Alan Watts en una foto de archi­vo.

Se cumplen exactamente cincuenta años de la segunda edición por parte de la editorial Kairós del libro Ensayos sobre la materialidad, del filósofo de la contracultura Alan Watts (Inglaterra 1915-California, 1973). Con el título El gran mandala, la editorial barcelonesa publicó una primera edición dos años antes de la muerte del autor de El camino del zen, y en 1974 vio la luz la segunda.

Alan Watts en una foto de archi­vo.

Un libro de ensa­yos suel­tos de uno de los pen­sa­do­res más impor­tan­tes y lúci­dos de los años de la Revuel­ta. Esos tex­tos están escri­tos entre 1968 y 1970, y vol­ver sobre ellos cons­ti­tu­ye una sor­pre­sa y un aci­ca­te para la refle­xión sobre nues­tro afli­gi­do mun­do. Lo encon­tré por azar en mi biblio­te­ca, un tórri­do día de este verano infer­nal, y rele­yén­do­lo, des­pués haber­lo des­cu­bier­to en la épo­ca hippy de los 70, entré en una espe­cie de tran­ce inte­lec­tual. El ensa­yis­ta bri­tá­ni­co, afin­ca­do en Cali­for­nia, el de la bar­ba cha­má­ni­ca y son­ri­sa caná­bi­ca, se me apa­re­ció como lo haría un pro­fe­ta veni­do del Nir­va­na. Había que apro­ve­char el ensue­ño para entre­vis­tar­lo sin demo­ra, antes de que se esfu­ma­ra de nue­vo en el éter. Esta es la trans­crip­ción:

En su pri­mer ensa­yo del libro, que pro­lo­gó usted des­de Sau­sa­li­to, Cali­for­nia, en 1969, Rique­za con­tra dine­ro, escri­bió algo bru­tal­men­te pre­mo­ni­to­rio en rela­ción al mun­do del año 2024 en que nos encon­tra­mos. “En el año 2000 de la pre­sen­te era, los Esta­dos Uni­dos de Amé­ri­ca ya no exis­ti­rán. No se tra­ta de una pro­fe­cía basa­da en pode­res sobre­na­tu­ra­les, sino en una supo­si­ción com­ple­ta­men­te razo­na­ble (…) Ello será posi­ble gra­cias a la com­bi­na­ción de fac­to­res como los siguien­tes: exce­so de pobla­ción, polu­ción atmos­fé­ri­ca, con­ta­mi­na­ción de las aguas y ero­sión de los recur­sos natu­ra­les a cau­sa de una mala apli­ca­ción de la tec­no­lo­gía. A lo que ade­más pue­de aña­dir­se  la posi­bi­li­dad de una gue­rra civil o racial, la auto­con­ges­tión de las gran­des ciu­da­des o el colap­so de las prin­ci­pa­les redes de trans­por­te”.

Watts son­ríe y se pasa la mano hue­su­da y expre­si­va por su mele­na leo­ni­na de hippy vete­rano. “Sí, es posi­ble que me ade­lan­ta­ra de fecha, pero como pue­de usted com­pro­bar, las cosas que se están vivien­do en este pri­mer cuar­to del siglo XXI van por ahí. Al desas­tre. Hay, sin embar­go, otra posi­bi­li­dad de evi­tar todo esto, y me estoy refi­rien­do a los Esta­dos Uni­dos: que nos impor­ten un ble­do los EEUU como enti­dad polí­ti­ca y abs­trac­ta. Al pasar por alto la idea de nación, pode­mos pres­tar nues­tra aten­ción al terri­to­rio, a la tie­rra real, con sus aguas, sus flo­res, bos­ques y cose­chas, con todos sus ani­ma­les y seres huma­nos”.

Podría­mos decir Mr. Watts que usted fue un pio­ne­ro en la preo­cu­pa­ción eco­ló­gi­ca y de la nece­si­dad de un cam­bio de men­ta­li­dad de las per­so­nas. Ade­más de hacer vol­ver la mira­da de la inte­lec­tua­li­dad occi­den­tal hacia la cul­tu­ra zen. Comen­tó que su cole­ga Timothy Leary no anda­ba muy equi­vo­ca­do cuan­do afir­ma­ba que “debe­mos salir de nues­tras men­tes (o valo­res abs­trac­tos) para par­ti­ci­par más de nues­tros sen­ti­dos (o valo­res con­cre­tos)”.

Las cosas, maes­tro, van por des­gra­cia en sen­ti­do con­tra­rio. Vivi­mos en un mun­do para­noi­co y ate­rra­do por la expan­sión de los virus y las pan­de­mias. Supon­go que allí don­de usted esté en su man­da­la pri­va­do esta­rá ente­ra­do. Expli­que, a pro­pó­si­to, su comen­ta­rio tan sinies­tro como real sobre la mos­ca ver­de.

Por­ta­da El gran man­da­la.

“¡Ja ja, ja!, ¿leyó usted esto? Bien. He vis­to plan­tas ata­ca­das por la mos­ca ver­de, car­ga­das de sucu­len­to fru­to, que al día siguien­te no eran sino un poco de pol­vo gris y unos tallos secos (…). El hom­bre pue­de fácil­men­te imi­tar a la mos­ca ver­de; cuan­do lle­ga a ser exper­to en tec­no­lo­gía es más dañino que una pla­ga de lan­gos­ta y más voraz que las pira­ñas. Devo­ra, des­tru­ye y con­ta­mi­na toda la super­fi­cie del pla­ne­ta: con­vier­te mine­ra­les, bos­ques, pája­ros, peces e insec­tos en subur­bios, aguas de alcan­ta­ri­lla­do, herrum­bre y humo. ¿Le sue­na?”.

Lo asom­bro­so señor Watts es que usted escri­bie­ra esto hace más de medio siglo y nadie le hizo el menor caso. Todo lo con­tra­rio, la tec­no­lo­gía en manos de las gran­des cor­po­ra­cio­nes ame­na­za con con­ver­tir el pla­ne­ta en un desier­to.

“En una civi­li­za­ción dedi­ca­da al ideal estric­ta­men­te mate­má­ti­co y abs­trac­to, de con­se­guir mayor can­ti­dad de dine­ro en el menor tiem­po posi­ble, el úni­co méto­do de éxi­to segu­ro con­sis­te en enga­ñar al clien­te, ven­dien­do diver­sas cla­ses de nade­rías en pre­ten­cio­sos envol­to­rios. Pul­ve­ri­za­mos con cera nues­tros agua­dos toma­tes a fin de que parez­can más reales. ¿Y lue­go qué? ¿Qué vamos a adqui­rir que val­ga la pena, con el dine­ro así obte­ni­do, si todo el mun­do jue­ga al mis­mo jue­go?”.

Aho­ra mis­mo aquí en la tie­rra nos preo­cu­pa sobre­ma­ne­ra el ses­go alu­ci­na­do que están adqui­rien­do los gran­des capos del nego­cio tec­no­ló­gi­co. El mis­mo Musk, crea­dor de un impe­rio colo­sal de alta tec­no­lo­gía, se pare­ce más al sabio loco de la isla del doc­tor Moreau, la nove­la de H.G. Wells, que a un eje­cu­ti­vo inte­li­gen­te que solu­cio­na­rá pro­ble­mas. En reali­dad comien­za a crear­los en sus redes socia­les.

“No sé quién es ese tío. He esta­do de via­je mucho tiem­po, ¡ ja, ja, ja! Ya cono­ce de sobra mi afi­ción al via­je lisér­gi­co como méto­do de cono­ci­mien­to, sin pasar­se, cla­ro. Pero en efec­to, eso es posi­ble por­que esta­mos vivien­do una cul­tu­ra hip­no­ti­za­da por los sím­bo­los –pala­bras, núme­ros, medi­das, can­ti­da­des, imá­ge­nes– que son con­fun­di­dos y pre­fe­ri­dos a la reali­dad físi­ca. Cree­mos que la prue­ba de la bon­dad de un dul­ce se halla en el aná­li­sis quí­mi­co y no en el acto de comér­se­lo (…) Una cul­tu­ra no lo es, cuan­do no pro­por­cio­na el apren­di­za­je de las artes fun­da­men­ta­les de la exis­ten­cia: cul­ti­var la tie­rra, coci­nar, ves­tir, deco­rar la casa y hacer el amor”.

Señor Watts, es sor­pren­den­te su capa­ci­dad de anti­ci­pa­ción, usted habla del mal uso de los actua­les móvi­les (sím­bo­los vs reali­dad físi­ca) sin haber soña­do siquie­ra que fue­ran a inven­tar­se; tie­ne afir­ma­cio­nes lapi­da­rias como esta: “El cen­tro de casi todos los hoga­res civi­li­za­dos del mun­do occi­den­tal es un espa­cio esté­ril lla­ma­do cuar­to de estar que sir­ve para cual­quier cosa menos para estar en él”.

¡Ja, ja, ja! Entre­vis­ta­dor y entre­vis­ta­do reí­mos con gus­to esta fra­se que nos recuer­da la escla­vi­tud de la tele­vi­sión y la pro­li­fe­ra­ción del indi­vi­dua­lis­mo des­truc­tor de la con­vi­ven­cia. Y así lle­ga­mos a las actua­les teo­rías del slow, de “des­ace­le­rar” el desa­rro­llo para que la civi­li­za­ción no se vaya al cara­jo por un exce­so de pri­sa. Le digo al pen­sa­dor bri­tá­ni­co que tam­bién lo advir­tió en un artícu­lo sobre dro­gas sico­dé­li­cas y expe­rien­cia reli­gio­sa.

Usted ha expe­ri­men­ta­do con LSD no para colo­car­se sino como inves­ti­ga­dor de la psi­quis huma­na. ¿Qué des­cu­brió?

“La pri­me­ra carac­te­rís­ti­ca de algu­nas dro­gas es la des­ace­le­ra­ción del tiem­po, una con­cen­tra­ción en el pre­sen­te (…) La ver­dad es que la gen­te que se preo­cu­pa del futu­ro está per­pe­tua­men­te des­apro­ve­chan­do el pre­sen­te. La ante­la­ción se con­si­gue al pre­cio de la ansie­dad y cuan­do se abu­sa de ella, anu­la todas las ven­ta­jas que podría pro­por­cio­nar”.

Usted habla en estos ensa­yos, escri­tos a mitad del siglo XX, del empleo de la tec­no­lo­gía con un espí­ri­tu hos­til, como con­quis­ta de la natu­ra­le­za en lugar de coope­ra­ción inte­li­gen­te con ella. Por todas estas ideas y muchas otras ha pasa­do a la his­to­ria como el padre de la con­tra­cul­tu­ra hippy del siglo XX, hoy extin­ta. ¿Qué le pare­ce?

Allan Watts, con ganas de aca­bar el encuen­tro y regre­sar a su Gran Man­da­la, mecer­se en el espí­ri­tu zen que tan­to defen­dió, como sus lúci­dos dis­cí­pu­los espa­ño­les Sal­va­dor Páni­ker o Lluís Racio­ne­ro, con­clu­ye:

“Per­so­nal­men­te, ami­go, he lle­ga­do a la con­clu­sión de que la tota­li­dad de la cul­tu­ra hippy, por mas equi­vo­ca­das que sean algu­nas de su mani­fes­ta­cio­nes, cons­ti­tu­ye el esfuer­zo más res­pon­sa­ble jamás rea­li­za­do por la gen­te joven para corre­gir el cur­so auto­des­truc­tor de la civi­li­za­ción indus­trial”.

Allan Watts se incor­po­ra y des­apa­re­ce de la habi­ta­ción. El entre­vis­ta­dor des­pier­ta como de un sue­ño. Con­tem­pla estu­pe­fac­to lo que ha escri­to el maes­tro en la pared a modo de des­pe­di­da:

“El camino per­fec­to no tie­ne difi­cul­ta­des,

tan solo hay que evi­tar hacer dis­tin­cio­nes.

Sola­men­te cuan­do dejéis de esco­ger

com­pren­de­réis todo cla­ra­men­te.

No os preo­cu­péis del bien ni del mal.

El con­flic­to entre el bien y el mal

es la peor enfer­me­dad de la men­te.”

NOTA: Todos los tex­tos uti­li­za­dos en este artícu­lo están toma­dos de la edi­ción de Kai­rós de mar­zo de 1974, con tra­duc­ción de Mau­ri­cio Rovi­ra y la maque­ta­ción y por­ta­da de Nuria Pom­peia. Este libro mila­gro­so lo adqui­rió el autor en la des­pa­re­ci­da libre­ría valen­cia­na Dau al set, del carrer del Mar, pro­pie­dad del difu­sor cul­tu­ral y edi­tor Toni Moll.

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