Rojo y negro
Bichos
La naturaleza está cambiando y nosotros con ella. Lo que es alarmante es la desaparición de los animales, tanto grandes como pequeños. Esos bichos que nos han acompañado toda la vida en el agreste campo brillan por su ausencia. Una vez más, los sueños de un mundo ideal se disuelven como un azucarillo. Hay que recuperar a los entrañables bichos de nuestra vida.
En los tiempos en que estábamos abriendo los ojos, como gatitos recién nacidos, ante la realidad de la vida, pongamos los setenta, un reportaje de la revista Viejo Topo hablaba de la extinción de los tigres en Asia. La legendaria y heroica revista sigue viva en la red, pero los tigres lo llevan peor. Aquel reportaje caló muy hondo en nuestro jóvenes corazones porque lo vivimos como lo que era, un aviso a navegantes sobre el futuro desolador. Coincidió el asunto con la aparición de la trilogía de Sánchez Drago, Gorgoris y Habidis y la moda de los indios metropolitanos. Fue un conjunto de eventos que nos elevó a la categoría de pioneros de un mundo nuevo. Y con todo, ahora a vista de halcón ratonero, casi todo se ha esfumado.
Drago escribió aquella maravilla y luego se rayó como star system, los tigres se cuentan con los dedos y los indios metropolitanos son ahora vagabundos que viven bajo los puentes. Pero esta historia va de bichos, mejor dicho, de la desaparición de la vida salvaje porque los bichos somos nosotros, depredadores natos. Todo viene a cuenta de un dialogo con un hombre de la tierra, el que ahora en septiembre recoge las patatas y los tomates de una sola cosecha. Un campesino de las tierras altas del sistema ibérico. Vegas feraces gracias a los ríos que lindan con secanos donde crece el espliego y el tomillo y las carrascas se retuercen frente al cierzo como combatientes contra lo imposible.
Los bichos de las ciudades se reproducen sin problemas, palomas, cucarachas, ratas, mosquitos…pero tierra adentro, en los grandes espacios desolados y estoicos, las tierras de Castilla de Machado, los páramos de Delibes, el cazador, los corzos son abatidos porque se comen la corteza de los pinos y los matan, los jabalíes de reproducen sin control y acaban con los huevos de perdices y conejos. Hay una guerra sorda, que no sale en los medios, entre los forestales y los campesinos. En una vieja batalla desde los tiempos en que el servicio forestal cometió errores garrafales en los predios, valles y ríos. Se introdujo un cangrejo americano en los cauces que acabo con los autóctonos. Se reguló el abandono de las carroñas en las cañadas y las rapaces se quedaron en ayunas.
En los pueblos serranos han desparecido las culebras de colores en el rio, las truchas, las nutrias y en los ribazos ya no hay víboras ni culebras. Cuando la cosecha del cereal se hacía en agosto y con corvellas, los agosteros llevaban ajos para asustarlas. Poco sabemos del riesgo que corren los jornaleros del trópico cuando cortan las plataneras, infestadas de arañas venenosas. Son los bichos del planeta que desparecen para que podamos tener genero estéril en los supermercados.
Este verano, en mis paseos románticos y naturalistas por las vegas y frondas ribereñas pude ver a las pequeñas arañas rayadas como tejían sus trampas de un extremo a otro de las acequias para cazar insectos. Loa zorros también escasean, y los cernícalos y las águilas. Tan solo los vencejos se atreven con el verano para luego desparecer.
En una cultura del simulacro, que esconde bajo la alfombra, su decadencia y egoísmo, los bichos tan solo permanecen en los dibujos animados para los niños. Se humanizan los bichos, se generaliza la posesión de mascotas mientras se destruyen los entornos naturales. Para salvar la cara, las administraciones hacen piruetas circenses como criar bisontes en el sistema central, o proteger al lobo sin garantizar la seguridad de los ganaderos. Un mundo sin bichos, es como vivir en Marte estando en la tierra. En aquellos años en los que la idea de ser indios metropolitanos, interétnicos, libres, en un mundo sin fronteras, nuestras almas estaban a salvo, como la de los jóvenes vírgenes que aún no conocen el mundo. Ahora, enterrados bajo toneladas de falsedades seguimos, como las masas de del Medievo esperando el milagro.
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