Justo cuando emergían las críticas el IVAM se descuelga con una de las exposiciones grandes del año. Malas calles, rendido homenaje a Scorsese en el título por parte de José Miguel Cortés, uno de los penúltimos comisarios de tesis que aún quedan. No deja de ser curioso que Cortés reaparezca como socorro del Ivam, Cortés, uno de los pocos teóricos del arte al que puede encajarle la consideración de crítico, cuando resulta que la asociación que agrupa a los autointitulados como tales se descolgaba con un manifiesto pidiendo prácticas más democráticas –¡sic!– en los museos valencianos. Dejemos de lado la cuestión de a quién representa Avca. Lo paradójico, decía, es el regreso del comisario y de la exposición de tesis al Ivam en un momento como el presente. Exposición de tesis, con montaje de gabinete, incluyendo salitas de estar, y muchísima papelería, citas literarias y abundantes ideas filosóficas rotuladas en las paredes –que no falte la filosofía en el arte, por favor… Lleno hasta la bandera en la inauguración y de buenos paladares, con puesta en valor de los fondos del museo, muchos adquiridos en la época heroica de Vicent Todolí. Piezas extraordinarias de Grosz, Rodchenko, Basilico o Hamilton por citar a unos pocos de entre los grandes, y fotografías realmente notables de Ed Ruscha o Dan Graham –las de Cindy Sherman son de tono menor, con todos los respetos y admiración a la artista de Nueva Jersey. En suma, un festín para la sociedad de consumidores artísticos.Una alegría que debería servir para restañar heridas al hilo de las eternas disputas que tienen lugar en el ámbito del arte contemporáneo, muchas veces oficiadas por el temperamento apasionado del propio universo artístico, por su cúmulo de teoría y valoración crítica –amén de su compromiso social que diría Borja Vilell–, pero también por el exceso financiero que hay en juego en muchas otras ocasiones. Ni son nuevas las peleas ni carecen de sentido. Recordemos, por ejemplo, las trifulcas que se han perpetrado en Arco, los ríos de sangre que hemos visto correr y, finalmente, lo que ha devenido es la floración de hasta cinco ferias o festivales artísticos en el mismo Madrid y en las mismísimas fechas: Arco, Just Madrid, Art Madrid, Dearte y Flecha, cada una a su bola y con su principio programático por montera. Lo cual tampoco es nuevo, ha empezado a ocurrir en todas las grandes ferias internacionales –Basilea, sin ir más lejos–, y ha ocurrido siempre, por ejemplo con los salones de los refusés. Quiero decir que en el arte se suelen armar muchas camorras pero que, al final, estas luchas de poder por el estatuto forman parte de la naturaleza misma del arte, cuyos vaivenes jerárquicos producen vértigo a lo largo de los tiempos. Entre tanto, un servidor anuncia su regreso al Ivam, el retorno al proyecto de la modernización de nuestra casa que, conviene recordar, tiene pendiente su proyecto de ampliación, colosalmente tenue y tecnológico.
En el mismo IVAM, precisamente, tuvo lugar hace unas semanas la sesión de trabajo, tormenta de ideas o braimstorming, a propósito de las posibilidades tecnológicas de la ciudad de Valencia. La jornada estuvo auspiciada por AVE, cuyos directivos seguían hablando de las posibilidades de renovación de la industria tradicional valenciana, esto es, el calzado, el mueble, el juguete… sectores a los que, sin negar esa posibilidad de refundación, no vemos con muchas posibilidades de convertirse en la locomotora económica que necesitamos para el futuro. Invitados suizos, norteamericanos y brasileños opinaron, en cambio, de un modo mucho más abierto: puesto que lo que se transforma es el paradigma no hay nada que nos obligue a continuar con nuestros seculares atavismos. Lo que hay que crear son nuevas vías, nuevas formas, amén de las reinvenciones. A veces la economía funciona como el arte y vive épocas, como la presente, de completa transformación. Habrá, pues, que buscar entre los innovadores, entre los jóvenes que pululan los campus de nuestras universidades, como esos chicos –dos estudiantes de Bellas Artes y uno de Informática del Politécnico– que han empezado a trabajar para la Pixar de Steve Jobs. La pena es que se han instalado en… Barcelona.
Justo cuando emergían las críticas el IVAM se descuelga con una de las exposiciones grandes del año. Malas calles, rendido homenaje a Scorsese en el título por parte de José Miguel Cortés, uno de los penúltimos comisarios de tesis que aún quedan. No deja de ser curioso que Cortés reaparezca como socorro del Ivam, Cortés, uno de los pocos teóricos del arte al que puede encajarle la consideración de crítico, cuando resulta que la asociación que agrupa a los autointitulados como tales se descolgaba con un manifiesto pidiendo prácticas más democráticas –¡sic!– en los museos valencianos. Dejemos de lado la cuestión de a quién representa Avca. Lo paradójico, decía, es el regreso del comisario y de la exposición de tesis al Ivam en un momento como el presente. Exposición de tesis, con montaje de gabinete, incluyendo salitas de estar, y muchísima papelería, citas literarias y abundantes ideas filosóficas rotuladas en las paredes –que no falte la filosofía en el arte, por favor… Lleno hasta la bandera en la inauguración y de buenos paladares, con puesta en valor de los fondos del museo, muchos adquiridos en la época heroica de Vicent Todolí. Piezas extraordinarias de Grosz, Rodchenko, Basilico o Hamilton por citar a unos pocos de entre los grandes, y fotografías realmente notables de Ed Ruscha o Dan Graham –las de Cindy Sherman son de tono menor, con todos los respetos y admiración a la artista de Nueva Jersey. En suma, un festín para la sociedad de consumidores artísticos.Una alegría que debería servir para restañar heridas al hilo de las eternas disputas que tienen lugar en el ámbito del arte contemporáneo, muchas veces oficiadas por el temperamento apasionado del propio universo artístico, por su cúmulo de teoría y valoración crítica –amén de su compromiso social que diría Borja Vilell–, pero también por el exceso financiero que hay en juego en muchas otras ocasiones. Ni son nuevas las peleas ni carecen de sentido. Recordemos, por ejemplo, las trifulcas que se han perpetrado en Arco, los ríos de sangre que hemos visto correr y, finalmente, lo que ha devenido es la floración de hasta cinco ferias o festivales artísticos en el mismo Madrid y en las mismísimas fechas: Arco, Just Madrid, Art Madrid, Dearte y Flecha, cada una a su bola y con su principio programático por montera. Lo cual tampoco es nuevo, ha empezado a ocurrir en todas las grandes ferias internacionales –Basilea, sin ir más lejos–, y ha ocurrido siempre, por ejemplo con los salones de los refusés. Quiero decir que en el arte se suelen armar muchas camorras pero que, al final, estas luchas de poder por el estatuto forman parte de la naturaleza misma del arte, cuyos vaivenes jerárquicos producen vértigo a lo largo de los tiempos. Entre tanto, un servidor anuncia su regreso al Ivam, el retorno al proyecto de la modernización de nuestra casa que, conviene recordar, tiene pendiente su proyecto de ampliación, colosalmente tenue y tecnológico.
En el mismo IVAM, precisamente, tuvo lugar hace unas semanas la sesión de trabajo, tormenta de ideas o braimstorming, a propósito de las posibilidades tecnológicas de la ciudad de Valencia. La jornada estuvo auspiciada por AVE, cuyos directivos seguían hablando de las posibilidades de renovación de la industria tradicional valenciana, esto es, el calzado, el mueble, el juguete… sectores a los que, sin negar esa posibilidad de refundación, no vemos con muchas posibilidades de convertirse en la locomotora económica que necesitamos para el futuro. Invitados suizos, norteamericanos y brasileños opinaron, en cambio, de un modo mucho más abierto: puesto que lo que se transforma es el paradigma no hay nada que nos obligue a continuar con nuestros seculares atavismos. Lo que hay que crear son nuevas vías, nuevas formas, amén de las reinvenciones. A veces la economía funciona como el arte y vive épocas, como la presente, de completa transformación. Habrá, pues, que buscar entre los innovadores, entre los jóvenes que pululan los campus de nuestras universidades, como esos chicos –dos estudiantes de Bellas Artes y uno de Informática del Politécnico– que han empezado a trabajar para la Pixar de Steve Jobs. La pena es que se han instalado en… Barcelona.
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