Todo el mundo tiene la sensación de estar inmerso en una pesadilla económica y financiera sin fin. Todas las portadas y principales titulares de los medios resaltan aspectos casi dantescos del actual estado de las cosas, y da igual que el escenario sea regional como nacional o internacional. Los vocablos más utilizados son del tipo “debacle”, “crash”, “desplome”, “hundimiento” etc.
En nuestro país somos poco dados a parametrizar los fenómenos sociológicos, al contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, donde hasta la más insignificante pauta de comportamiento social se estudia, analiza y cuantifica estadísticamente. Hay programas que miden incluso la intensidad, el número y la prioridad con la que los artículos de los medios de comunicación citan palabras, y/o conceptos económicos y financieros, de carácter negativo o positivo a lo largo de ciclos económicos.
Lo anterior es una consecuencia y, al mismo tiempo, la causa del estado de ánimo y de cómo se propaga el mismo a través de los medios. Cuántas veces escuchamos últimamente comentarios del tipo “no quiero leer los periódicos porque me pongo de mal humor” o “pones la radio y todo son malas noticias”. Y es verdad que, en épocas como la actual, la preponderancia, intensidad y número de veces en las que se emplean adjetivos, conceptos, y en general palabras de contenido negativo es muy alto. Y lo contrario pasa en épocas de gran expansión y crecimiento.
Ambos fenómenos retroalimentan al alza, o a la baja, el ánimo y por tanto las expectativas de todos aquellos que tienen ámbitos de responsabilidad económica y financiera. Gestores de fondos, inversores institucionales o particulares, gobernantes, directivos de grandes empresas, etc., se ven a diario afectados como seres emocionales por la gran carga que supone la apabullante cantidad de información de uno u otro signo. En consecuencia, invertir o, al menos, atemperar y equilibrar al alza o a la baja la corriente dominante informativa, es una necesidad y una terapia muy saludable social y económicamente.
Por ello, y porque es difícil estar peor, soy de los que cree que estamos tocando suelo y queda menos, y relativamente poco, para darle la vuelta a la situación en la que nos encontramos. Las grandes reformas están en marcha (laboral, fiscal, financiera, presupuestaria, judicial, etc.) a nivel nacional y regional. Algunas de ellas tendrán como consecuencia un repentino empeoramiento de algunos indicadores (paro, pérdida de poder adquisitivo, mayor esfuerzo fiscal…), pero son necesarios para estabilizar la economía y sentar las bases del nuevo ciclo expansivo. Estamos incursos en un proceso quimioterapéutico, destructivo pero sanador.
Europa, y Alemania a la cabeza, empieza a dar muestras de cierta flexibilidad a la hora de inyectar liquidez en el sistema, y lo estamos notando desde hace un mes y medio a través de las subastas del tesoro y la prima de riesgo. Falta que la banca aflore pérdidas inmobiliarias y sanee balances, que los gobiernos reduzcan déficit, que salarios y precios ganen competitividad, y que el crédito vuelva a fluir con cierta normalidad. Pero al menos, la financiación del Estado empieza a normalizarse. Definitivamente creo que estamos empezando a tocar suelo.
Todo el mundo tiene la sensación de estar inmerso en una pesadilla económica y financiera sin fin. Todas las portadas y principales titulares de los medios resaltan aspectos casi dantescos del actual estado de las cosas, y da igual que el escenario sea regional como nacional o internacional. Los vocablos más utilizados son del tipo “debacle”, “crash”, “desplome”, “hundimiento” etc.
En nuestro país somos poco dados a parametrizar los fenómenos sociológicos, al contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, donde hasta la más insignificante pauta de comportamiento social se estudia, analiza y cuantifica estadísticamente. Hay programas que miden incluso la intensidad, el número y la prioridad con la que los artículos de los medios de comunicación citan palabras, y/o conceptos económicos y financieros, de carácter negativo o positivo a lo largo de ciclos económicos.
Lo anterior es una consecuencia y, al mismo tiempo, la causa del estado de ánimo y de cómo se propaga el mismo a través de los medios. Cuántas veces escuchamos últimamente comentarios del tipo “no quiero leer los periódicos porque me pongo de mal humor” o “pones la radio y todo son malas noticias”. Y es verdad que, en épocas como la actual, la preponderancia, intensidad y número de veces en las que se emplean adjetivos, conceptos, y en general palabras de contenido negativo es muy alto. Y lo contrario pasa en épocas de gran expansión y crecimiento.
Ambos fenómenos retroalimentan al alza, o a la baja, el ánimo y por tanto las expectativas de todos aquellos que tienen ámbitos de responsabilidad económica y financiera. Gestores de fondos, inversores institucionales o particulares, gobernantes, directivos de grandes empresas, etc., se ven a diario afectados como seres emocionales por la gran carga que supone la apabullante cantidad de información de uno u otro signo. En consecuencia, invertir o, al menos, atemperar y equilibrar al alza o a la baja la corriente dominante informativa, es una necesidad y una terapia muy saludable social y económicamente.
Por ello, y porque es difícil estar peor, soy de los que cree que estamos tocando suelo y queda menos, y relativamente poco, para darle la vuelta a la situación en la que nos encontramos. Las grandes reformas están en marcha (laboral, fiscal, financiera, presupuestaria, judicial, etc.) a nivel nacional y regional. Algunas de ellas tendrán como consecuencia un repentino empeoramiento de algunos indicadores (paro, pérdida de poder adquisitivo, mayor esfuerzo fiscal…), pero son necesarios para estabilizar la economía y sentar las bases del nuevo ciclo expansivo. Estamos incursos en un proceso quimioterapéutico, destructivo pero sanador.
Europa, y Alemania a la cabeza, empieza a dar muestras de cierta flexibilidad a la hora de inyectar liquidez en el sistema, y lo estamos notando desde hace un mes y medio a través de las subastas del tesoro y la prima de riesgo. Falta que la banca aflore pérdidas inmobiliarias y sanee balances, que los gobiernos reduzcan déficit, que salarios y precios ganen competitividad, y que el crédito vuelva a fluir con cierta normalidad. Pero al menos, la financiación del Estado empieza a normalizarse. Definitivamente creo que estamos empezando a tocar suelo.