El any de les barrancades / me s’emportà la barraca; / no plores més Maravilla, / que amb quatre palos n’hi ha una altra. No hay mejor resumen del carácter valenciano frente a las adversidades que esta cancioncilla popular de Albal que recuperó en su día el grupo Alimara. Fíjese el lector en el uso del término “barrancada”. Aquí no hay río ni riuàs. Es otra la memoria sobre la que se compone la pieza folk.
El recuerdo de mi generación es el posterior a la riuà, marcada con aquellas señales que indicaban hasta donde llegó el agua en las inundaciones del Turia en octubre de 1957, sobre todo en el centro histórico y en el barrio del Carmen. Allí haría fortuna un restaurante típico de paellas bajo el nombre de La Riuà, hasta su traslado a la calle del Mar. La expresión “hasta aquí llegó la riuà” se incorporó incluso al acervo común de la gente.
Para entonces los valencianos ya habíamos contribuido con los sellos de 0,25 céntimos de peseta para ayudar a financiar las obras del Plan Sur. Solo los más viejos del lugar conocían que tres grandes prohombres valencianos perdieron sus cargos por reclamar al Estado la puesta en marcha de aquel plan. Al alcalde Tomás Trénor; al presidente del Ateneo, Joaquín Maldonado; y al director de Las Provincias, Martín Domínguez, se les obligó a dimitir. Paradojas de la política, fue el nuevo alcalde, el falangista Adolfo Rincón, quien sortearía los impedimentos del MOPU gobernado por Silva Muñoz para llegar hasta Franco y agilizar el proyecto.
Pasaron veinticinco años hasta la pantanà de Tous, en el otoño de 1982, cuando el río que los árabes bautizaron como “devastador”, el Xuqr, se desató con arrebato tras recibir el diluvio universal desde el macizo del Caroig. Hubo nuevas riadas en la cuenca del Júcar en el 83 y hasta el 87. La Generalitat Valenciana, a través de su directora de Urbanismo, Blanca Blanquer, redactaría unas Normas de Coordinación del Área Metropolitana de Valencia con múltiples mapas delimitando zonas inundables.
Los planes hidráulicos para contener riadas y barrancadas se generalizaron desde entonces. La Universidad Politécnica ha doctorado varias generaciones de los mejores ingenieros del país, expertos en hidrología; la de Valencia, a brillantes geógrafos y botánicos. Todos habían leído las crónicas del ilustrado Cavanilles de finales del siglo XVIII. Su descripción del barranco que en el llano de Quart circulaba junto a la venta del Poyo es revelador. Los planes se suceden.
En 2003 se aprueba un plan concreto frente a las inundaciones, el Patricova, que se revisa diez años después y cuya filosofía se incorpora en 2014 a la nueva ley de ordenación del Territorio, Urbanismo y Paisaje de la Comunidad Valenciana que textualmente señala: “Se ubicarán espacios libres de edificación junto al dominio público hidráulico, a lo largo de toda su extensión y en las zonas con elevada peligrosidad por inundaciones”. En 2004, la Confederación Hidrográfica del Júcar proyectaba una presa en Cheste, aguas arriba del barranco que no se llevó a cabo. La conexión del Poyo con el Plan Sur tampoco se hizo porque atravesaba un cementerio.
Tampoco hace falta conocer estos registros históricos tan recientes. Desde el Pleistoceno que llueve de modo irregular pero intensamente en el litoral a levante de la Península Ibérica. Y ello porque el mar Mediterráneo es más cálido y salino que el océano Atlántico, un contraste que facilita los otoños borrascosos. Además, nuestra línea costera resulta ser una franja estrecha, una superficie de aluvión, separada de la meseta por montañas. Del Ebro al Segura, y más allá, a norte y sur, ese litoral es una sucesión continua de albuferas y marjales, alimentados por cuencas de ríos furiosos, barrancos, ramblas, rieras o torrentes. Los nombres de muchos hitos geográficos dan cuenta de la civilización talásica levantina.
La huerta de Valencia, todas las huertas de las planas valencianas, son fruto de los sedimentos de los impetuosos cursos de agua. De haber sido más extensas las riberas y planas de tierra, Valencia tal vez hubiera dado vida a algún tipo de imperio durante la Antigüedad como así ocurrió en el delta nilótico en Egipto o en las marismas de Mesopotamia. El primer símbolo conocido de la ciudad de Valencia es un sello con el grabado de un promontorio sobre agua: tal vez una referencia a la plaza de la Virgen y el Tosalt, donde se funda la Valentia romana entre dos brazos del río Turia.
De hecho, las riadas valencianas están más que documentadas desde la Edad Media. Son muy claras, por ejemplo, las conclusiones de los trabajos geoarqueológicos llevados a cabo por Karl Butzer, Ismael Miralles y Joan Mateu en Alzira durante 1980 y que estos días me remitía Josep Vicent Lerma. En la llanura inundable del Júcar hubo riadas constantes, pero hasta el año 1000 las lluvias eran más frecuentes, aunque de menor intensidad. Es a partir de esa época, durante el periodo de las Taifas, cuando se deforesta aguas arriba, en las cuencas vertientes, y se reducen los espacios naturales inundables ante una demografía expansiva. Entre 1300 y 1923 se registran más de 80 años con inundaciones notables: una cada 8 años. Y cada 34 años son importantes en Alzira y Carcaixent. Cada siglo una es violenta. Casi siempre en octubre y noviembre. Todo ello sin tomar en consideración anomalías climáticas que, en la actualidad, agravan la recurrencia de tales circunstancias.
Riadas y barrancadas. Volvamos al principio. Esta cultura de las inundaciones agresivas junto a los periodos de prosperidad gracias a la fertilidad de una tierra que cosecha el cuerno de la abundancia, parece haber forjado la epigenética valenciana, una idea de renacer continuo, de vivir al día, quemando cada primavera lo inservible. La cancioncilla de Albal bien lo remarca: no llores que con cuatro palos volvemos a construir la barraca. Una antropología que sirve para explicar a una sociedad agraria y laboriosa, pero que difícilmente tiene validez en la era industrial. Y que, desde luego, resulta insensata en un mundo de servicios e interconexiones especializadas como el actual.
Así como Venecia se construyó hábilmente en una laguna sobre pilotes de madera para huir de las invasiones bárbaras o, de modo más reciente, los holandeses domaron el Mar del Norte o los proyectos del New Deal norteamericano sirvieron para regular los desbordamientos del poderoso río Colorado, a los valencianos el futuro nos aboca a cohabitar con el agua desde el sentido común, la memoria y la tecnología. De la mano de fuertes inversiones y una inteligente planificación sostenible.
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