Tras el éxi­to de “El pla­gio”, Jimé­nez regre­sa a las libre­rías con “El inci­den­te”, una refle­xión sobre la salud men­tal dis­fra­za­da de nove­la de mis­te­rio.

 

Tex­to: Javier Cava­ni­lles

Un suce­so pun­tual, que tuvo lugar en el mis­mo hos­pi­tal en el que el autor fue ingre­sa­do hace aho­ra dos déca­das, fue el deto­nan­te de El Inci­den­te, una ori­gi­nal apro­xi­ma­ción al mun­do de la salud men­tal, que se apo­ya en un estruc­tu­ra polié­dri­ca y un esti­lo lite­ra­rio que ha con­ver­ti­do a Daniel Jimé­nez en un valor en alza.

—Sin des­tri­par el libro, ¿cómo lo resu­mi­rías?

El inci­den­te es, bási­ca­men­te, una inves­ti­ga­ción que empren­de el pro­ta­go­nis­ta, que soy yo, cuan­do se ente­ra de un hecho que tuvo lugar en la mis­ma plan­ta de psi­quia­tría en la que él estu­vo ingre­sa­do hace dos déca­das. Fue un suce­so entre un pacien­te joven, de 20 años, que esta­ba ingre­sa­do por ter­ce­ra vez, y el jefe de la uni­dad de agu­dos del hos­pi­tal. Cuan­do el pro­ta­go­nis­ta se ente­ra del hecho, le per­tur­ba esa infor­ma­ción y deci­de inves­ti­gar y ave­ri­guar qué ocu­rrió. Pero la pre­gun­ta no es tan­to qué pasó enton­ces como qué ha ido pasan­do a lo lar­go de todo este tiem­po. Por el camino, el pro­ta­go­nis­ta va enlo­que­cien­do, obse­sio­nán­do­se con este caso, lo que hace aflo­rar sus pro­pios trau­mas y cir­cuns­tan­cias.

— Como escri­tor eres un cho­llo, tus libros se basan en ti.

— [Se ríe] Bueno, no tan­to cuan­do lo que te pasa no es tan agra­da­ble y lo tie­nes que con­tar, ¿no?, pero un poco cho­llo sí. Bueno, al final todos los escri­to­res más o menos par­ten de expe­rien­cias pro­pias para lue­go inten­tar con­tar­las, uni­ver­sa­li­zar­las. Aquí, a dife­ren­cia de lo que ocu­rrió con El Pla­gio o Cocaí­na, el mate­rial auto­bio­grá­fi­co me sir­ve para para inten­tar tras­cen­der­lo; yo estoy, pero no solo hablo yo. Lo que he inten­ta­do es abar­car muchas pers­pec­ti­vas, muchos pun­tos de vis­ta, y por eso es un enfo­que poli­fó­ni­co. El pro­ta­go­nis­ta soy yo y el libro tie­ne mucho de auto­bio­grá­fi­co, pero es más coral.

— Los curas hablan de cul­pa, los médi­cos hablan de res­pon­sa­bi­li­dad. Sin des­tri­par el libro, ¿qué expli­ca mejor el ‘inci­den­te’?

— A lo lar­go del libro, el pro­pio Daniel Jimé­nez se va dan­do cuen­ta de que no es tan­to enten­der lo que pasó, sino enten­der por qué pasó, qué cir­cuns­tan­cias lle­va­ron a cada uno de los pro­ta­go­nis­tas a com­por­tar­se de esa for­ma, qué hay detrás. ¿Qué car­gas fami­lia­res arras­tran? ¿Qué deu­das tie­ne con con­si­go mis­mos y qué papel inter­pre­tan ese en ese alter­ca­do? Enton­ces, cla­ro, la cul­pa, la res­pon­sa­bi­li­dad, el mie­do, el ren­cor van sur­gien­do. Son un mon­tón de emo­cio­nes dife­ren­tes según quién las tras­la­de. Hay cul­pa y hay res­pon­sa­bi­li­dad, pero nin­gu­na expli­ca por sí sola el inci­den­te.

— ¿Fue un inci­den­te o varios inci­den­tes, uno por tes­ti­go?

— Com­pa­ñe­ros de la víc­ti­ma, tra­ba­ja­do­res, per­so­nas que lo vie­ron, per­so­nas que se lo con­ta­ron… cada uno va apor­tan­do una capa más de com­ple­ji­dad a lo que pare­cía un hecho fácil de expli­car. Pare­ce una anéc­do­ta que se podía des­pa­char en dos líneas y, sin embar­go, ha reque­ri­do de 350 pági­nas y tres años de inves­ti­ga­ción para poder enten­der su com­ple­ji­dad. Si fue un inci­den­te vis­to de varios pun­tos de vis­to o muchos, resu­mi­dos en uno solo, es difí­cil de decir.

— La salud men­tal, por suer­te está dejan­do de ser tabú. Inclu­so algu­nos pare­cen que han vis­to el filón, como Ángel Mar­tín, que no sé si es a quién se refie­re el per­so­na­je del cela­dor, pero tu pun­to de vis­ta es dis­tin­to.

— He que­ri­do dar una visión más calei­dos­có­pi­ca, más lite­ra­ria. Des­de el prin­ci­pio sabía que no que­ría pare­cer­me a ese tipo de libros que has men­cio­na­do, que se acer­can de des­de lo banal y des­de el exhi­bi­cio­nis­mo —des­de la ren­ta­bi­li­dad inclu­so— a algo que me pare­ce muy serio. Que­ría que par­ti­ci­pa­ra la mayor can­ti­dad posi­ble de impli­ca­dos, que enten­dié­ra­mos la difi­cul­tad de abor­dar este tema y hacer­lo con serie­dad, con rigor, con pro­fun­di­dad, para poder poner­nos en el lugar del otro. Que­ría, como narra­dor, que el lec­tor fue­ra pasan­do de un per­so­na­je a otro y vie­ra que entre ellos se con­tra­di­cen, que lle­ga­ra a calle­jo­nes sin sali­da, que en un momen­to lo ten­ga todo cla­ro y al siguien­te, se le cai­ga el cas­ti­llo. Es una for­ma de refle­jar la com­ple­ji­dad de la salud men­tal, que no es fácil ni de narrar ni de enten­der.

— Sí, tu visión es más com­ple­ja que la del pacien­te que tie­ne un pro­ble­ma men­tal.

— Por mi expe­rien­cia per­so­nal, que­ría refle­xio­nar sobre cómo reac­cio­nar cuan­do alguien se vuel­ve lo que lla­ma­mos loco o por qué, y qué sig­ni­fi­ca que alguien se vuel­va loco. ¿Para quién? ¿En qué, en qué cir­cuns­tan­cias? Bueno, ese era el obje­ti­vo, yo creo que por eso he tar­da­do tres años. Si hubie­ra con­ta­do mi caso, si hubie­ra hecho una cosa más sim­ple, segu­ra­men­te que lo hubie­ra ter­mi­na­do antes y, a lo mejor, has­ta ven­de­ría más. Así, el inci­den­te tie­ne un poco de Mac­guf­fin, pero tam­bién es un hilo con­duc­tor bas­tan­te sóli­do para con­tar algo cuyos con­tor­nos no están nada cla­ros.

— El lec­tor avan­za en la nove­la inten­tan­do saber qué pasó, pero al final no es tan impor­tan­te.

— Sí, la gen­te se pre­gun­ta qué pasó, pero al final lo que pasó real­men­te tam­po­co es tan impor­tan­te, sino por qué pasó, cómo pasó, cómo vivió cada uno lo que pasó, las reper­cu­sio­nes que tuvo… Hay gen­te que no lo vio como algo gra­ve, inclu­so lo pode­mos leer como algo casi anec­dó­ti­co no como el enfren­ta­mien­to que fue. Lo que ocu­rrió depen­de de quién lo vivió y de cómo lo expre­se. Des­de lue­go, no fue el mis­mo inci­den­te para la resi­den­te o para otros com­pa­ñe­ros del médi­co que lo vie­ron en pri­me­ra per­so­na. Eso, sin olvi­dar que fue algo gra­ve como es una agre­sión de un pro­fe­sio­nal.

Pero vol­ve­mos a lo del Mac­guf­fin, está la sen­sa­ción de que, bueno, sigo leyen­do que ya me con­ta­rán lo que pasó, lue­go me ente­ra­ré y, mien­tras, va apa­re­cien­do toda esa reali­dad, ese día a día en una plan­ta de enfer­mos men­ta­les agu­dos. Que­ría lle­var al lec­tor den­tro del sis­te­ma de salud men­tal, vien­do los hos­pi­ta­les de día, un cen­tro de salud… expli­car cómo fun­cio­na. Que­ría tam­bién que nos detu­vié­ra­mos en cada dis­po­si­ti­vo, en cada per­so­na y en cada cir­cuns­tan­cia. En defi­ni­ti­va, en cada ángu­lo des­de el que inter­pre­tar el inci­den­te.

— Tú pasas­te una tem­po­ra­da en ese mis­mo cen­tro. ¿El libro te ha hecho enten­der mejor tu pro­pia estan­cia?

— El paso del tiem­po me ha posi­bi­li­ta­do el acer­car­me a esa expe­rien­cia des­de otro lugar, no con temor ni con páni­co, por­que recor­dar esos momen­tos es bas­tan­te dolo­ro­so, sino de otra for­ma. Han pasa­do 20 años y he toma­do medi­ca­ción; eso da pers­pec­ti­va para enfren­tar­te a tu pro­pio pro­ce­so.

A lo mejor, cuan­do alguien escri­be en calien­te sobre lo que le aca­ba de pasar, es muy difí­cil poner­se en el lugar de ese otro ‘yo’, por­que estás com­ple­ta­men­te imbui­do por su pro­pio pro­ce­so, por su pro­pia des­truc­ción o su pro­pio des­equi­li­brio. Este este libro no lo podría haber escri­to dos años des­pués de lo que me ocu­rrió por­que tenía 20 años, y tam­po­co tenía las lec­tu­ras, la cal­ma, o la expe­rien­cia para poder enfren­tar­me a algo así; el tiem­po me ha veni­do muy bien para ir asu­mien­do poco a poco lo que me pasó. He podi­do pre­gun­tar­me cómo se sin­tió el psi­quia­tra que me aten­dió, el auxi­liar que esta­ba allí tra­ba­jan­do día tras día, los cela­do­res que te tie­nen que atar a la cama…

— ¿Hay algo de la Tram­pa 22 de Joseph Heller al hablar de la enfer­me­dad men­tal? Si sabes que estás loco, que tie­nes un pro­ble­ma men­tal, igual no estás tan mal.

— Algo hay. ¿Quién le pone nom­bre a las cosas, en qué cir­cuns­tan­cias y en qué con­tex­to? Por­que es cier­to que depen­de del momen­to his­tó­ri­co, pues la enfer­me­dad men­tal se cata­lo­ga de una for­ma o de otra en fun­ción de la épo­ca. Antes, por ejem­plo, cuan­do una mujer tenía una depre­sión, se le eti­que­ta­ba como his­té­ri­ca, pero la his­te­ria ya ni siquie­ra está cata­lo­ga­da como una enfer­me­dad men­tal.

Las pro­pias pala­bras son las que deter­mi­nan qué es estar loco o qué es estar cuer­do, y se modi­fi­can en el tiem­po por par­te de los pro­fe­sio­na­les. Ya sea por tér­mi­nos, o por cues­tio­nes polí­ti­cas, hay veces que se ha uti­li­za­do ‘la locu­ra’ des­de la polí­ti­ca, para qui­tar enemi­gos de en medio… es un tema muy com­ple­jo. En el caso de Ale­jan­dro, el pro­ta­go­nis­ta, no aca­ba de asu­mir el diag­nós­ti­co, pero entien­de que las cosas a lo mejor no van como debe­rían. No sabe si le han col­ga­do el San Beni­to de loco o su psi­quia­tra tie­ne razón.

— Se supo­ne que Ale­jan­dro es el que tie­ne el pro­ble­ma men­tal, pero igual su médi­co está aún peor.

— Si, se supo­ne que es Ricar­do Mon­te­si­nos, es una per­so­na de orden, tipo res­pon­sa­ble, con estu­dios, doc­tor… pero a lo mejor no está para pre­di­car con el ejem­plo, y eso que es el psi­quia­tra. Lo que le bene­fi­cia a nivel social es que la gen­te no cree que pue­da estar loco, es un médi­co, y eso le exi­me. Otra vez vol­ve­mos a las eti­que­tas: como es el médi­co solo pue­de estar sano. Un giro intere­san­te que hay en la nove­la es pre­ci­sa­men­te el de pre­gun­tar­se qué pasa si el que nos tie­ne que curar de la locu­ra está loco o pare­ce que está loco. Creo que en El inci­den­te no hay cuer­dos ni locos, mues­tra que todos pode­mos enlo­que­cer. Tran­si­tar por la vida es un ejer­ci­cio que nos pue­de situar a veces arri­ba, a veces aba­jo, a veces en el bien y a veces en el mal, y depen­de de las cir­cuns­tan­cias casi más que de noso­tros mis­mos.

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