Las lis­tas de repro­duc­ción de Spo­tify se están lle­nan­do de músi­cos fan­tas­ma y de músi­cas gene­ra­das por IA

INFORME DE INVESTIGACIÓN. PARTE I

Vaya por delan­te y ya anti­ci­po que la pla­ta­for­ma glo­bal Spo­tify que comen­zó sien­do un famo­so lugar de inter­net para escu­char músi­ca en strea­ming a tra­vés de la red inven­ta­do ori­gi­nal­men­te para com­par­tir músi­ca, pero que se está con­vir­tien­do en el mayor ver­te­de­ro digi­tal de escom­bros musi­ca­les del mun­do. Tra­ta­ré de expli­car los ante­ce­den­tes y la actual deri­va de auto­ma­ti­zar el escu­char músi­ca de for­ma ubi­cua (des­de cual­quier lugar y en cual­quier momen­to), impul­sa­da median­te la IA Gene­ra­ti­va, que ya está inter­fi­rien­do nues­tra capa­ci­dad de deci­dir qué que­re­mos escu­char intro­du­cien­do en el pro­ce­so tan­to músi­cos, com­po­si­to­res e intér­pre­tes fal­sos como fake music, o sea, músi­ca fal­sa crea­da con algo­rit­mos, pero dis­fra­za­da de can­cio­nes de auto­res, eso sí, inven­ta­dos por la pla­ta­for­ma. Un inten­to de que los afi­cio­na­dos a la músi­ca no ocu­pen otro papel que el de car­ne de cañón para las métri­cas digi­ta­les como con­su­mi­do­res pasi­vos e igno­ran­tes que no ofrez­can resis­ten­cia. Vaya­mos por par­tes.

La algo­rít­mi­ca pre­dic­ti­va apli­ca­da a las redes socia­les incen­ti­va al máxi­mo el con­su­mo sin sus­tan­cia, es decir, de bie­nes digi­ta­les inma­te­ria­les (es el caso de la músi­ca actual) ya que las pla­ta­for­mas tie­nen capa­ci­dad para mone­ti­zar nues­tro tiem­po de aten­ción. Uno de estos con­su­mos que se ha vuel­to ubi­cuo e inma­te­rial ade­más de un gran nego­cio onli­ne, es el de escu­char músi­ca vía inter­net por strea­ming, –es decir, sin des­car­gar­se el archi­vo digi­tal sono­ro–, pero no siem­pre fue así.

La com­bi­na­ción de la como­di­dad nihi­lis­ta (con evi­den­te poca exi­gen­cia de cali­dad en los inter­cam­bios digi­ta­les por gran par­te de los usua­rios actua­les), uni­da a la cone­xión ubi­cua que suce­de en el strea­ming de músi­ca y vídeo, pare­ció al prin­ci­pio una ben­di­ción para músi­cos y afi­cio­na­dos a la músi­ca. Pero hay algo para­dó­ji­co, fan­tás­ti­co y sor­pren­den­te. Se temía que esto sus­ti­tu­ye­se la músi­ca gra­ba­da y mer­ma­se las actua­cio­nes en direc­to, pero no ha sido así. Al con­tra­rio. Nun­ca habían esta­do los con­cier­tos de músi­ca tan lle­nos como hoy por fans en bus­ca de emo­cio­nes.

Gra­cias a Inter­net la escu­cha de la músi­ca se ha vuel­to ubi­cua, pero tam­bién se ha mul­ti­pli­ca­do el boca a boca digi­tal, en el que los pro­pios usua­rios se han con­ver­ti­do en acti­vos publi­cis­tas de cual­quier cosa, así que indi­rec­ta­men­te la inter­ac­ción de todos-a-todos de las RRSS han dado un empu­jón a la pro­mo­ción de even­tos y, con ello, a la asis­ten­cia a fes­ti­va­les de músi­ca y a con­cier­tos, que se ha mul­ti­pli­ca­do. Sea en una gran ciu­dad, pla­ya o en cual­quier expla­na­da en la últi­ma aldea rural, los fes­ti­va­les de músi­ca hechos con cual­quier pre­tex­to, cul­tu­ral, turís­ti­co o eco­ló­gi­co, aho­ra lle­nan segu­ro. Y, ade­más, a mer­ced de los sis­te­mas digi­ta­les algo­rít­mi­cos de reco­men­da­ción impul­sa­dos aho­ra por IA. Nun­ca había­mos teni­do a nues­tra dis­po­si­ción tan­ta can­ti­dad de músi­cas sonan­do, ni tan­tas can­cio­nes y lis­tas de ellas (play lists) para escu­char onli­ne. Esto ha crea­do un nicho espe­cia­li­za­do de un gigan­tes­co nego­cio que, por su espe­ci­fi­ci­dad, ha gene­ra­do una audien­cia cau­ti­va gra­cias a cier­tas estra­te­gias que bus­can deci­dir por noso­tros qué vamos a escu­char inclu­so impul­sar la escu­cha alea­to­ria. Así con­si­guen inclu­so hacer­nos escu­char lo que no ima­gi­ná­ba­mos ni que­ría­mos. El obje­ti­vo es incor­po­rar más y más de nues­tro tiem­po de aten­ción y de escu­cha a sus métri­cas, que ellos con­vier­ten en dine­ro fácil.

Pare­cía que la tran­si­ción de la músi­ca des­de el esta­do ana­ló­gi­co al modo digi­tal había ido por buen camino. Pero esa idea de com­par­tir músi­ca se está vol­vien­do un espe­jis­mo por cier­tas con­duc­tas radi­ca­les de las pla­ta­for­mas glo­ba­les que bus­can tomar el con­trol de nues­tras escu­chas y hacer de ello una indus­tria inten­si­va y extrac­ti­va. Sus áni­mos mono­po­lís­ti­cos y la enor­me pre­sión tras ellas para mone­ti­zar su acti­vi­dad de los fon­dos de inver­sión que espe­cu­lan tam­bién con la músi­ca, mues­tran que bus­can el bene­fi­cio a toda cosa por enci­ma de cual­quier otra con­si­de­ra­ción artís­ti­ca o musi­cals.

La comer­cia­li­za­ción de este con­su­mo inma­te­rial que hoy es un nego­cio flo­re­cien­te a nivel mun­dial, al que ha lle­ga­do un nue­vo, ines­pe­ra­do y pode­ro­so invi­ta­do: la Inte­li­gen­cia Arti­fi­cial Gene­ra­ti­va (IAG) y sus músi­cos fan­tas­ma, y tam­bién la músi­ca fan­tas­ma como podría­mos lla­mar a la músi­ca sin autor o de autor inven­ta­do–, que irrum­pe como ele­fan­te en cacha­rre­ría. Pare­ce que todo va a cam­biar en la indus­tria musi­cal mun­dial, de nue­vo. Vea­mos pri­me­ro sus ante­ce­den­tes.

El sue­ño ini­cial de com­par­tir músi­ca median­te inter­net

Antes que nada, haga­mos un poco de his­to­ria. A prin­ci­pio de este siglo se ocu­rrió un pro­ce­so de con­ver­gen­cia entre la músi­ca gra­ba­da, el nue­vo for­ma­to sono­ro digi­tal .MP3, e inter­net. En junio de 1999 se lan­zó Naps­ter, un ser­vi­cio de dis­tri­bu­ción de archi­vos de músi­ca (en for­ma­to MP3). Fue la pri­me­ra gran red P2P (per to peer, o entre igua­les) de inter­cam­bio de archi­vos de músi­ca crea­do por Sean Par­ker y Shawn Fan­ning. Su popu­la­ri­dad explo­tó al año siguien­te. Esta tec­no­lo­gía per­mi­tía a afi­cio­na­dos a la músi­ca com­par­tir sus colec­cio­nes de archi­vos sono­ros .MP3 fácil­men­te con otros usua­rios, lo cual cons­ti­tu­yó el estreno de la idea de ‘com­par­tir’ archi­vos de músi­ca en for­ma­to digi­tal median­te inter­net con cono­ci­dos o ami­gos. Fue el pri­mer sis­te­ma de dis­tri­bu­ción de archi­vos entre pares de popu­la­ri­dad masi­va. Usa­ba un ser­vi­dor prin­ci­pal para man­te­ner una lis­ta de usua­rios conec­ta­dos y archi­vos com­par­ti­dos por cada uno de ellos. Las trans­fe­ren­cias de archi­vos eran rea­li­za­das entre los usua­rios sin inter­me­dia­rios. Ese era uno de los sue­ños del inter­net ini­cial, com­par­tir músi­ca por inter­net así, sin inter­me­dia­rios.

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Rip, Mix, Burn (Ripea, Mez­cla, Gra­ba). Así pre­sen­ta­ba ideal­men­te Apple en la fase ini­cial de las tec­no­lo­gías mul­ti­me­dia, la idea de dar el con­trol del con­te­ni­do musi­cal al usua­rio ‘sin inter­me­dia­rios’. Ya no es así. El strea­ming ha aca­ba­do con esta idea.

Pero vis­to lo suce­di­do des­pués, hoy sabe­mos que aquel sue­ño no podía durar. A comien­zos de 2000, comen­zó la gue­rra de los dere­chos de autor que ini­cia­ron varias gran­des dis­co­grá­fi­cas que lle­va­ron a jui­cio por una deu­da mul­ti­mi­llo­na­ria en una deman­da con­tra el ser­vi­cio Naps­ter. Esto supu­so para Naps­ter una enor­me popu­la­ri­dad, y le hizo atraer a muchos millo­nes de nue­vos usua­rios con un pico momen­tá­neo de 26,4 millo­nes de usua­rios en febre­ro del año 2001. La otra cara de la mone­da es que eso le supu­so tam­bién lue­go su fra­ca­so como gran empre­sa glo­bal. En julio de 2001 un juez orde­nó el cie­rre de los ser­vi­do­res Naps­ter para pre­ve­nir más vio­la­cio­nes de dere­chos de autor. Hacia el 24 de sep­tiem­bre del 2001, prác­ti­ca­men­te su popu­la­ri­dad había lle­ga­do al final. Solo que­dó este ser­vi­cio como algo resi­dual.

En esos años pio­ne­ros, el pano­ra­ma lo domi­na­ban mar­cas como MyS­pa­ce,​ –una avan­za­di­lla de las tec­no­lo­gías de la web 2.0, for­mu­la­da por Tim O’Relly en 2004, que lue­go die­ron lugar al inter­net de las redes socia­les–. Un caso canó­ni­co es la pla­ta­for­ma ini­cial de vídeos You­Tu­be (fun­da­da en 20025) impul­sa­da por pro­mi­nen­tes ser­vi­do­res del strea­ming de músi­ca, y usa­da has­ta hoy para vídeos musi­ca­les. ​En 2006, los empren­de­do­res sue­cos Daniel Ek y Mar­tin Loren­tzon fun­da­ron Spo­tify, algo dis­rup­ti­vo en 2008, bus­can­do crear una alter­na­ti­va legal a las pla­ta­for­mas de dis­tri­bu­ción de archi­vos, tales como Naps­ter y Kazaa. Al prin­ci­pio, el ser­vi­cio per­mi­tía a sus usua­rios trans­mi­tir can­cio­nes a dis­po­si­ción, uti­li­zan­do tec­no­lo­gía peer-to-peer, ofre­cién­do­se a base en un sis­te­ma de sus­crip­cio­nes. En aquel momen­to, el empren­de­dor Ek seña­ló que que­ría «crear un ser­vi­cio que fue­ra mejor que la pira­te­ría y, al mis­mo tiem­po, com­pen­sa­ra a la indus­tria de la músi­ca». O sea, la cua­dra­tu­ra del círcu­lo en lo de con­su­mir músi­ca legal­men­te usan­do inter­net. Lue­go vere­mos como evo­lu­cio­nó hacia el strea­ming actual de músi­ca, ya sin bajar­se los archi­vos digi­ta­les de músi­ca.

Hay un tema cen­tral en esto. En el con­tex­to del mun­do de la músi­ca comer­cial, des­de hace un siglo, una de las leyes gene­ra­les es que cual­quier can­ción tie­ne autor/es de letra y/o de músi­ca, y auto­res e intér­pre­tes deben ser remu­ne­ra­dos por las escu­chas de sus crea­cio­nes. Se lle­gó a la prác­ti­ca des­apa­ri­ción de uso de sopor­tes físi­cos como caset­tes, dis­cos de vini­lo, y otros tipos de dis­co físi­co, por­que la mayo­ría de la gen­te, –sal­vo los fri­kis y colec­cio­nis­tas del hi-fi pura cla­se A–, pasó a escu­char músi­ca a tra­vés de la red, en modo digi­tal de strea­ming. La mayo­ría hoy lo acep­ta como algo inevi­ta­ble, no impor­tan­do que la cali­dad del soni­do sea mucho peor (el famo­so músi­co de cul­to Tom Waits reti­ró todo el catá­lo­go de su músi­ca de Spo­tify «por su mala cali­dad sono­ra», entre otras razo­nes como la fal­ta de res­pe­to, tan­to la obra de los músi­cos como a los oyen­tes).

Muchí­si­ma gen­te cam­bió cali­dad sono­ra por una mez­cla de como­di­dad, con­for­mis­mo y ubi­cui­dad de la escu­cha. Hoy resul­ta exó­ti­co des­cri­bir cómo se comer­cia­li­za­ban los dis­cos de vini­lo, algo con­so­li­da­do duran­te déca­das, casi todo un siglo. Había y hay artis­tas posee­do­res de dis­cos de oro, pla­tino, o dia­man­te, lo cual era tam­bién el mejor ter­mó­me­tro de su popu­la­ri­dad. En Espa­ña, para obte­ner esos nive­les de reco­no­ci­mien­to, un artis­ta debe haber ven­di­do un núme­ro de copias míni­mo exac­to. Si ven­des más de 20.000 copias eres un artis­ta con Dis­co de Oro; si has lle­ga­do a las 40.000 copias, eres un artis­ta Dis­co de Pla­tino. Eres un intér­pre­te Dis­co de Dia­man­te, si has ven­di­do un millón de copias. En Espa­ña solo unos pocos artis­tas y gru­pos de entre los mas popu­la­res, poseen la cate­go­ría rei­na. Que sepa­mos, en Espa­ña, solo Raphael, AC/DC, Queen y Michael Jack­son, han sido reco­no­ci­dos con el Dis­co de Ura­nio, por ven­der más de 50 millo­nes de copias en toda su tra­yec­to­ria. Recuer­do esto por­que el tema de los dere­chos de autor por la repro­duc­ción de músi­ca ha esta­do, y aun está, no sabe­mos por cuan­to tiem­po, en el cen­tro de la remu­ne­ra­ción de los artis­tas musi­ca­les, como alter­na­ti­va a sus actua­cio­nes en direc­to.

Pero he aquí que, en muy poco tiem­po, unos invi­ta­dos ines­pe­ra­dos, los algo­rit­mos, se han cola­do en este antes apa­ren­te feliz y diver­ti­do mun­do de la músi­ca popu­lar, y que per­mi­ten nue­vos frau­des, esta vez digi­ta­les. Están entran­do en él cual ele­fan­te en cacha­rre­ría. Y pare­ce que podrían cam­biar­lo o qui­zá des­mo­ro­nar como un cas­ti­llo de nai­pes todo el tin­gla­do ante­rior del mun­do e indus­tria de la músi­ca popu­lar ‑y qui­zá el de la otra–, tal como las cono­cía­mos, basa­das en la auto­ría y la inter­pre­ta­ción de músi­cos más o menos vir­tuo­sos. ¿Se podría man­te­ner esta indus­tria con músi­ca sin autor; o inclu­so sin inter­pre­te cono­ci­do? Pues no sabe­mos, pero ya lle­gan las pri­me­ras noti­cias de quie­nes lo están inten­tan­do. Pero vaya­mos por par­tes.

La Rue­da y otros frau­des musi­ca­les

He habla­do antes de ‘frau­de’ en rela­ción a la músi­ca. Si hay un país con ima­gi­na­ción para frau­des, ese es el nues­tro. El 4 de febre­ro de 2020 el Con­se­jo Gene­ral del Poder Judi­cial (CGPJ) emi­tió un comu­ni­ca­do, en el que anun­ció que «La Audien­cia Nacio­nal inves­ti­ga a 14 tele­vi­sio­nes en el caso de ‘La Rue­da’ por corrup­ción en los nego­cios por medio de orga­ni­za­ción cri­mi­nal». El comu­ni­ca­do se refe­ría a «la inves­ti­ga­ción de un supues­to frau­de por el que se obte­nían ingre­sos millo­na­rios por dere­chos de autor de con­te­ni­dos musi­ca­les emi­ti­dos en pro­gra­mas de TV a altas hora de a madru­ga­da», –prác­ti­ca­men­te sin audien­cia–, pero por los que eran remu­ne­ra­dos gene­ro­sa­men­te con dere­chos de autor a cier­tos auto­res y no a otros. El juez de la Audien­cia Nacio­nal Ismael Moreno, según el comu­ni­ca­do, deci­dió encau­sar a 14 entes tele­vi­si­vos, entre ellos las prin­ci­pa­les cade­nas de tele­vi­sión, por el pro­ce­di­mien­to deno­mi­na­do La Rue­da, en el que se inves­ti­ga­ba el supues­to frau­de por el que se obte­nían ingre­sos millo­na­rios por dere­chos de autor de con­te­ni­dos musi­ca­les, emi­ti­dos en pro­gra­mas de TV noc­tur­nos. El magis­tra­do les atri­bu­yó enton­ces «un deli­to de corrup­ción en los nego­cios come­ti­do por medio de orga­ni­za­ción y/o gru­po cri­mi­nal».

Según el magis­tra­do «la ope­ra­ti­va cono­ci­da en el sec­tor como La Rue­da con­sis­tía en el regis­tro frau­du­len­to de supues­tas modi­fi­ca­cio­nes (a veces míni­mas) de obras musi­ca­les ori­gi­na­les decla­rán­do­las como si fue­ran obras nue­vas, o sin varia­ción algu­na de la autén­ti­ca y ori­gi­nal en la mayor par­te de los casos; en otros casos, se rea­li­za­ban lige­ras modi­fi­ca­cio­nes res­pec­to a la par­ti­tu­ra ori­gi­nal». Esos regis­tros, –expli­có Moreno–, «se rea­li­za­ban bien a nom­bre de los denun­cia­dos en la cau­sa o per­so­nas de su entorno o a nom­bre de socie­da­des crea­das a tal fin como cesio­na­rias de los dere­chos de autor». Inclu­so en algu­nos casos, –aña­día el juez–, «la ope­ra­ti­va la ini­cia­ban los inves­ti­ga­dos median­te el con­tac­to con jóve­nes estu­dian­tes de obras clá­si­cas en con­ser­va­to­rios a quie­nes se les ofre­cía apa­re­cer en tele­vi­sión inter­pre­tan­do algu­na de esas obras».

Con pos­te­rio­ri­dad, los denun­cia­dos regis­tra­ban la obra emi­ti­da en tele­vi­sión como arre­glo suyo «ya sea cam­bian­do el títu­lo, ya sea rea­li­zan­do lige­ros arre­glos y cobran los dere­chos de autor deven­ga­dos cuan­do en reali­dad la obra es la clá­si­ca ori­gi­nal sin nin­gún tipo de varia­ción». En aquel comu­ni­ca­do, el magis­tra­do cifró en ese momen­to de 2020 «el frau­de en un total en 100 millo­nes de euros tenien­do en cuen­ta que el perio­do inves­ti­ga­do se refie­re a los años 2006–2011. Las can­ti­da­des apro­xi­ma­das que esta­ría ingre­san­do el gru­po de inves­ti­ga­dos ron­da­rían los 20 millo­nes de euros anua­les». En agos­to de 2023, la Jus­ti­cia anu­ló el repar­to de 64 millo­nes de la SGAE a 40.000 de sus auto­res por los dere­chos de emi­sión en tele­vi­sión.

Pero, final­men­te, en octu­bre de 2024, la Audien­cia Nacio­nal ha dic­ta­do el sobre­sei­mien­to pro­vi­sio­nal y con­si­guien­te archi­vo de la inves­ti­ga­ción del lla­ma­do caso de La Rue­da, que afec­ta­ba a diver­sos socios de la Socie­dad Gene­ral de Auto­res y Edi­to­res (SGAE) y 14 tele­vi­sio­nes, más de ocho años des­pués de las pri­me­ras denun­cias por pre­sun­to frau­de en el cobro de dere­chos de autor. La sen­ten­cia del juez Ismael Moreno, titu­lar del juz­ga­do de ins­truc­ción núme­ro 2 de la Audien­cia Nacio­nal, indi­ca que «no exis­ten indi­cios sufi­cien­tes que acre­di­ten que los inves­ti­ga­dos han incu­rri­do en los deli­tos impu­tados y que la Fis­ca­lía había soli­ci­ta­do el sobre­sei­mien­to». Peli­llos a la mar.

¿Por­qué saco a cola­ción este ver­gon­zo­so epi­so­dio sobre el que la indus­tria musi­cal y tele­vi­si­va han inten­ta­do echar tie­rra enci­ma, cuan­do no ocul­tar­lo o que la gen­te lo igno­re?, pues por­que aca­ba­mos de des­cu­brir simi­li­tu­des de ello aho­ra, gra­cias al libro que va a salir en enero de 2025 de la escri­to­ra y crí­ti­ca musi­cal Liz Pelly, titu­la­do Mood Machi­ne: The Rise of Spo­tify and the Costs of the Per­fect Play­list, es decir: La Máqui­na del Esta­do de Áni­mo: el auge de Spo­tify y el cos­te de la per­fec­ta lis­ta de repro­duc­ción. Hay para­le­lis­mos impre­sio­nan­tes. Pare­ce que La Rue­da nos esta­ba anti­ci­pan­do lo que lue­go haría Spo­tify con la escu­cha de músi­ca: un nego­cio esta­ja­no­vis­ta de unos pocos con los fal­sos dere­chos de autor y, aún más, con músi­cas fal­sas y com­po­si­to­res fan­tas­ma. Las noti­cias que me ha lle­ga­do del libro pon­drán los pelos de pun­ta a más de un aman­te de la músi­ca que la tie­ne como una de sus prin­ci­pa­les afi­cio­nes y diver­sio­nes, y que es con­si­de­ra­da por muchos como par­te esen­cial de la cul­tu­ra moder­na.

¿O tal vez no habrá pelos de pun­ta por ello? Mi ami­go Ramón Palo­mar, que diri­ge y pre­sen­ta el pro­gra­ma de radio Abier­to a Medio­día en la 99.9 Valen­cia Radio, –en el que cada mar­tes hago una sec­ción de cien­cia y tec­no­lo­gía–, com­par­te una bro­ma recu­rren­te con­mi­go en su pro­gra­ma de radio en direc­to. La bro­ma con­sis­te en que yo le digo: “Ramón yo creo que hoy en día, en las redes socia­les y en su mun­do digi­tal, a la gen­te le gus­ta que le enga­ñen». «No. –me con­tes­ta Ramón–; a la gen­te hoy no le gus­ta que le enga­ñen. Le da igual. Y eso no es lo mis­mo». Pues bien, creo que Ramón en este caso tie­ne toda la razón. Así que creo que a la inmen­sa mayo­ría de los supues­tos aman­tes de la músi­ca de escu­cha ubi­cua y de los millo­nes de usua­rios de las lis­tas de repro­duc­ción digi­tal que está con­si­guien­do poner de moda Spo­tify, no se les pon­drán los pelos de pun­ta ni se ras­ga­rán las ves­ti­du­ras por lo que cuen­ta en su libro que esta hacien­do Spo­tify. Sim­ple­men­te lo dan por inevi­ta­ble. La como­di­dad nihi­lis­ta que prac­ti­can y las modas digi­ta­les que aho­ra son impe­ra­ti­vas e inelu­di­bles, pue­den con todo.

El strea­ming, una nue­va reli­gión del con­su­mo digi­tal sin sus­tan­cia

Pero, pri­me­ro, y para quie­nes no conoz­can el deta­lle, ¿qué tipo de ser­vi­cio es el de la cita­da Spo­tify? Lo pro­por­cio­na una empre­sa sue­ca de ser­vi­cios mul­ti­me­dia fun­da­da en el año 2006, cuyo pro­duc­to estre­lla hoy es la App que da acce­so al ser­vi­cio onli­ne con el mis­mo nom­bre usa­do para la repro­duc­ción de músi­ca vía strea­ming a tra­vés de Inter­net. Teó­ri­ca­men­te, su mode­lo de nego­cio es el deno­mi­na­do free­mium, que fun­cio­na ofre­cien­do ser­vi­cios bási­cos gra­tui­tos, mien­tras que cobra dine­ro por otros ser­vi­cios más avan­za­dos o espe­cia­les. La pala­bra free­mium es una con­trac­ción en inglés de las dos pala­bras que defi­nen el mode­lo de nego­cio: “free” (“gra­tis”) y “pre­mium”. Este mode­lo de nego­cio ha gana­do popu­la­ri­dad con su uso masi­vo por par­te de usua­rios de redes socia­les. La empre­sa sue­ca ofre­ce des­de 2009, músi­ca gra­ba­da y pod­casts digi­ta­les res­trin­gi­dos por dere­chos de autor que inclu­yen más de 100 millo­nes de can­cio­nes, sellos dis­co­grá­fi­cos y com­pa­ñías de medios. Tam­bién ofre­ce más de 3 millo­nes de vídeos musi­ca­les, entre otros deta­lles. Spo­tify está dis­po­ni­ble en más de 184 paí­ses, des­de julio de 2023. Hay algo aho­ra muy impor­tan­te, y que aún lo va a ser más en esta épo­ca de la IA Gene­ra­ti­va; hoy los usua­rios pue­den bus­car median­te las App de Spo­tify la músi­ca según artis­ta, álbum o géne­ro. Y, aún más, pue­den crear, edi­tar y com­par­tir sus ‘lis­tas de repro­duc­ción’ inclu­so de escu­cha alea­to­ria, –en la que se inclu­ye deter­mi­na­da músi­ca y no otra–. O sea, pro­mue­ven como­di­dad y mime­tis­mo en lugar incen­ti­var al usua­rio a tomar­se el tra­ba­jo y leve esfuer­zo que requie­re la liber­tad de ele­gir por uno mis­mo.

La empre­sa, fun­da­da como la star­tup Spo­tify, fun­da­da en 2006 en Esto­col­mo, aún posee cier­to aura de empre­sa inno­va­do­ra con el strea­ming de músi­ca como ban­de­ra, que sus fun­da­do­res publi­ci­ta­ron ini­cial­men­te como una alter­na­ti­va legal a la pira­te­ría en la músi­ca. Pero hoy Spo­tify ya no es aque­lla star­tup ini­cial. Es un gigan­te empre­sa­rial sue­­co-esta­­dou­­ni­­de­n­­se, con sedes en Esto­col­mo (Sue­cia) y Nue­va York, que ha fir­ma­do acuer­dos con las dis­co­grá­fi­cas Uni­ver­sal Music, Sony Music, Holly­wood Records, Inters­co­pe Records y War­ner Music. Cuan­do la pla­ta­for­ma se lan­zó en Euro­pa en 2008, se pre­sen­tó como una for­ma de acce­der a la músi­ca «mejor que la pira­te­ría», algo –decían–, «como la famo­sa biblio­te­ca de iTu­nes de Apple com­ple­ta, pero acce­si­ble a tra­vés de Inter­net», todo ello median­te sus­crip­ción men­sual.

El énfa­sis se ponía en ofre­cer acce­so a «Un Mun­do de Músi­ca», como des­ta­ca­ba una de las pri­me­ras cam­pa­ñas publi­ci­ta­rias, con el eslo­gan «Ins­tan­tá­neo, sen­ci­llo y gra­tui­to». Los usua­rios podían crear sus pro­pias lis­tas de repro­duc­ción o escu­char las de otros. El Spo­tify de sus ini­cios no empe­zó con el obje­ti­vo de mol­dear el com­por­ta­mien­to de escu­cha de los usua­rios como hace aho­ra. De hecho, ori­gi­nal­men­te, la expe­rien­cia de usua­rio en la pla­ta­for­ma se cen­tra­ba en la barra de bús­que­da. Los oyen­tes nece­si­ta­ban saber qué bus­ca­ban. Lue­go, cuan­do fue cre­cien­do, cam­bió sus ambi­cio­nes cla­ra­men­te, adhi­rién­do­se con ahín­co a la eco­no­mía de las pla­ta­for­mas y a sus prác­ti­cas, con­for­me iba atra­yen­do a gran­des inver­so­res de capi­tal ries­go. Hoy el usua­rio no nece­si­ta saber casi nada. Pue­de ser mucho más pasi­vo. Se lo dan todo hecho.

En su bús­que­da radi­cal de cre­ci­mien­to y ren­ta­bi­li­dad, Spo­tify se rein­ven­tó una y otra vez. Pri­me­ro pro­ban­do como pla­ta­for­ma de redes socia­les en 2010; des­pués como mer­ca­do onli­ne de Apps en 2011. A fina­les de 2012, como núcleo de lo que deno­mi­nó «músi­ca para cada momen­to», con sis­te­mas de reco­men­da­cio­nes para «esta­dos de áni­mo» (son capa­ces de medir algo­rít­mi­ca­men­te en tiem­po real sus esta­dos de áni­mo, sin que el pro­pio usua­rio se ente­re, de ahí el nom­bre de Máqui­na del Esta­do de Áni­mo que usa Liz Pelly). Tam­bién miden la acti­vi­dad de las cuen­tas de usua­rio en momen­to y hora del día espe­cí­fi­cos. En 2013 dió otro sal­to. Eli­gió las tec­no­lo­gías de reco­men­da­ción des­ple­gó equi­pos de edi­to­res para ela­bo­rar sus pro­pias lis­tas de repro­duc­ción. Y, para ello la empre­sa en los años 2014–2015, incre­men­tó su inver­sión en tec­no­lo­gía de per­so­na­li­za­ción algo­rít­mi­ca, lo cual ya diver­ge cla­ra­men­te con las decla­ra­cio­nes ini­cia­les del cofun­da­dor y pri­mer CEO, Daniel Ek, con­tra­rio enton­ces a la idea de que Spo­tify fue­ra «un ser­vi­cio exce­si­va­men­te per­so­na­li­za­do». Las cosas cam­bian.

En enero de 2020, Spo­tify lan­zó la fun­ción «vídeos musi­ca­les», que te per­mi­te ver hoy más de 9 millo­nes de vídeos musi­ca­les, y posee un catá­lo­go más gran­de que Tidal, Apple Music, Ama­zon Music y You­Tu­be Music jun­tas. En la ver­sión gra­tui­ta, per­mi­te dis­fru­tar vídeos musi­ca­les has­ta 1080p (Full HD), con baja cali­dad y anun­cios, mien­tras que la ver­sión Pre­mium, te per­mi­te dis­fru­tar de vídeos musi­ca­les has­ta 8K, en muy alta cali­dad y sin anun­cios. Y ha segui­do cre­cien­do impa­ra­ble. En noviem­bre de 2020, ya con la explo­sión indu­ci­da de la moda del pod­cast, Spo­tify com­pró la pla­ta­for­ma publi­ci­ta­ria y de publi­ca­ción de pod­cast Megapho­ne por 235 millo­nes de dóla­res. Una adqui­si­ción que refor­zó el ansio­so enfo­que de la com­pa­ñía por la mone­ti­za­ción inten­si­va del audio.

Según la infor­ma­ción ofi­cial, a dife­ren­cia de las empre­sas de ven­tas de dis­cos físi­cos o por des­car­gas, que pagan a los artis­tas un pre­cio fijo por can­ción o álbum ven­di­do, Spo­tify paga dere­chos de autor según la can­ti­dad de repro­duc­cio­nes de artis­tas como pro­por­ción del total de can­cio­nes trans­mi­ti­das. Lo fija todo a sus métri­cas de acti­vi­dad onli­ne. Que, obvia­men­te, según Spo­tify, todos debe­re­mos creer como cier­tas. Dis­tri­bu­ye apro­xi­ma­da­men­te el 70% de sus ingre­sos tota­les a los titu­la­res de dere­chos (en su mayo­ría sellos dis­co­grá­fi­cos), que lue­go pagan a los artis­tas en fun­ción de lo pac­ta­do en con­tra­tos indi­vi­dua­les. Pero, según el ana­lis­ta Ben Sisa­rio de The New York Times, unos 13.000 de los 7 millo­nes de artis­tas pre­sen­tes en Spo­tify, –menos del 0,2%–, gene­ra­ron por sí solos ingre­sos de 50.000 dóla­res o más en 2020. En mayo de 2022, Spo­tify anun­ció una aso­cia­ción con la pla­ta­for­ma de jue­gos onli­ne y sis­te­ma de crea­ción de jue­gos Roblox Cor­po­ra­tion, para entrar, ade­más, en el mer­ca­do glo­bal de ciber­jue­gos. Otra de las ope­ra­cio­nes glo­ba­les de la empre­sa, por la que es más cono­ci­da en Espa­ña fue que, en julio de 2022, Spo­tify se con­vir­tió en patro­ci­na­dor prin­ci­pal del Fút­bol Club Bar­ce­lo­na.

La pre­sen­cia del poten­te mar­ke­ting de Spo­tify sobre sus mag­ni­tu­des en la red resul­ta apa­bu­llan­te. Es una de las máxi­mas prio­ri­da­des de la empre­sa. Con ello la com­pa­ñía quie­re ase­gu­rar­se que sus cifras y métri­cas sean casi ver­da­des digi­ta­les abso­lu­tas para todos. Y lo ha con­se­gui­do. Muchos usua­rios, artis­tas y medios de comu­ni­ca­ción, –medios públi­cos, inclui­dos–, las acep­tan sin dis­cu­sión, y las usan como cier­tas.

Pero, es sabi­do que aun­que que la media de escu­cha de una can­ción en strea­ming es cla­ra­men­te menor de los 30 segun­dos que la empre­sa anun­cia como tiem­po míni­mo para que cuen­te y suba a la lis­ta de escu­chas del usua­rio, incre­men­ta las métri­cas de todas mane­ras. Ade­más, hoy hay bots de la red que se pue­den usar fácil­men­te para auto­ma­ti­zar el hacer miles o millo­nes de clics e hin­char métri­cas y mag­ni­tu­des. Y la IA Gene­ra­ti­va va a mul­ti­pli­car esto varios órde­nes de mag­ni­tud, –como han demos­tra­do en una inves­ti­ga­ción de Simon Ler­men y Fred Hei­ding en LessW­rong, la IA Gene­ra­ti­va pue­de con­se­guir fácil­men­te un incre­men­to supe­rior al 50% en men­sa­jes de phishing. En reali­dad, una par­te con­si­de­ra­ble de la acti­vi­dad con los usua­rios de escu­cha se ha con­ver­ti­do en una espe­cie de phishing por par­te de la pla­ta­for­ma mis­ma. Mien­tras tan­to, diver­sas fuen­tes que ase­gu­ran que el tiem­po real medio de escu­cha de cada tema en strea­ming es muy peque­ño, –un rumor dice que la media es, en reali­dad, de solo tres segun­dos y medio–. Pero a muchos artis­tas, medios y pro­mo­to­res les intere­sa creer y difun­dir esas métri­cas para que se aso­cien como estan­dar­te de la popu­la­ri­dad, y por eso ayu­dan todo lo posi­ble a difun­dir sus cifras de Spo­tify, no impor­ta que no sean cier­tas. Las nue­vas prác­ti­cas de la pla­ta­for­ma, cla­ra­men­te cada vez más mono­po­lis­tas, –muy en línea con las actua­cio­nes de las pla­ta­for­mas glo­ba­les big tech, que Spo­tify cla­ra­men­te ha mime­ti­za­do–, hacen que la empre­sa ya se enfren­ta­ra a cre­cien­tes crí­ti­cas des­de hace años. Pero aho­ra, con su cre­cien­te uso de la IA Gene­ra­ti­va, se han inten­si­fi­ca­do.

Hace tiem­po que gran­des publi­ca­cio­nes, como Vul­tu­re Maga­zi­ne o Busi­ness World­wi­de acu­sa­ron des­de a la empre­sa de varias prác­ti­cas corrup­tas. Ya en 2016, la empe­za­ron a acu­sar de méto­dos como encar­gar can­cio­nes y lis­tar­las con nom­bres fal­sos en su pla­ta­for­ma musi­cal. Y tam­bién de otras malas prác­ti­cas. Por ejem­plo, esa últi­ma revis­ta cita­da entró al deta­lle. Music Busi­ness World­wi­de publi­có el 31 de agos­to de 2016 que Spo­tify paga­ba a los músi­cos «una tari­fa pla­na por can­cio­nes de diver­sos géne­ros –como «jazz, chill y pia­nís­mo tran­qui­lo»–, para que figu­ra­ran con nom­bres de auto­res inven­ta­dos. Aun­que enton­ces la publi­ca­ción no pudo infor­mar con pre­ci­sión sobre cuá­les artis­tas de la pla­ta­for­ma musi­cal eran fal­sos, un acuer­do de reve­la­ción de infor­ma­ción con «múl­ti­ples fuen­tes fun­da­das», reve­ló con cer­te­za que se sabía de «cin­co can­cio­nes pro­pie­dad de Spo­tify que tie­nen cada una más de 500.000 streams, y una con más de un millón». En aquel momen­to, empre­sa echó balo­nes fue­ra al res­pec­to y ase­gu­ran­do que esta prác­ti­ca la con­si­de­ra­ba un «expe­ri­men­to, más que una alte­ra­ción a gran esca­la de los catá­lo­gos de la pla­ta­for­ma». Pero la publi­ca­ción expre­só su preo­cu­pa­ción por «el efec­to que una ver­sión a gran esca­la de esta estra­te­gia podría tener en el pago glo­bal de Spo­tify a los titu­la­res de dere­chos de gra­ba­ción, y en qué par­te y en quié­nes de su mapa de lis­tas de repro­duc­ción podría situar­se esto». Pero la cosa no que­da aquí…

[ con­ti­núa en la siguien­te entre­ga en estas mis­mas pági­nas…

/… en Auto­ma­ti­zar el escu­char músi­ca (II).

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