La explosión de la estadística predictiva de las plataformas sociales y su impacto sobre la conducta y la vida online de las personas a la que consigue alterar y deformar, ha puesto de actualidad un concepto que hasta hace muy poco solo era considerado por los reclutadores y directivos de empresa, especialistas de marketing que buscan cambiar las decisiones de consumo y de compra del público y por los profesionales de la psicología. Se trata de los inevitables sesgos cognitivos de los que la condición humana no se puede desligar por razones evolutivas. Como nos afectan a todos los humanos, intentaré explicarlo en primera persona.

Algunos sesgos cognitivos básicos son intensamente explotados en las redes sociales.
Un sesgo cognitivo es un patrón de pensamiento preconcebido que puede influir en nuestra percepción, en nuestro juicio y en la toma de decisiones que supuestamente deberíamos tomar, tras la natural reflexión previa y evaluarla, y el uso del llamado ‘sentido común’.
Dado que nuestros sesgos cognitivos funcionan casi siempre de forma inconsciente, y que, hoy la mayor parte de nuestra conducta y nuestra atención está hoy mediada por la tecnología, muchas de las cosas que hacemos en nuestro comportamiento online ya son casi un automatismo semi-inconsciente. Puesto que estamos muy a merced del flujo incansable de información con que nos bombardean a través de nuestros dispositivos conectados, empieza a ser normal que no dispongamos para nuestros propios pensamientos del tiempo imprescindible que exigiría cualquier reflexión previa a nuestra toma de decisiones. Inundados de información no solicitada, ese tiempo nos es robado de hecho, así que, debido ello, acabamos de forma cada vez más frecuente, pensado en y realizando cosas que, en realidad, no hemos decidido por nosotros mismos. De lo cual resulta, obviamente, una seria erosión de nuestra libertad individual y de la capacidad de elección que esta proporciona.
Los sesgos cognitivos humanos y sus consecuencias
Nuestro sistema cognitivo está concebido para estar disponible (enabled) y ser útil en todo momento. No tiene posición «off» en base a la voluntad. Por ejemplo, si abrimos los ojos y hay iluminación ambiente, vemos de forma automática y llegan al cerebro las señales consecuencia del efecto de los fotones sobre los conos y los bastones, o sea, sobre las células foto-receptoras de nuestra retina que son las responsables de nuestra visión. Dichas células convierten la luz en mensajes eléctricos, que se envían en un proceso inconsciente al nervio óptico, por el que viajan hasta el cerebro. Lo mismo ocurre con las células receptoras de señales de otras partes de nuestro sistema cognitivo. De filtrar estos mensajes cognitivos para sus propósitos ya se encarga el propio cerebro.
Todo ello sucede en el marco, también inconsciente, de la búsqueda del mínimo gasto de energía con que funciona el cerebro. Como dice Avelino Corma, incluso en esto, es la Segunda Ley de la Termodinámica la que dice qué es y qué no es posible, incluso para nuestro cerebro. En este entorno, es el propio cerebro el que usa algunos trucos constantemente que se traducen, a veces en ventajas, pero otras en inconvenientes. Dichos trucos incluyen procesamientos de información mediante atajos (o heurística –que significa etimológicamente en este caso, «hallar o inventar»– ). Nuestra mente, si lo necesita, inventa. Esto sucede a veces por motivaciones emocionales y morales propias, y otras, en cambio, por la influencia externa de la interacción o incluso por mimetismo social. Profundicemos ahora conceptualmente un poco más en estos procesos.
Un sesgo cognitivo constituye un mecanismo o efecto psicológico que, de hecho, produce una desviación de la dirección el procesamiento mental. Lo cual puede llevar y lleva de facto a distorsiones, quizá juicios inexactos o a interpretaciones ilógicas de algo asociado a lo que se llama, en términos generales, irracionalismo. Esto sucede sobre el marco de interpretación de la información disponible, aunque los datos que tenemos no sean lógicos o no estén relacionados entre sí. Normalmente se trata de un mecanismo emocional individual, pero también existen sesgos sociales, que suelen identificarse, en general, como sesgos atribucionales. Hoy en día, estos sesgos, por la omnipresencia en nuestras vidas de la interacción digital y online, afectan sin remedio a nuestras relaciones sociales en el día a día. Interacciones que media también de facto la algorítmica predictiva, que introduce constantemente factores de probabilidad en lugar de certezas, lo que modifica gran parte de nuestras decisiones.
Como consecuencia, podemos caer o caemos a menudo en estados mentales de confusión o de disonancia cognitiva que no son naturales sino inducidos. A veces, nos puede salvar de estas confusiones puntuales nuestra intuición, aunque no siempre sucede, porque si se mantiene el sistema en un estado de constante saturación, ello nos puede llevar o otro tipo de atajos distintos a los citados como, por ejemplo, los de los sesgos preceptivos, conocidos comúnmente como falacias o falsedades, a los que sucumbimos sin decidirlo o esperarlo y, a veces, desconociendo incluso su procedencia.
Pero, ¿Cuál es el origen de estos sesgos cognitivos?
La opinión científica más plausible es que parecen ser un rasgo adaptativo surgido durante la evolución humana. Su procedimiento, de nuevo, son los atajos hacia la búsqueda constante del cerebro de funcionar con el menor gasto de energía posible. Estos ‘atajos’ están en el fondo de estos sesgos, ya que ayudarían, por buenas razones evolutivas, a nuestro cerebro a tomar decisiones rápidas ante ciertos estímulos supuesta o potencialmente dañinos. Por ejemplo, en situaciones en las que una respuesta inmediata, o instantánea, puede ser más útil o valiosa para la supervivencia, que un análisis detallado. Pero esta inmediatez aparentemente salvadora puede conducirnos a tomar decisiones erróneas a veces, con consecuencias graves o con nefastos efectos secundarios.
La noción de sesgo cognitivo la introdujeron los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky en 1972, y surgió originalmente en su investigación sobre la experiencia de la imposibilidad del común de las personas de razonar intuitivamente con órdenes de magnitud muy grandes, –algo habitual, por ejemplo, en las magnitudes de la informática de hoy con las que nos relacionamos. Por ejemplo, se nos habla frecuentemente de pentabytes o terabytes lo cual nos acaba llevando al anumerismo (innumeracy en inglés), un término que alude a la incapacidad de comprender conceptos matemáticos aplicados en la vida real. Algo que, por extensión, en un sentido amplio, es propio de nuestra actual incapacidad de entender el mundo de manera científica y racional. Esto lo explica muy bien el profesor y escritor John Allen Paulos en su libro El hombre anumérico cuyo título original es Innumeracy: Mathematical Illiteracy and its Consequences (Anumerismo: El analfabetismo matemático y sus consecuencias).
El tema, más allá de su importancia para el entorno cotidiano, ha sido explorado profundamente por los especialistas económicos, y fue un factor importante en el surgimiento de la economía conductual, que llevó a Kahneman a ganar el Premio Nobel de Economía en 2002 por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones bajo incertidumbre. Algo decisivo en el mundo actual de los negocios. Mi amigo, el destacado científico chileno de la computación Ricardo Baeza-Yates aconseja, con su característico humor, incluso a la gente corriente, “no luchar contra la incertidumbre sino abrazarla, ya que la vamos a tener ante nosotros todo el tiempo». Yo le digo que eso es más difícil hacerlo que decirlo. Aunque él es muy amante de las paradojas. Nuestro diálogo en mi libro de MIT Press se llama «Recordar el futuro».
Aunque hay más de 150 sesgos cognitivos definidos, algunos de ellos se han vuelto decisivos en nuestra vida porque son usados en nuestra contra para aprovechar nuestra comodidad nihilista (una mezcla de no usar tiempo para pensar en las consecuencias y de conformismo), y caigamos sutilmente presa de esos atajos mentales con los que nuestra cerebro está cómodo y, en consecuencia, nos lleve a realizar acciones o actos a que, en condiciones normales, nunca hubiéramos hecho, si conserváramos intacta nuestra capacidad racional para decidir por nosotros mismos.
La explotación cognitiva aberrante del espectador de audiovisuales
El cofundador, presidente y CEO de Netflix Reed Hastings hizo durante una conferencia reciente una broma (o tal vez no lo era), que ilustra muy bien el pensamiento con que los líderes de las big tech y las plataformas globales conciben las vidas de los usuarios de sus plataformas. Para Hasting, los humanos tienen un defecto: son humanos y, por eso, necesitan dormir. Y declaró que en realidad «el sueño (de los humanos) es nuestra competencia». Si por él fuera, con tal de ganar más dinero, los usuarios de su plataforma deberían estar sin dormir nunca y en perpetuo consumo, en una especie de eterno «binge-watching» (atracón de series). Y afirmó: «El binge-watching es genial porque te da el control». ¿Control sobre quién? Pues, claro, sobre la voluntad de los millones de usuarios de su plataforma que, para satisfacer su incansable ánimo de lucro, deberían caer en un estado ‘natural’ inducido de consumo perpetuo como espectadores de Netflix, ante la pantalla. Netflix, en su obsesión por aumentar su consumo, ha inventado incluso botones para que la gente vea el audiovisual a velocidad 1,5x o más. Busca que la gente consuma más audiovisual por unidad de tiempo. Y, hay jóvenes que ya ven los audiovisuales a alta velocidad. Se han acostumbrado y les parece algo normal. Esa obsesión por explotar de forma más intensiva el tiempo de consumo de los espectadores, está generada ex-profeso y liderada por CEOs como Hasting que afirma, entre risas, que sus usuarios son los más ‘productivos’. Es una explotación aberrante.
Y aún usan muchos más trucos cognitivos. Por ejemplo, los que aprovechan las debilidades humanas ante la adicción digital. Por ejemplo, con el citado anumerismo (en el catálogo de Netflix hay tantos millones de productos audiovisuales disponibles, que excede el tiempo razonable de decisión de las personas y que, por ello, han sucumbir en manos de sus perversos sistema algorítmicos de recomendación. Muchos piensan que consumir series se ha puesto de moda porque a la gente le gustan y eso es algo natural. Pero la actual moda del «binge-watching» no es algo surgido de forma natural en los consumidores de audiovisuales, sino que es fruto programado de disfrazadas modas digitales (imperativas) que aprovechan la combinación de vulnerabilidad de las personas conectadas ante los sesgos cognitivos y el anumerismo del catálogo de Netflix. La moda digital del podcast es otro ejemplo cercano. Sin tecnologías de búsqueda ni algoritmos de recomendación no existirían.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, con el catálogo de las tiendas online de Amazon, de Apple Store, o Spotify, y tantos otros que, junto con el resto de plataformas online, libran una guerra total de tintes monopólicos por la atención y el tiempo de los usuarios. Casi nadie de los conectados estamos la salvo de ser víctimas de esta incruenta pero brutal contienda por la que perdemos ahora gran parte de nuestro tiempo vital. Estas empresas, pretenden convertir en nuestro tiempo en un consumo sin fin, esta vez ‘sin sustancia’, y también sin sentido, ya que ello les renta ingentes beneficios económicos, sin que las personas, atadas a sus naturales sesgos cognitivos, puedan evitar que sus vidas sean convertidas en lo que más le gusta al citado Hastings: una vida de «multi-consumidores perpetuos». Los mecanismos de la plataforma Airbnb y la multiplicación de magnitudes del turismo y sus selfies no son ajenos a ello.
Gente como Hasting, Zuckerberg, Altman, y otros, con sus sucias trampas tecnológicas, están haciendo un flaco favor a la relación entre personas y tecnología, que cuando es bien usada puede ser y, de hecho es, una de las maravillas de nuestra época. Ya lo dijo, Arthur C. Clarke: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Y lo que están haciendo ahora con tantas trampas y engaños usándola contra las personas, están convirtiendo con los usos que imponen lo tecnológico en un lodazal. No todo vale en tecnología. Yo no pierdo la esperanza y sigo ilusionandome con otros usos que tienen que ver y que siguen la visión de la tercera ley de Clarke. Pero, volviendo al ahora…
Las trampas habituales que aprovechan nuestros sesgos cognitivos
De entre toda la enorme variedad de sesgos cognitivos ya caracterizados, destacan en especial algunos que son usados intensamente por las plataformas online, sobre todo a través de los Smartphone, (que se ha convertido combinados con la algorítmica que los alimenta en una trampa cognitiva casi infalible). Consiguen, –eso sí, con sutileza extrema–, capturar a una enorme mayoría en ello, haciendo que su atención se mantenga prisionera y enganchada, en un estado mental de adicción digital constante, con tremendas consecuencias. No sólo se apoderan y gobiernan una parte considerable nuestro tiempo vital, –si no se lo impedimos, que podríamos–, y alteran nuestros estado emocionales y afectivos del día a día. Y, a niños y adolescentes, los pueden arrastrar hacia una cuesta abajo de problemas cognitivos, enfermedades mentales y trastornos de conducta, algo que ya es un problema social de grandes dimensiones, como señala el contundente informe de Pew Reseach de 2022 publicado por Financial Times.
Entre los sesgos mas usados en estas estrategias para re-dirigir nuestra conducta, se pueden citar (sin ánimo de ser exhaustivos), por ejemplo, los siguientes:
- Sesgo de anclaje.Tiene que ver con la actitud que emerge en nosotros cuando hemos que tomar una decisión, en la que nos motiva mucho más la primera información que hemos recibido sobre algo respecto a los datos objetivos del momento de ello. Para comprenderlo mejor, consideremos el ejemplo clásico de los precios con aparentes descuentos radicales. El truco para activar este sesgo es el ver un precio inflado tachado o discreto, al que se le coloca, justo al lado, uno mucho más atractivo y coloreado. Cuanto más elevado sea el porcentaje de descuento, mejor obtiene nuestra atención, y así es como nos timan cada año, durante elBlack Friday.
- Sesgo de correspondencia, también denominado tambiénerror de atribución: es la tendencia de hacer excesivo énfasis en las explicaciones fundamentadas y de experiencias personales de otras personas mucho más que en las propias.
- Sesgo de autoservicio:es la tendencia a reclamar más responsabilidad (en los demás) para los éxitos que por los fallos. Se muestra también cuando las personas que tienden a interpretar como beneficiosa para sus propósitos una información que en realidad es, objetivamente, ambigua e insuficiente.
- Sesgo de falso consenso:es la tendencia empíricamente corroborada de creer que las propias opiniones, creencias, valores y hábitos están más extendidos entre la gente y el resto de la población, de lo que realmente lo están. O sea, es pensar que los demás están en una situación similar a la nuestra sin tener en cuenta la amplia diversidad social y de situaciones. Este sesgo se da mucho en las personas que tienden a sustituir su realidad física por la que perciben a través de Internet como si fueran intercambiables. Pero no lo son, ni en realidad ni en la percepción. La de internet tiene grados, es una’realidad fuzzy, borrosa’; la del mundo real no lo es. No hay isomorfismo entre ellas. Solo apariencia.
La explosión del internet social ha hecho que ciertos sesgos sean ahora más estudiados, y también más explotados para modificar conductas en masa. Por ejemplo:
- El sesgo delEfecto Dunning-Kruger. Este sesgo cognitivo identifica la tendencia a sobreestimar las habilidades propias y conocimientos en áreas en las que se tiene poca experiencia. Son claros síntomas de este sesgo, el caer en el Internet social en trampas como las actitudes de creerse un experto y no quererfeedback de nadie, o no estar dispuesto a aprender de otras personas. Al respecto hay una advertencia muy célebre contra la actitud que provoca este sesgo. Es la sentencia séptima del Tractatus lógico-philosophicus del filósofo Ludwig Wittgenstein, que aconsejaba «De lo que no se puede hablar es mejor callar», Según el filósofo, callar para escuchar las ideas de los que saben sobre lo que uno conoce menos, no es olvidarlas; al contrario, es apreciarlas más profundamente.
Dejo para el final el sesgo cognitivo más común en la sociedad invadida por lo digital:
El poderoso y peligroso uso cibernético del sesgo de confirmación
El sesgo de confirmación o sesgo confirmatorio es la tendencia a favorecer, buscar, interpretar y reforzar la información que confirma las propias creencias, pre-concepciones, o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración o incluso desprecio o negación, de posibles alternativas. La algorítmica combinada con la estadística predictiva usada por las empresas de las plataformas de redes sociales, aprovecha intensamente la existencia este sesgo cognitivo humano en las personas bombardeadas sin descanso algorítmicamente por la estadística de sus propios datos, con el tipo concreto de contenido o información relacionada, que estadísticamente más activó o aumentó sus emociones. Es decir, con aquello que más les ha hecho reaccionar ante la pantalla, con el fin de activar, una y otra vez, su circuito emocional de recompensa instantánea, y mantenerles en un nivel vulnerable de «estado emocional aumentado». Este estado de falsa alegría, solo se mantiene con nuevas y constantes dosis digitales, provocando así su adicción para conseguir que el usuario dedique el máximo tiempo posible de atención a estar concentrado en la pantalla.
Esto tiene muchas consecuencias personales y sociales. Usar constantemente este mecanismo, por parte de las empresas de redes sociales en sus plataformas lleva a producir en los usuarios, –ahora la mayoría en la sociedad–, una polarización de las actitudes (cuando un desacuerdo se hace más extremo o polarizado a pesar de que las teóricamente cualquier persona conectada tiene acceso a todos los mensajes). La emergencia online de trolls, negacionistas, o conspiranoicos no están lejos de ello (sin olvidar los robots de IA que son trolls artificiales usados para incrementar el tráfico de contenido). Dicha algorítmica combinada con las tecnologías de búsqueda hacen que los usuarios que han sustituido completamente sus relaciones humanas del mundo real, por las redes, –creyendo que son lo mismo–, hacen que un usuario pre-dispuesto siempre puedan buscar y encontrar en la red opiniones de refuerzo de sus ideas previas con lo que profundizará en ello y se irá haciendo más y más negacionista ante cualquier opinión que se les diga y no coincidan con sus creencias previas. Por cosas como esta se puede comprobar que la enorme cibernética algorítmica de las plataformas sociales actuales, por su propio funcionamiento, es una gigantesca maquinaria de engendrar, multiplicar e intensificar el sesgo de confirmación y por tanto la radicalización en los usuarios.
Las estructuras de interacción en las redes sociales están articuladas en forma de ‘cámaras de eco’ virtuales. No son ni funcionan como los mass media de McLuhan. En Internet puedes acceder a información que procede naturalmente de fuentes muy diversas y con perspectivas diferentes. Por si lo hemos olvidado, las redes sociales no son todo el Internet. Pero si permaneces dentro de una red social, has penetrado en un entorno adictivo de ‘cámaras de eco’, en que sólo escuchas las mismas perspectivas, afirmaciones y opiniones, más y más radicales, una y otra vez.
Una innovación inmoral, sin guía ni brújula moral
La estructura de la interacción en las redes sociales en forma de cámaras de eco no es casual sino está expresamente diseñada así. Es la propia algorítmica la que las articula de forma dinámica con mecanismos digitales como los likes (me gusta), el scroll y el flujo (feed) infinitos, los sistemas algorítmicos de recomendación y muchos otros trucos complementarios como la hiper-segmentación de los usuarios en grupos de semejantes y afines gracias a los propios datos, –que regalan inocentemente, y legalmente, los propios usuarios aceptando las cookies. Es así como los algoritmos priorizan las interacciones re-dirigiendo la atención a entornos virtuales concretos en los que una persona sólo encuentra en su cámara de eco informaciones u opiniones que reflejan, refuerzan e intensifican las suyas, o las de alguien afín aún más polarizados en ellas (en cada cámara destacan los más radicales; siempre los hay y son los más activos). Las cámaras de eco pueden crear, –y de hecho engendran–, desinformación, y distorsionan las perspectivas del propio usuario recién llegado, de modo que le resulte más difícil, o imposible, acceder y considerar puntos de vista diferentes o matizados o debatir temas complejos. Se alimentan en gran parte, precisamente, del sesgo de confirmación, esa tendencia que intensifica y aumenta las informaciones que refuercen las creencias previas.
Esa perseverancia en radicalizar las propias creencias pre-existentes (que persisten pese a que se ha demostrado su falsedad), intensifica el efecto de primacía irracional (aquí se combinan además con el citado sesgo de anclaje, con el que se tiene mayor confianza a primeras experiencias tenidas con algún hecho anterior, que a las más recientes), y también con la correlación ilusoria (cuando la gente falsamente percibe una asociación entre dos acontecimientos o situaciones). De esa forma, por cómo le llega el mecanismo de interacción priorizado por los algoritmos y la estadística de sus propios datos, la gente tiende a creerse fácilmente las noticias falsas y sucumbir masivamente a la desinformación, cooperando además en extenderla. Para las plataformas es mucho más negocio lo falso que lo verdadero que, además, se multiplica y se extiende más y más rápido, como se ha demostrado empíricamente.
La emergencia reciente de una masiva polarización de opiniones y perspectivas de pensamiento y en la política en muchos países, como en los que ha aumentado ostensiblemente la polarización política, no es ajena a lo que comento. Hay una relación de inferencia de fenómenos como el Brexit, la polarización política generalizada, o la emergencia de la extrema derecha y la extrema izquierda en muchos países y regiones, relacionada con el grado de penetración en el uso masivo de ciertas redes sociales concretas en esos lugares. Aunque hay otros actores intentando usar estos enormes y eficaces instrumentos para sus intereses partidistas o comerciales, el objetivo de las plataformas del internet social es casi estrictamente económico, (tratan de maximizar a gran escala el engagement, y mantener a los usuarios enganchados y cautivos a la conexión, maximizando también la duración de cada conexión para obtener métricas que se traducen en un enorme negocio basado en la publicidad global). Para que el lector se haga una idea. En 2023, los diez mayores anunciantes digitales del mundo, Google, Baidu, Amazon, Facebook, TikTok, Microsoft, Tencent, Apple, JDcom y Linkedin recaudaron 492.000 millones de dólares. De ellos, solo Google obtuvo más del 50 % mundial facturando 238.800 millones. Una cantidad bastante mayor, por comparar, por ejemplo, con el presupuesto total de la Seguridad Social para 2023 de España que fue de 199.282 millones de euros. De ese nivel de lucro del negocio publicitario estamos hablando.
Usar la tecnología de las redes sociales sin esas trampas cognitivas sería, de hecho, lo es, una maravilla. Pero los usos dolosos impulsados por los enormes artefactos cibernéticos de las plataformas globales, que suman a los Smartphones toda la algorítmica de las plataformas, es ya oficial, y está empíricamente demostrado, que constituyen un peligro social y que acaban causando enormes daños por efectos secundarios sobre en las personas más vulnerables, en las que provocan problemas sociales en forma de adicción masiva, trastornos de conducta y de salud mental a nivel sociológico. En numerosos casos de alta vulnerabilidad, están generando un incremento de problemas mentales llevando a conductas extremas que a veces llegan al suicidio.
Los sesgos cognitivos son parte de la psicología y la conducta humanas, pero me consta que los últimos avances en la investigación de estos aspectos cognitivos del cerebro humano y de la conducta se están utilizando perversamente. Como dice el neurocientífico de Harvard Álvaro Pascual-Leone, en este caso «se trata de una innovación inmoral, sin guía moral, sin ninguna brújula moral» que manipula a millones de personas que usan las redes sociales. No les importan los daños que causan en la salud, la integridad y las vidas de numerosas personas. Ni siquiera poner a Mark Zuckerberg en persona en el Senado de California cara a cara ante las familias de niños y niñas que han muerto por causas demostradas en el uso de sus redes sociales, sirvió para modificar su pernicioso (para numerosos usuarios vulnerables) modelo de negocio.
Los legisladores han empezado a reaccionar tímidamente, pero estas empresas llevan más de década y media con beneficios multimillonarios sin hacer lo necesario de verdad para paliar los daños humanos causados por sus plataformas, ya que para ellos sería como matar a su gallina de los huevos de oro, que está dando a estas empresas globales la mayor tasa de beneficios económicos de toda la historia de la economía, desde que hay registros. Creo que por sí mismos jamás se auto-regularán, por muchos daños en salud y de muertes demostradas que causen. Las indemnizaciones que se acuerden en los juicios por las demandas no evitarán esta grave injusticia ni devolverán las vidas perdidas. Espero que estas aún tímidas acciones legislativas para embridar por lo menos las más repugnantes conductas de las hiper-poderosas big tech se conviertan en un clamor universal. Y que la conciencia social sobre ello se extienda y multiplique. La mayoría de la gente, no lo señala como peligro como si estuviera presa del sesgo de falso consenso. El daño social que están infringiendo a multitudes de las personas más vulnerables exige respuesta y cuanto antes.
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