Rojo y negro
Vidas de los filósofos ilustres
Hay libros esenciales de los que es imposible prescindir. Entre ellos está la obra del historiador romano del siglo III Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres. Este es un libro de cabecera para todo aquel que quiera aprender a vivir en armonía consigo mismo, pues sus recomendaciones van mucho más allá de cualquier moralina. Desde Tales de Mileto a Pitágoras, los filósofos presocráticos resultan de una modernidad sorprendente.
En aquellos momentos en que el ánimo falla, el espíritu languidece y uno no encuentra el momento de sentirse de acuerdo consigo mismo hay un libro esencial que es como una revelación. Un linimento, un bálsamo increíble que te permite explorar las posibilidades del espíritu para, si no ser feliz por completo, intentar cierta paz de espíritu. Se trata de la famosa obra Vida de los filósofos ilustres del historiador romano Diógenes Laercio, nacido en el 180 D.C. y recopilador minucioso del pensamiento y la vida y obra de no menos de 250 filósofos presocráticos con 1.186 referencias de otros tantos. Una especie de guía de como manejarse en la vida moderna escrita dos mil años atrás.
Menospreciado en un principio por el joven Nietzsche que lo tildó de “vulgar plagiario”, tuvo que ser Montaigne quien escribiera siglos antes “Me apena que no tengamos una docena de Laercíos, o que no esté más difundido y más escuchado, pues conocer los avatares y la vida de estos preceptores del mundo me interesa tanto como sus dogmas y ocurrencias”. Y escribió bien Montaigne al hablar de ocurrencias porque este libro cuenta la apasionante historia de los filósofos presocráticos. Esos que han sido bastante olvidados en escuelas e institutos en beneficio de los famosos Sócrates o Platón.
Los textos de Laercio abundan en citar las enseñanzas de esos pensadores remotos que ya configuraron una ética universal mucho antes del cristianismo. Si uno se encuentra falto de estímulos puede abrir el volumen por cualquier lado y encontrarse por ejemplo con las enseñanzas de Solón, de Salamina del 594 a. C. nada menos.
Y este señor decía cosas como esta “Dedícate a lo importante. No adquieras amigos deprisa. Empieza a mandar después de aprender a obedecer y haz de tu inteligencia tu guía, no te mezcles con los malos”. Poder su parte Quilón, Esparta 560 a. C. recomendaba “Callar los secretos y disponer bien el ocio propio y saber soportar la injusticia; vigilarse a sí mismo y que la lengua no corra más que el pensamiento”; gran recomendación para lenguaraces que estropean situaciones soltando el pico antes de pensárselo dos veces. Quilón también recomendaba “aprovechar la soledad”.
Es pues esta obra un manual de instrucciones para afrontar la existencia sin parangón. Un código excepcional de conducta para seres extraviados o inmersos en la confusión mental, víctimas de los discursos venenosos de predicadores y profetas modernos tan falsos en sus recomendaciones como un billete de dos euros.
Un catecismo laico que todo joven o viejo debería tener sobre la mesa camilla. Aristipo, 350 a.C., que llegó a Atenas atraído por la fama de Sócrates, ejerció como sofista y se adelantó milenios a la modernidad afirmando que “nuestra patria es el universo”. De la misma manera recomendaba ciertas maneras de ser difíciles de seguir pues afirmaba que “el sabio no sentirá envidia ni se enamorará o será supersticioso, pues son cosas que nacen de la vana opinión; no obstante, sentirá pena y tendrá temor, pues esto son sentimientos naturales”. También acertó el sofista al afirmar que “la felicidad es completamente imposible. Pues el cuerpo está repleto de muchos padecimientos, y el alma sufre con el cuerpo y se ve agitada, mientras que la suerte nos niega muchas cosas de las que prometía la esperanza”.
Estos presocráticos valen pues su peso en oro pues, mucho antes de que las civilizaciones irrumpieran en el mundo, como elefantes en cacharrería y comenzara la eterna carnicería bélica en que consiste la historia de la humanidad, estos tipos humildes envueltos en una sábana blanca y calzados con sandalias de pescador, ya establecieron las bases filosóficas para que los profetas universales aparecidos mucho después como Jesucristo o Mahoma pudieron ordenar ideas, sintetizar y crear sus religiones.
El famoso Diógenes, 404 a. C., el del barril como hogar, una de las estrellas de este compendio de luminarias ya se adelantó mucho al humanismo cristiano al afirmar que la pasión por el dinero es la metrópoli de todos los males, manera elegante de definir la situación actual de la sociedad mercantil. La babilonia infernal de padecimientos y pobreza global en que se está convirtiendo el planeta.
El hombre que le dijo a Alejandro Magno cuando este le pregunto qué necesitaba, “apártate que me estas quitando el sol”, también aseveró que “el amor era la ocupación de los desocupados”. Y cuando le preguntaron que era una desdicha en la vida dijo “Un viejo sin recursos”. Claro que cuando a Platón le preguntaron por su colega Diógenes, contestó “Un Sócrates enloquecido”.
De los innumerables filósofos que habitan este libro excepcional brilla con luz propia Pitágoras, 582–500 a. C. Este señor sí que era un tipo raro, aparte de su misoginia, pues preguntado cuando conviene juntarse con una mujer dijo “siempre que quieras hacerte más débil a ti mismo”. El gran geómetra que fue tenia manías increíbles como el “no dar la mano ligeramente. No tener golondrinas bajo el mismo techo. No criar aves con garras”, y lo más sorprendente y estrambótico “no orinar ni estar de pie sobre los recortes de uñas y el pelo cortado. Apartar el cuchillo afilado. Al salir de viaje no darse la vuelta y observar los límites”. Y mientras Anaxágoras decía “cuantas cosas hay que no necesito”, en una crítica avant la letrre al consumismo moderno, fue entre otros Pirrón quien afirmó una frase luminosa “Nada en exceso”, que todos deberíamos aplicar en nuestra vida cotidiana.
La conclusión es que esta obra, compuesta en la primera mitad del siglo III por Laercio, criticada por los filósofos decimonónicos y traducida al castellano por vez primera por Ortiz y Sanz en 1792, es el perfecto manual de instrucciones para desorientados. Alivio de angustias y libro de cabecera como quedó dicho para el hombre y la mujer contemporáneos. Una obra de consulta para combatir el empacho de información codificada, las fakenews y las chorradas que inundan nuestra vida cotidiana en estos tiempos confusos en los que nada es lo que parece. Aquellos ancianos pintorescos, cuyas enseñanzas pasaron de boca en boca y llegaron hasta nosotros de milagro, bien merecen nuestro respeto y atención más allá de cómo nos los hicieron odiar en las clases de filosofía y latín y griego a aquellos que elegimos Letras en la escuela.
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