Maite Ibáñez, gestora cultural
Maite Ibáñez, gestora cultural y crítica de arte, trabaja como técnica de gestión cultural del Centre Cultural La Nau y el Palau de Cerveró de la Universitat de València.
Como gestora cultural, explíquenos cuál es la labor de esta figura en los centros de arte.
Cada centro de arte tiene sus peculiaridades, pero creo que los gestores compartimos una dosis de novedad; cada día de trabajo puede ser distinto. Por un lado la labor requiere dirigir y coordinar equipos (artistas, comisarios, diseñadores, restauradores, montadores…) desde todas las circunstancias que tenga un proyecto. En este sentido, me gusta especialmente una frase que escuché hace poco en un encuentro de directoras de museo: “la diferencia entre un gestor y un soñador es tener un plan”. Y así es, de alguna forma. El objetivo se puede materializar en llegar a la inauguración con todo listo, en la calidad del resultado, en la buena respuesta del público, en lograr financiación o en la propia historia del proyecto que empezó pequeño y finalmente ha crecido… Por el camino pienso que es necesario desarrollar altas dosis de paciencia, saber estructurar los tiempos y no perder de vista que trabajas con una dotación (pública o privada) y para un colectivo (la institución, la ciudad, la sociedad…).
2018 es el año europeo del Patrimonio Cultural, ¿cómo se vive en Valencia?
Destacaría tres momentos: Las jornadas de Algemesí, donde representantes de 20 países participaron a través de la UNESCO en un encuentro de ciudades con patrimonio inmaterial. La declaración de la Federación de las Sociedades Musicales como Bien de Interés Cultural, con el broche de los 20.000 músicos tocando juntos en Mestalla. Y la apertura del Museo de Historia Natural de la Universitat de València, que permite un mayor conocimiento de las colecciones dentro del plan estratégico cultural enmarcado en su patrimonio.
En nuestra ciudad existe un auge por los festivales urbanos. Hace pocos días se ha celebrado Mostra Viva, de la que usted es vicepresidenta. ¿Qué aportan?
Los festivales urbanos activan el pulso de la ciudad porque desarrollan acciones abiertas que permiten democratizar la cultura. En Valencia es cierto que estamos ante una explosión que a veces se contraprograma, pero poco a poco fortalece una serie de identidades vinculadas a los barrios (como Russafart, conFusión en Benimaclet, Factoria d’Arts de Patraix) o a los contenidos (Bucles-danza, MUVmúsica, La Cabina-cine, Avivament-filosofía). En el caso de Mostra Viva, como ocurre con otros de ellos, mantiene una línea multidisciplinar, donde se combina música, literatura, artes visuales, circo, danza, narración oral… Y además aporta la magia que lleva el encuentro inédito, al poner el foco en la conexión entre artistas de ambas orillas del Mediterráneo con autores de aquí.
Cada vez hay más actividades relacionadas con el Mediterráneo…
Porque Valencia es una ventana cultural inmensa y el Mediterráneo forma parte de nuestra identidad. Hay más factores que nos unen que aquellos que nos separan, y constantemente descubrimos la producción de creadores, apoyados en técnicas actuales o tradicionales, que conectan con nosotros. Pero detrás de eso tiene que haber una voluntad y es cierto que la ciudad está más abierta a experimentar este tipo de mestizaje.
¿Cómo ve desde dentro la igualdad de género y la visibilidad de la mujer en el sector cultural?
Somos más mujeres estudiando humanidades, asistiendo al cine o al teatro y gestionando centros culturales, pero hay una gran ausencia en los espacios de decisión. Por ejemplo, en la actualidad no hay ninguna mujer dirigiendo un museo de arte en la ciudad. Por otra parte, se está trabajando para visibilizar las mujeres artistas que forman parte de nuestras colecciones y hay un esfuerzo por integrar a las creadoras en las nuevas adquisiciones. Es importante la labor del tejido asociativo como Clásicas y Modernas, CIMA desde el cine o MAV (Mujeres en las Artes Visuales) y sus informes sobre la participación en festivales o ferias como ARCO, donde todavía estamos cerca del porcentaje de los años ochenta. Pero necesitamos contar y también “contarnos”. Por eso destacaría la elaboración de la nueva encuesta de hábitos de consumo cultural de la Comunidad Valenciana, presentada recientemente, y que integra por primera vez las variables de sexo. Este detalle permite comprender los datos de participación desde una lectura de género.
Recientemente se han abierto las puertas de Convent Carmen, que junto a Bombas Gens o La Marina, suponen nuevos contenedores culturales. ¿Qué opinión le merecen estos lugares?
Me encanta que se recuperen viejos espacios para nuevos usos culturales: conventos, fábricas o construcciones nuevas que dinamicen la ciudad. Pero no podemos quedarnos solo en el continente. Falta construir una programación coherente y atractiva. Los tres casos plantean contenidos interesantes y el caso de Bombas Gens, con la colección Per Amor a l’Art, ha despertado un nuevo estímulo para visitar Valencia.
¿Cree que le falta algo a Valencia en materia cultural?
Como objetivo general, hace falta desarrollar unas condiciones dignas para los trabajadores culturales. Tenemos que salvar la clásica precariedad y permitir que los profesionales puedan (podamos) vivir de su trabajo. No es justo utilizar solo “el entusiasmo”, recordando a Remedios Zafra, como pago al talento. Hace falta un salto más. Y como demanda para Valencia, señalaría dos retos: el trabajo desde la descentralización de la ciudad para activar culturalmente los distritos más periféricos. En muchas ocasiones la propuesta de actividades gratuitas no garantiza que el público entre, conozca y comparta. Es necesario llegar a los sectores más desfavorecidos desde la participación social. Y como segunda propuesta, desarrollar una política cultural pública compartida, más allá de las subvenciones y el activismo.
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