­de podría reapa­re­cer la figu­ra de Key­nes o un per­fil seme­jan­te que, toda­vía, no lo vemos vis­lum­brar­se por nin­gún hori­zon­te.

La deses­ca­la­da requie­re, des­de lue­go, que espe­cia­lis­tas en logís­ti­ca orga­ni­cen toda la acti­vi­dad eco­nó­mi­ca al menos duran­te el perio­do tran­si­to­rio has­ta una nue­va nor­ma­li­dad. Se va a pre­ci­sar una orga­ni­za­ción social sin pre­ce­den­tes que, por lo que pare­ce, nin­gu­na enti­dad polí­ti­ca ni nin­gún cuer­po de fun­cio­na­rios pare­ce capaz aho­ra mis­mo de poner en prác­ti­ca. Al menos no en nues­tro país: ni en el Gobierno –más res­pon­sa­ble de su inep­ti­tud–, ni en la opo­si­ción –caren­te de alter­na­ti­vas.

Key­nes, pro­ba­ble­men­te, reclu­ta­ría un peque­ño ejér­ci­to de exper­tos para orga­ni­zar fábri­cas, corre­do­res de trans­por­te de mer­can­cías y de per­so­nas, abas­te­ci­mien­tos, par­ti­ción de usos de espa­cios públi­cos, tele­co­mu­ni­ca­cio­nes, acce­so a la ense­ñan­za y otras nece­si­da­des pre­sen­cia­les, etc. Una mili­cia téc­ni­ca e inde­pen­dien­te al ser­vi­cio de la gober­nan­za, cuyos dic­tá­me­nes serían trans­pa­ren­tes y de domi­nio públi­co pero que serían eje­cu­ta­dos por los dife­ren­tes gobier­nos terri­to­ria­les.

Cla­ro está, hay que con­se­guir, del mis­mo modo, que la polí­ti­ca común euro­pea en torno al euro ali­vie la pre­sión de la deu­da sobre los paí­ses lati­nos median­te los meca­nis­mos que los gran­des paí­ses con­ti­nen­ta­les han de ser capa­ces de con­sen­suar: bonos, cré­di­tos, sub­ven­cio­nes, ava­les… Lo impor­tan­te es que pue­da exis­tir ese col­chón mone­ta­rio para dre­nar el sis­te­ma eco­nó­mi­co y que éste no colap­se por fal­ta de liqui­dez o de sol­ven­cia.

Pero hay más. Y lo han apun­ta­do, por esta vez, los sin­di­ca­tos. Veni­mos arras­tran­do des­de la últi­ma cri­sis –y pue­de que de mucho antes, de cuan­do la des­in­dus­tria­li­za­ción–, la nece­si­dad de un cam­bio de mode­los pro­duc­ti­vos, en espe­cial para supe­rar la depen­den­cia del sec­tor de la cons­truc­ción, res­pon­sa­ble tan­to del mila­gro desa­rro­llis­ta de los años 60 como de la gran juer­ga espa­ño­la de los 2000.

Esa asig­na­tu­ra, sin embar­go, toda­vía no la había­mos apro­ba­do cuan­do nos ha sobre­ve­ni­do el azo­te del coro­na­vi­rus. Y la resa­ca de la enfer­me­dad va a dejar sec­to­res muy toca­dos, muchos de los cua­les van a nece­si­tar refor­mas impor­tan­tes y altas dosis de ima­gi­na­ción y empren­di­mien­to para bus­car cami­nos alter­na­ti­vos. Y al mis­mo tiem­po van a modi­fi­car­se com­por­ta­mien­tos socia­les y for­mas del mer­ca­do. 

Las tele­co­mu­ni­ca­cio­nes y las redes socia­les digi­ta­les, en ejem­plo con­tra­rio, van a vivir un movi­mien­to expan­si­vo sin lugar a dudas, así como cam­pos como la quí­mi­ca y la bio­lo­gía apli­ca­das a indus­trias far­ma­céu­ti­cas, cos­mé­ti­cas y de higie­ne. Se rein­ven­ta­rán las for­mas de via­jar en avio­nes, bar­cos y auto­mó­vi­les. La quin­ta gama, por ejem­plo, ha veni­do para que­dar­se en la gas­tro­no­mía. O la didác­ti­ca a dis­tan­cia, en todos los nive­les, des­de un tuto­rial audio­vi­sual para mon­tar un mue­ble por pie­zas a un semi­na­rio sobre Pla­tón impar­ti­do des­de Har­vard como aca­ba de seguir a dis­tan­cia la can­tan­te Sha­ki­ra.

Key­nes, no me cabe duda, pro­pug­na­ría aho­ra fuer­tes inver­sio­nes públi­cas, pero no en obras públi­cas sino en cono­ci­mien­to, en inno­va­ción e inves­ti­ga­ción, crean­do semi­lle­ros y lan­za­de­ras para cien­tos de pro­yec­tos que sepan dibu­jar el futu­ro que el Covid-19 ha veni­do para anti­ci­par­lo de modo ace­le­ra­do. O eso, a gran esca­la para movi­li­zar com­pa­ñías de para­dos jóve­nes, o vol­ve­re­mos al cam­po.

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