La Reseña
Otro Montaigne

Como caracteriza a un auténtico clásico, cada época tiene su Montaigne, que descubre perfecciones y atractivos diferentes de los que el propio autor había percibido en su obra.

Para André Gide, Mon­taig­ne (1533–1592) es el Goethe fran­cés, es decir, no solo el mejor repre­sen­tan­te del espí­ri­tu de la nación fran­ce­sa sino un escri­tor de valor uni­ver­sal. Mon­taig­ne no se redu­ce al ideal del ´hom­bre hones­to´ que trans­mi­tió la Ilus­tra­ción, o del ´huma­nis­mo cívi­co´ que con­du­jo a la inven­ción de la figu­ra del inte­lec­tual a fina­les del siglo XIX y prin­ci­pios del siglo XX, Mon­taig­ne es –en opi­nión asen­ta­da– el más gran­de euro­peo de la lite­ra­tu­ra fran­ce­sa.

La rele­van­cia de un escri­tor no depen­de sólo de la cali­dad téc­ni­ca de su obra sino tam­bién, y mucho, de la ver­sa­ti­li­dad his­tó­ri­ca de su men­sa­je. Un tex­to clá­si­co cam­bia, con­ti­nua­men­te. Esa es su mis­te­rio­sa natu­ra­le­za. Como la de Los Ensa­yos.

En este sen­ti­do, Mon­taig­ne es mul­ti­for­me. Hay un Mon­taig­ne para filó­lo­gos y otro para el lec­tor corrien­te. Como carac­te­ri­za a un autén­ti­co clá­si­co, cada épo­ca tie­ne su Mon­taig­ne, que des­cu­bre per­fec­cio­nes y atrac­ti­vos dife­ren­tes de los que el pro­pio autor había per­ci­bi­do en su obra. Esto tole­ra suce­si­vas lec­tu­ras de su tex­to: ilus­tra­das, román­ti­cas, pos­mo­der­nas…

En 1992, en el cuar­to cen­te­na­rio de su muer­te, se impu­so otro tipo de Mon­taig­ne:  el del Otro, el del Via­je, el del Nue­vo Mun­do… Es, pues, entre otras cosas, pre­cur­sor del rela­ti­vis­mo cul­tu­ral, del mul­ti­cul­tu­ra­lis­mo, tan arrai­ga­do aho­ra. Escri­bía a pro­pó­si­to de ello: “Pode­mos muy bien lla­mar­los bár­ba­ros con res­pec­to a las reglas de la razón, pero no con res­pec­to a noso­tros que los supe­ra­mos en toda suer­te de bar­ba­rie”. Dicho esto, por un euro­peo del siglo XVI es una auda­cia inte­lec­tual y de un cora­je moral difí­cil­men­te valo­ra­ble, por el amo­do­rra­do euro­peo de los días de hoy.

El Mon­taig­ne de hoy es más embro­lla­do, más com­ple­jo, y más fiel al ori­gi­nal. La pre­sen­te tra­duc­ción ha uti­li­za­do la edi­ción de 1595 de Marie de Gour­nay, que fue la pri­me­ra; pero se han evi­ta­do sus pecu­lia­ri­da­des tipo­grá­fi­cas, del siglo XVI, como la ausen­cia de párra­fos, que resul­ta­ría un dolo­ro­so adies­tra­mien­to para el lec­tor actual.

El mode­lo vigen­te duran­te varias gene­ra­cio­nes fue obra del eru­di­to invi­den­te Pie­rre Villey. Éste ela­bo­ró unos Ensa­yos de con­di­ción más afa­ble para el lec­tor moderno.

Mon­taig­ne nun­ca ima­gi­nó que hoy le segui­ría­mos leyen­do. “Escri­bo para pocos hom­bres, y para pocos años”. Jus­ti­fi­ca su afir­ma­ción: “Si se hubie­ra tra­ta­do de una mate­ria dura­de­ra habría sido nece­sa­rio con­fiar­la a una len­gua más fir­me (el latín). Ate­nién­do­nos a la con­ti­nua varia­ción que ha segui­do nues­tra len­gua aho­ra (el fran­cés), ¿quién pue­de espe­rar que su for­ma actual siga en vigor den­tro de cin­cuen­ta años?“.

Como obser­va en su exce­len­te pró­lo­go Antoi­ne Com­pag­non: “Los afi­cio­na­dos extran­je­ros ten­drán la opción de leer­lo en una len­gua moder­na, tra­du­ci­do. Tie­nen sobre el lec­tor fran­cés nor­mal una gran ven­ta­ja: se les pro­cu­ra regu­lar­men­te   tra­duc­cio­nes nue­vas, rehe­chas en su len­gua actual, sin que ello alar­me a nadie”. Des­ven­ta­ja simi­lar pade­ce el lec­tor corrien­te his­pano ante el Qui­jo­te.

Otra difi­cul­tad es la abun­dan­cia de citas de auto­res clá­si­cos; el lec­tor común tien­de a esqui­var­las. Pero cons­ti­tu­yen un ele­men­to esen­cial en el que se for­ja el pen­sa­mien­to y la len­gua de Mon­taig­ne. En cier­to modo, todos sus Ensa­yos no son sino glo­sas y comen­ta­rios a una mul­ti­tud de tex­tos de los auto­res clá­si­cos grie­gos y lati­nos.

Este anti­guo alcal­de de Bur­deos dice en la dedi­ca­to­ria de sus Ensa­yos: “Yo mis­mo soy la mate­ria de mi libro”. La escri­tu­ra sobre uno mis­mo es inse­pa­ra­ble de la cons­ti­tu­ción de uno mis­mo; iden­ti­dad que no ha de bus­car­se en la reve­la­ción de una his­to­ria ocul­ta, como que­ría la tra­di­ción auto­bio­grá­fi­ca fun­da­da en las Con­fe­sio­nes de San Agus­tín o de Rous­seau, sino en la com­po­si­ción de un yo estu­dio­so a tra­vés de los tex­tos.

Por lo demás, es una obra en la que cabe de todo, un tex­to mul­ti­for­me. Los títu­los de los capí­tu­los dan una idea de esa obs­ce­na varie­dad: La ocio­si­dad, Si el jefe de una pla­za sitia­da debe salir a par­la­men­tar, La for­ma­ción de los hijos, Los caní­ba­les, La cos­tum­bre de ves­tir­se, Los olo­res, Cómo nues­tro espí­ri­tu se estor­ba a sí mis­mo, La incons­tan­cia de nues­tras accio­nes, Con­tra la hol­ga­za­ne­ría, La cobar­día, madre de la cruel­dad, Un niño mons­truo­so, El arte de las dis­cu­sio­nes, Obser­va­ción sobre los medios que Julio César usa­ba para hacer la gue­rra, Todas las cosas tie­nen su hora…

Mon­taig­ne fue enemi­go decla­ra­do del maquia­ve­lis­mo; siem­pre con­fió en la vir­tud anti­gua de la pala­bra dada.


Por­ta­da del libro.

Títu­lo: Los ensa­yos

Autor: Michel de Mon­taig­ne

Tra­duc­tor: J. Bayod Brau

Edi­to­rial: Acan­ti­la­do

Pági­nas: 1.728

Compartir es vivir!

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia