Durante las últimas semanas, venimos asistiendo a un notable encarecimiento de la deuda soberana española, los seguros contra el impago de la misma, así como a la escasez de demanda, y carestía por lo tanto, en las colocaciones de deuda comercial y financiera de entidades procedentes de nuestro país. Se habla sin cesar de lo injusto del tratamiento de “los mercados” o de los “especuladores”, y considero que lo verdaderamente injusto es la deformación del lenguaje para ocultar o negar una realidad tozuda. Primero porque “los mercados” no son más que la suma de miles de decisiones tomadas por personas con responsabilidades concretas de optimizar los ahorros de millones de personas e instituciones. Nadie culparía al gestor del plan de pensiones del que es partícipe, por aumentar las ganancias de los ahorros que le ha confiado para el día de mañana. Y todos le culparíamos por ser “justo” con un país cuya deuda valga, mañana, menos de lo que ha invertido en ella hoy. Por lo tanto, “los mercados” somos todos y cada uno de nosotros, que cuando invertimos lo hacemos para obtener rentabilidades, no para hacer justicia, pues para eso ya hay otros mecanismos.
En cuanto a los “especuladores”, supongo que son los mismos que cuando invierten y no venden reciben el calificativo de “inversores”, con lo que, según confíen o desconfíen, se les adjetiva con o sin carga peyorativa. Parece pueril tal distinción, pues en ambos casos están cumpliendo con su obligación de rentabilizar inversiones o minimizar riesgos o pérdidas potenciales.Dicho lo anterior, habría que ir al origen de los movimientos de capital que traen como consecuencia las turbulencias financieras recientes. Y el origen no es otro que la pérdida de credibilidad de nuestro país, y por ende, de sus gobernantes. Y de ello no se puede culpar a los inversores, que simplemente actúan con coherencia.
Si el déficit es excesivo, y hay posible incumplimiento, habrá que corregir la situación con hechos inmediatos y contundentes, no con palabras ni fotografías. Si la regulación del mercado de trabajo lo convierte en inflexible y caro, el desempleo es una consecuencia, y la causa lo primero. Y si el paro persiste, el consumo decae, y con este, los pedidos a fábrica, y con estos, las inversiones en maquinaria, materias y empleo, etc. etc.
Por todo lo anterior, para devolver la confianza a los inversores, hay que gobernar en línea con lo que los inversores entienden, el crecimiento del PIB, el consumo, la competitividad y la contención del gasto público. Y por supuesto, transparencia y rigor en las cuentas. Justo lo mismo que exige un banco cuando un deudor pasa por apuros para hacer frente a sus deudas.
Así pues, poco o nada habrá que objetar a nuestro principal empresario, Juan Roig, por tener citas previas ineludibles y no poder asistir al encuentro de la Moncloa, pues los que le conocemos, y somos muchos, sabemos que su tiempo lo emplea en mantener y acrecentar la credibilidad de su empresa, y poco en hacerse fotos.
Durante las últimas semanas, venimos asistiendo a un notable encarecimiento de la deuda soberana española, los seguros contra el impago de la misma, así como a la escasez de demanda, y carestía por lo tanto, en las colocaciones de deuda comercial y financiera de entidades procedentes de nuestro país. Se habla sin cesar de lo injusto del tratamiento de “los mercados” o de los “especuladores”, y considero que lo verdaderamente injusto es la deformación del lenguaje para ocultar o negar una realidad tozuda. Primero porque “los mercados” no son más que la suma de miles de decisiones tomadas por personas con responsabilidades concretas de optimizar los ahorros de millones de personas e instituciones. Nadie culparía al gestor del plan de pensiones del que es partícipe, por aumentar las ganancias de los ahorros que le ha confiado para el día de mañana. Y todos le culparíamos por ser “justo” con un país cuya deuda valga, mañana, menos de lo que ha invertido en ella hoy. Por lo tanto, “los mercados” somos todos y cada uno de nosotros, que cuando invertimos lo hacemos para obtener rentabilidades, no para hacer justicia, pues para eso ya hay otros mecanismos.
En cuanto a los “especuladores”, supongo que son los mismos que cuando invierten y no venden reciben el calificativo de “inversores”, con lo que, según confíen o desconfíen, se les adjetiva con o sin carga peyorativa. Parece pueril tal distinción, pues en ambos casos están cumpliendo con su obligación de rentabilizar inversiones o minimizar riesgos o pérdidas potenciales.Dicho lo anterior, habría que ir al origen de los movimientos de capital que traen como consecuencia las turbulencias financieras recientes. Y el origen no es otro que la pérdida de credibilidad de nuestro país, y por ende, de sus gobernantes. Y de ello no se puede culpar a los inversores, que simplemente actúan con coherencia.
Si el déficit es excesivo, y hay posible incumplimiento, habrá que corregir la situación con hechos inmediatos y contundentes, no con palabras ni fotografías. Si la regulación del mercado de trabajo lo convierte en inflexible y caro, el desempleo es una consecuencia, y la causa lo primero. Y si el paro persiste, el consumo decae, y con este, los pedidos a fábrica, y con estos, las inversiones en maquinaria, materias y empleo, etc. etc.
Por todo lo anterior, para devolver la confianza a los inversores, hay que gobernar en línea con lo que los inversores entienden, el crecimiento del PIB, el consumo, la competitividad y la contención del gasto público. Y por supuesto, transparencia y rigor en las cuentas. Justo lo mismo que exige un banco cuando un deudor pasa por apuros para hacer frente a sus deudas.
Así pues, poco o nada habrá que objetar a nuestro principal empresario, Juan Roig, por tener citas previas ineludibles y no poder asistir al encuentro de la Moncloa, pues los que le conocemos, y somos muchos, sabemos que su tiempo lo emplea en mantener y acrecentar la credibilidad de su empresa, y poco en hacerse fotos.
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