FOTO: Volun­ta­rios lle­van a un perro en Mas­sa­nas­sa (Valen­cia). Lore­na Sopê­na (Euro­pa Press).

Repro­du­ci­mos este artícu­lo de El País sobre la DANA por su inte­rés emo­cio­nal:


Guar­den los polí­ti­cos los puña­les, no le toquen un pelo a esta cala­mi­dad, que se ciñan a poner de su par­te lo impo­si­ble, por­que aquí se tra­ta de ayu­dar a gen­te de car­ne y hue­so, no de enga­tu­sar a votan­tes. Con voso­tros, con los de siem­pre, con las almas her­ma­nas, sabe­mos que con­ta­mos. (Vicen­te Galle­go, poe­ta y vecino de Cata­rro­ja).

Vier­nes de todos los san­tos, tres días des­pués de la catás­tro­fe, con un balan­ce demo­le­dor y toda­vía pro­vi­sio­nal. Reco­rro a pie los diez kiló­me­tros que van del nor­te de la ciu­dad de Valen­cia a Cata­rro­ja, don­de vive mi ami­go el poe­ta Vicen­te Galle­go. Lle­vo pan de mol­de y dos garra­fas de agua. Me cuen­ta por telé­fono que están sin sumi­nis­tro de luz y agua des­de el mar­tes. El espec­tácu­lo es sobre­co­ge­dor. Miles de ciu­da­da­nos, car­ga­dos con bol­sas de comi­da, bote­llas, esco­bas, palas, cubos y cepi­llos, se diri­gen des­de la ciu­dad hacia las zonas afec­ta­das por la catás­tro­fe. Mien­tras los polí­ti­cos se tiran los tras­tos a la cabe­za, una marea de per­so­nas anó­ni­mas cami­na duran­te horas hacia los pue­blos afec­ta­dos para ayu­dar a lim­piar y des­es­com­brar. Car­gan con sumi­nis­tros de pri­me­ra nece­si­dad. Son sobre todo gru­pos de jóve­nes, algu­nas fami­lias y algún que otro soli­ta­rio. Nadie les ha dicho qué tenían que hacer. Se han coor­di­na­do a tra­vés de gru­pos de men­sa­je­ría y redes socia­les. Han dis­tri­bui­do mapas de acce­so y todos van a pie, algu­nos con carri­tos de la com­pra, otros en bicis y con la mochi­la bien car­ga­da. Una autén­ti­ca movi­li­za­ción ciu­da­da­na deci­di­da a erra­di­car el lodo, los escom­bros y la male­za que ha traí­do el tem­po­ral. Todo el mun­do aquí en Valen­cia cono­ce a alguien afec­ta­do por la tra­ge­dia y la ayu­da ofi­cial ha tar­da­do dema­sia­do en lle­gar. Una soli­da­ri­dad espon­tá­nea y auto­ges­tio­na­da que hace recor­dar las pala­bras de Macha­do: “En Espa­ña, lo mejor es el pue­blo. Siem­pre ha sido lo mis­mo. En los tran­ces duros, los seño­ri­tos invo­can a la patria y la ven­den; el pue­blo ni la nom­bra siquie­ra, pero la com­pra con su san­gre y la sal­va. En Espa­ña no hay modo de ser per­so­na bien naci­da sin amar al pue­blo”.

En las calles de Mas­sa­nas­sa toda­vía se res­pi­ra el hedor de la tra­ge­dia. El esce­na­rio es apo­ca­líp­ti­co. Algu­nos trac­to­res de la Unió Llau­ra­do­ra i Rama­de­ra cola­bo­ran des­pe­jan­do las calles, reti­ran­do vehícu­los, cañas y barro. Los veci­nos qui­tan como pue­den el lodo y sacan a la calle todo tipo de ense­res en des­com­po­si­ción. Impre­sio­nan los coches api­la­dos, que la trom­ba de agua ha con­ver­ti­do en autos de jugue­te, bal­sas flo­tan­tes, cabal­ga­ta de cha­ta­rra y plás­ti­co. La mega­fo­nía del Ayun­ta­mien­to local recla­ma a los veci­nos que no saquen la basu­ra y hace un lla­ma­mien­to soli­ci­tan­do mate­rial sani­ta­rio. La gota fría ha arra­sa­do todo el comer­cio local. A la entra­da del pue­blo encuen­tro un Lidl saquea­do, don­de solo han deja­do unas cuan­tas latas de cer­ve­za.

Se sue­le decir que lo úni­co segu­ro es la muer­te. Es fal­so. La muer­te es una posi­bi­li­dad, allá en el futu­ro. Lo úni­co segu­ro es que estás vivo aho­ra, mien­tras lees. La úni­ca ver­dad, la úni­ca segu­ri­dad es el sen­ti­do de la pre­sen­cia, aquí y aho­ra. Y esa pre­sen­cia se ha trans­for­ma­do en estos días en soli­da­ri­dad. Pepe Cer­ve­ra, escri­tor y vecino de Alfa­far, lle­va tres días sacan­do agua del sótano de su casa. Ha teni­do que tirar más de dos mil libros, todos son aho­ra papel moja­do. En la mon­ta­ña de cajas por des­alo­jar aso­ma un poe­ma­rio: Las aguas dete­ni­das. Pepe es bra­vo y se lo toma con humor.

En un gru­po de scouts que cami­na a mi lado se comen­ta que hay pue­blos, como Alcu­dia, don­de toda­vía no ha lle­ga­do la ayu­da. Los acce­sos están cor­ta­dos y les hace fal­ta de todo, sobre todo comi­da, agua pota­ble e ins­tru­men­tos de lim­pie­za. Hay bri­llo en sus mira­das. No pue­do evi­tar recor­dar el poe­ma de Tago­re, tan cele­bra­do, que todos hemos vis­to en algu­na parro­quia, comu­na o sin­di­ca­to: “Dor­mí, y soñé que la vida era ale­gría. Des­per­té, y vi que la vida era ser­vi­cio. Ser­ví, y vi que el ser­vi­cio era ale­gría”,

Mien­tras avan­za­mos pien­so que la feli­ci­dad es siem­pre un efec­to secun­da­rio. Los budis­tas lo sabían bien. Śān­ti­de­va, un mon­je del siglo octa­vo, escri­bió una fra­se que, des­de que la leí, ha esta­do ron­dan­do mi cabe­za. “Todos los ator­men­ta­dos de este mun­do lo son por el deseo de ser feli­ces. Todos los dicho­sos lo son por el deseo de que otros lo sean”. La bús­que­da de la feli­ci­dad, tan deses­pe­ra­da y comer­cial, no hace más que traer des­gra­cias al mun­do. La feli­ci­dad, como saben los taoís­tas, es algo que ocu­rre espon­tá­nea­men­te, mien­tras uno hace otra cosa. Es un efec­to indi­rec­to de otras acti­vi­da­des. Bus­car­la direc­ta­men­te resul­ta un error estra­té­gi­co. Si esa otra cosa que uno hace es ayu­dar, enton­ces allí apa­re­ce, como por arte de magia.

Juan Arnau es filó­so­fo y astro­fí­si­co. Su últi­mo libro es Mate­ria que res­pi­ra luz (Gala­xia Guten­berg)


FOTO: Volun­ta­rios lle­van a un perro en Mas­sa­nas­sa (Valen­cia).
Lore­na Sopê­na (Euro­pa Press).

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