Eduar­do Arro­yo con Char­pa duran­te la inau­gu­ra­ción de la expo­si­ción del artis­ta madri­le­ño en la gale­ría de la calle Tapi­ne­ría; corría el año 1995. Foto, Gar­cía Pove­da, El Fla­co.

De modo ines­pe­ra­do para quie­nes la cono­ci­mos y tra­ta­mos se ha ido, joven, con 68 años, la gale­ris­ta Mer­ce­des Moreno, a la que todo el mun­do lla­ma­ba Char­pa, no sé por qué razo­nes. More­na de ape­lli­do y de aspec­to, cetri­na, de pelo sil­ves­tre y riza­do, y ges­to como de mujer racial, lor­quia­na. Char­pa, sin embar­go, no era nada ances­tral, todo lo con­tra­rio. Posi­ble­men­te fue, jun­to a Car­men Alborch, la mujer valen­cia­na más moder­na del últi­mo ter­cio del siglo XX.

Con un gru­po de ami­gos –Sal­va­dor Albi­ña­na a la dere­cha– duran­te la mues­tra home­na­je que le rin­dió Gan­día en 2008 para cele­brar sus 30 años de gale­ris­ta.

Char­pa era libre, muy de su Gan­día natal –aun­que creo que en reali­dad era de la veci­na Font d’en Carrós– pero a la vez con la cabe­za en el mun­do, par­ti­cu­lar­men­te en París, la ciu­dad don­de tra­tó de abrir­se paso inter­na­cio­nal con el arte. En cual­quier caso, era muy de la Safor, y hace unos años adqui­rió una casa en las mon­ta­ñas des­de don­de divi­sa­ba prác­ti­ca­men­te toda la comar­ca gan­dien­se.

A fina­les de los 70 y en los 80 fre­cuen­ta­ba los ambien­tes artís­ti­cos madri­le­ños con la inci­pien­te movi­da ya en mar­cha, en torno a la cua­dra de Fer­nan­do Vijan­de pri­me­ro y, más tar­de, de Jua­na de Aiz­pu­ru y de su ami­ga Sole­dad Loren­zo. Char­pa era, a su mane­ra y con su carác­ter pro­pio tan valen­ciano, nues­tra Jua­na de Aiz­pu­ru, la gale­ris­ta más sin­gu­lar, has­ta el pun­to de trans­for­mar su vida y sus cos­tum­bres en un habi­tual ges­to artís­ti­co.

Gra­cias a los ricos expor­ta­do­res de cítri­cos de la Safor pudo con­so­li­dar su aven­tu­ra gale­rís­ti­ca, pri­me­ro en Gan­día y des­pués en Valen­cia –en la calle Sor­ní y final­men­te en Tapi­ne­ría– cuan­do empe­cé a tra­tar­la. Char­pa era la más alo­ca­da y arries­ga­da de todas las gale­rías, mien­tras su ami­ga Rosa Ulpiano tra­ta­ba de con­fe­rir­le algo de cor­du­ra hacia fina­les de los 90. Para enton­ces, las “locu­ras” de Char­pa habían deja­do en Valen­cia expo­si­cio­nes memo­ra­bles y pie­zas increí­bles de artis­tas como André Derain, Man Ray, Enzo Cuc­ci, Anthony Caro –de quien con­ser­va­ba una escul­tu­ra extra­or­di­na­ria en la trastienda–o los espa­ño­les Tàpies, Sau­ra, Her­nán­dez Pijoan o Eduar­do Arro­yo.

Pero ade­más de artis­tas con­sa­gra­dos Char­pa apos­tó por jóve­nes difí­ci­les como Nacho Cria­do, Pepe Rome­ro o el mis­mo Pepe Morea. Siem­pre juga­ba al ries­go, pero sus com­pra­do­res de aque­llos años deben estar más que con­ten­tos, Char­pa les ven­dió joyas a pre­cios que, hoy, son de risa. Así que todos debe­rían levan­tar una copa de buen cham­pag­ne fran­cés, que tan­to le gus­ta­ba, y brin­dar por la peque­ña leyen­da artís­ti­ca de Char­pa, tan diver­ti­da y mor­daz, en la épo­ca en la que los gale­ris­tas recons­tru­ye­ron un mer­ca­do tan difí­cil e incom­pren­di­do como el del arte. Por su espí­ri­tu, y por las con­do­len­cias que trans­mi­ti­mos a su exma­ri­do Pere y a su hija, Mar­ta, Char­pe­ta.

1986, el escul­tor Eva­rist Nava­rro con Char­pa y Fran­cis Mon­te­si­nos. Foto, Gar­cía Pove­da, El Fla­co.

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